CAPITULO 5.- HANNA:

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No debí hacerlo, no debí haber perdido el control, no era bueno. No le diría a Ralph que cada vez me costaba más trabajo controlarme.
Me senté en la orilla del lago y respiré profundo.
Aunque estos ambientes en ocasiones me calmaban, ahora no ocurrió.
Sacudí la cabeza y me puse de pie, corrí a internarme en el bosque; mis pies haciendo ruido contra el suelo cubierto de fango y de hojas secas.
Sentí un escalofrió subir por mi columna, me giré rápidamente para ver a mi espalda.
— ¿Quién anda ahí? —grité.
No era nada. Respiré profundo, me estaba poniendo paranoica.
Corrí de nuevo hacia el bosque, no pude quitarme de encima la sensación de que me estaban siguiendo.
Me detuve en seco. Llegué a un puente colgante de madera, debajo de este, el rio corría en rápidos caudales, supuse que era porque acababa de llover. El puente no parecía muy seguro.
Puse un pie sobre él, parecía normal, no rechinó ni nada. Las cuerdas a los lados se movían ligeramente por el viento.
Mordí mi labio y puse otro pie sobre él. ¿Qué había del otro lado?
El escalofrió llegó de nuevo, me giré rápidamente y coloqué mis manos frente a mi cuando una corriente de aire gélido sopló desde el interior del bosque.
Este no era un frío al que yo estuviera acostumbrada, era más bien un anuncio de muerte. Igual que aquella noche.
— ¡Déjame en paz!—grité a nadie en específico.
Giré de nuevo y tomé impulso para correr al otro lado del puente. Fuese lo que fuese, ahora estaba dentro del bosque y quería alejarme de eso.
Antes de que pudiera dar otro paso, unas manos se enredaron en mi cintura y me elevaron en el aire para después dejarme caer al suelo.
— ¡Vuelve a casa! —me regañó Ralph. Se veía enfadado.
No le respondí, me puse de pie y sacudí mi pantalón.
Di la vuelta y me interné en el bosque. No dejaría que él se diera cuenta de cuan asustada estaba ahora.
Ralph me seguía de cerca, al menos fue un alivio saber que era él y no otras cosas.

Entré en la casa y fui directo a mi recamara sin desearle buenas noches a Ralph.
Cerré la puerta a mi espalda.
No podía quitarme la sensación de que alguien me había seguido hasta aquí. Además del frío que calaba hasta los huesos. Nunca, nunca había sentido un frío así.
Sacudí la cabeza para reaccionar.
Me quité la ropa sucia y húmeda y me puse mi pijama de color azul pálido. Era una bata bastante gruesa, era de mamá.
Me metí en la cama. Estaba blanda y olía a limpio.
Cerré los ojos y me dejé llevar por los sueños.

Era pequeña, dos años de edad exactamente. A pesar de mi corta vida puedo recordar perfectamente ese día, memorias grabadas con magia.
Un perfecto día de primavera. Dos niñas de la misma edad, una pelirroja y otra pálida como un muerto.
Ambas esperaban en un callejón oscuro. Desde dentro de una habitación de la que estaban separadas por una puerta de metal, se escuchaban gritos, horribles gritos de dolor y de agonía.
La niña pelirroja se tapó los oídos y se acurrucó contra la pared, la pálida se acercó a su hermana y la sostuvo contra su pecho en actitud protectora y maternal.
La puerta de metal se abrió y salió una partera. Tenía sus manos y ropas llenas de sangre, y en cada uno de sus brazos había una bebe envuelta en mantas azules.
Las dos niñas se pusieron de pie y corrieron hacia la mujer, esta se inclinó y les mostro a sus hermanas.
Una con el cabello negro como la noche y otra con los ojos abiertos, grandes y de color marrón.
La niña pelirroja sonreía y la pálida observó a la mujer con la interrogante en sus ojos grises.
La partera negó con la cabeza.
Ella asintió.
Tomó a su hermana gemela de la mano y la arrastró con ella al interior de la habitación.
Su madre había trabajado para rentar ese pequeño cuarto, para que ellas pudieran vivir en un lugar caliente. La partera era la encargada de ese sitio. Era un lugar al que solo llegaban a dormir vagabundos, borrachos y drogadictos.
Su madre estaba tendida en la cama, las sabanas empapadas en sangre. El brillo de su mirada se había ido. Ya no había nadie ahí, solo un cuerpo vacío.
¿Ahora que iban a hacer?
La partera las sacó del cuarto oscuro y las metió en su casa. Sentó a las dos niñas en la cama y les dio de beber algo caliente.
Colocó a las bebes en un lugar calientito. Para sorpresa de la niña pálida, ninguna de sus hermanas recién nacidas estaba llorando.
La mujer se sentó y las miró fijamente.
Yo me haré cargo de todo− dijo con firmeza.
Por primera vez en mucho tiempo, la niña pálida se sintió segura.

Un sonido que no provenía del sueño me hizo despertar.
Miré hacia la ventana con la visión empañada por las lágrimas. Limpié mis ojos y enfoqué la vista. Una sombra se movió desde la ventana a la puerta de entrada.
Esa sensación de frío y muerte se sintió en toda la habitación. Los escalones comenzaron a rechinar, como si alguien los estuviera subiendo.
Me puse de pie y abrí la puerta. No había nadie ahí, solo oscuridad.
— ¿Hola?—pregunté. Salió vapor de mi boca. Hacía demasiado frío.
Un rechinido de los escalones respondió a mi pregunta. El lugar continuaba vacío.
— ¿Summer?—pregunté. Tal vez ella quería vengarse asustándome.
No era fácil asustarme, pero esa sensación...
El último escalón rechinó, el más cercano a la puerta que daba a la casa.
La portezuela se abrió de golpe. Di un salto por la impresión y contuve la respiración.
— ¿Hanna?—preguntó Ralph— ¿Qué haces despierta? Pronto amanecerá, vuelve a la cama.
Lo miré fijamente y tragué saliva.
— ¿Estás bien? —preguntó. Comenzó a subir los escalones.
No debía darse cuenta de que lo necesitaba. Yo no necesitaba a nadie.
—Sí, estoy bien. Déjame sola— espeté y me metí en la cama de nuevo.

Cerré los ojos sin poder conciliar el sueño.
Me levanté cuando el sol se asomó por la ventana. Bajé las escaleras rápido para ganar el baño y tomar una ducha con agua caliente. Salí rápidamente y me envolví en la toalla.
Empujé la puerta de madera que se atoraba a causa de la humedad.
Del otro lado, en una fila estaban mis hermanas. La primera era Amber, quien me dedicó una mirada de reproche y entró en el baño.
Subí a mi habitación y me puse los jeans negros, las viejas botas para la lluvia, una camisa verde, la chaqueta negra y guardé el gorro negro en uno de los bolsillos.
Tomé una vieja mochila café y metí las cosas que Ralph había comprado para mí.
El día seria asqueroso y entre más apresurara las cosas, más rápido terminaría.







Corazón de hieloWhere stories live. Discover now