CAPITULO 20.- SUMMER:

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— ¿Hanna? ¡Hanna! —exclamé.
Mi hermana rodó sobre sí misma y puso la cara contra la almohada.
—Despierta— dije.
—Vete— chilló.
—Llegaremos tarde a clases.
—No iré hoy. Estoy cansada— dijo con voz pastosa.
Si yo hubiera llegado como ella llegó ayer, también me sentiría cansada, parecía que un tornado había pasado por el pueblo y se llevó con él solo a Hanna.
—No puedes faltar, hoy tendremos examen de matemáticas— expliqué.
—Un cuerno con el examen— replicó.
— ¡Hanna Farmiga! Levántate de esa cama ¡Ahora! —grité.
Ella abrió un ojo y me miró, luego medio sonrió.
—Te pareces a mamá gritándome así— murmuró y se sentó en la cama—. Vete de mi cuarto, estaré lista en cinco minutos.
Asentí y me fui de ahí. El hecho de que me comparan con mamá me agradaba.
Bajé las escaleras del ático y me encontré con Amber y Violeta que se estaban alistando para ir a clases.
Cepillé mis dientes, mi cabello y estuve lista.
Hanna tardó exactamente cinco minutos, justo lo que dijo que tardaría. De seguro ni siquiera se duchó.
Arrugué la nariz en su dirección solo como una broma y ella resopló.
—No me voy a bañar solo para ir a hacer un estúpido examen— se quejó.
Puse los ojos en blanco y sonreí.
— ¡Hanna! —Gritaron desde el piso de abajo— ¡Mas te vale que bajes ahora mismo!
Ambas pegamos un brinco. Ralph sonaba realmente enfadado.
Mis hermanas y yo bajamos las escaleras lo más rápido posible. Las cuatro frente a Ralph solo lo miramos.
—Creí haber llamado a Hanna— dijo molesto.
Las otras tres bajamos la mirada al suelo, pero no nos iríamos.
— ¿Con que te caíste? —Reclamó nuestro mentor— ¡Estoy harto de tus mentiras!
—No te mentí— respondió Hanna.
— ¿No? —la retó Ralph y encendió la televisión.
El reportero estaba frente a un estacionamiento, donde los autos no arrancaban porque sus motores estaban congelados, y por encima de los cristales había una capa de hielo. También el asfalto lucía ese brillo que indica que está congelado.
"Esta mañana nos despertamos con la sorpresa de que fuimos visitados por la Reina de las Nieves" ironizó el hombre de la televisión sin saber cuánto se acercaba a la verdad. "Ya que nos encontramos con el estacionamiento de la plaza central del pueblo completamente congelado, lo curioso es que la lluvia no ha hecho nada por derretirlo y que solo esta zona está dañada; no hay nada más con hielo, ni siquiera los locales que rodean el aparcamiento. Es increíble lo que puede lograr el cambio climático..." continuó murmurando el hombre.
Todos miramos a Hanna, quien simplemente se encogió de hombros, pero pude sentir su nerviosismo y notar la manera en que tragó saliva.
— ¿Qué quieres que haga? Me asusté— explicó como si nada.
— ¿¡Te asustaste!? —exclamó Ralph.
—Sí, no puedo ser fuerte todo el tiempo ¿sabes? —ironizó Hanna.
Ralph la fulminó con la mirada y ella le devolvió el gesto. Ambos completamente enfadados.
—Quiero que me digas la verdad, que seas sincera conmigo, como lo eras antes. Quiero que no te ocultes tras esa capa de sarcasmo y cinismo— dijo Ralph.
—Y yo simplemente quiero que me dejes en paz. No soy sincera contigo, porque cuando lo soy no me crees. ¿Qué pasaría si te dijera que lo que me asustó tanto fue una sombra? ¿Eh? ¿Me creerías? ¡Claro que no!
— ¡Las sombras ya o están! —se exaltó nuestro mentor.
—Sí, claro— murmuró Hanna—. Niégalo, es lo que haces cuando las cosas no salen como quieres. Negarlo.
Ralph levantó la mano, como para amenazarla. Hanna sonrió.
— ¡Anda! ¡Hazlo! ¡Golpéame! Es lo único que te falta. Tú no eres mi padre, no eres el de ninguna, sin embargo, te empeñas en que parezcamos una familia feliz. ¿Qué te hace pensar que puede ser así? Summer es feliz en su pequeño mundo de ensueño. Amber niega todo, como si eso fuese lo más fácil. Y a Violeta simplemente no le importa nada— gritó mi hermana.
Ralph bajó la mano lentamente, como si se diera cuenta de su error. Se pasó las manos por el cabello y respiró profundo.
—Además— continuó Hanna más tranquila—. Tú tampoco has sido completamente sincero con nosotras. Solo llegas y nos cuentas leyendas sobre las estaciones y esperas que lo aceptemos, después no nos dices nada más.
—Ustedes saben lo que necesitan saber. Lo hago por protegerlas.
— ¿Protegernos? ¿Exactamente de qué? ¿Eh? ¿Qué puede ser una amenaza tan grande como para mantener al padre tiempo asustado? —inquirió.
Ralph abrió mucho los ojos.
—Las sombras. ¡Anda dilo! —Lo animó Hanna— ¿Sabes qué? El hecho de que no lo admitamos en voz alta, no cambiará nada.
Nuestro mentor estaba respirando más tranquilo, y su cara tomó un semblante completamente serio.
—El hecho de que cuide de ustedes no tiene nada que ver con que sea el padre tiempo. Pude haberlas dejado a su suerte y esperar que el cambio llegara, pero no ¿Sabes por qué no? Porque le prometí a Sophie que cuidaría de ustedes, por eso. Y haré lo posible para que estén bien hasta que sean reclamadas. Mientras tanto, mantente apartada de los problemas, es todo lo que te pido— dijo Ralph.
Hanna suspiró y lo miró a los ojos.
—No puedes pedir sinceridad y confianza mientras no das lo mismo a cambio— dijo con sentimiento. Pude ver que estaba reprimiendo las lágrimas.
Ralph se frotó la cara con ambas manos.
—Llegarán tarde a la academia. Suban a la camioneta.
Las cuatro obedecimos y no hablamos en todo el camino. Llegamos a las instalaciones y Ralph me detuvo antes de que bajara. Solo a mí.
—Hay que arreglar el desastre que hizo tu hermana— dijo—. Iremos al estacionamiento por la tarde.
—Pero se supone que tengo prohibido usar eso...
—Ahora tienes permiso. Pide a Dominik o Gabriel que lleven a tus hermanas a casa, porque tú y yo tenemos algo que hacer.
Asentí lentamente y entré al escuela.

Ralph le había jurado a mamá que nos protegería, por eso lo hacía.
Sorbí por la nariz. Las lágrimas acudieron sin permiso.
Yo no vivía en mi propio mundo de ensueño como dijo Hanna, al contrario, estaba al tanto de todo, pero no me gustaba pensar en eso a menudo, ya que me ponía triste y odiaba estar triste o enojada. Me agradaba más mostrar sonrisas y hacer que las personas se sintieran bien consigo mismas.
Suspiré profundo, tratando de tragarme las lágrimas y metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, aquel donde siempre guardaba el pañuelo de la actriz de: “Prohibido Suicidarse en Primavera”. Mi madre me lo había regalado. De cierta forma, el tocar la tela vieja y arrugada me hacía sentir mejor.

Giré y giré sobre el escenario vacío una y otra vez con el pañuelo en la mano.
— ¡Oh mamá! ¡Fue maravilloso! —exclamé.
Sophie sonrió.
— ¿Qué parte fue tu favorita? —preguntó.
— ¿Favorita? ¡Todo! ¡Amé cada parte de la obra! ¡Fue tan hermoso!
Mis hermanas habían ido a buscar algo de comer, y nos dejaron solas por un momento. Mamá había hablado con el encargado de limpiar el lugar para que nos dejara quedarnos un rato más.
—Debe ser maravilloso poder actuar así, hacer tan bien tu papel, que las personas te aplaudan— decía sin dejar de girar.
—Amas el teatro— murmuró mi madre mientras sonreía—. Eso lo hace especial para ti. Amas tanto esto como Hanna sus libros, Amber su música y Violeta sus dibujos. Esto es lo que tienes y te marca a su manera, pero ¿Qué es lo que más te gusta?
Mordí mi labio pensando en la respuesta y luego de meditarlo lo supe.
—Me encanta como pueden entrar en la piel de sus personajes. Amo la forma en la que interpretan todo.
—Esa es la palabra clave, Summer. Interpretan, ellos creen que son el papel que hacen. Ellos se transforman en el escenario. Eso es lo que los hace grandes actores.
—Quiero ser como ellos— exclamé.
—Ya lo eres— me había dicho mamá—. Tu entras en la piel de aquellos que te necesitan. Sabes cómo se sienten las demás personas y cuando no pueden salir a flote por si mismas las ayudas, porque sabes exactamente por lo que están pasando. Summer, eso es lo maravilloso de ti, no solo el teatro, tú lo haces a diario.
No pude hacer nada más que sonreír y seguir girando en el escenario hasta que mis hermanas volvieron.

— ¿Cómo está el verano? —preguntaron a mi espalda. Esa voz masculina me hizo volver a la realidad. — ¿Estás bien?—preguntó Gabriel cuando se dio cuenta de que estaba llorando.
Asentí y limpié mis lágrimas con el pañuelo.
—Sí, no te preocupes estoy bien— sonreí.
Hizo una mueca pero no discutió conmigo.
—Te acompaño a clases— dijo.
— ¿Por qué quieres ir conmigo? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Eres divertida— dijo como si eso fuera lo más básico del mundo.
—No estoy segura de poder ser divertida ahora.
Gabriel sonrió.
—Entonces yo te hare sonreír.
No pude hacer nada más que murmurar.
Y él pronto empezó a hacer comentarios sobre muchas cosas y como lo prometió empecé a reír. Llegamos al salón de clases y antes de entrar me detuvo.
—Me preguntaba si... —se rascó la nuca—. Querrías ir a tomar un café o algo saliendo de clases.
Parecía nervioso. Claro que me encantaría ir con él a cualquier parte, solo que…
—Lo lamento. Hoy tengo algo importante que hacer. ¿Mañana? —pregunté mordiendo mi labio.
—Mañana es perfecto— contestó.
—Gabriel— lo llamé antes de que entrara— ¿Puedo pedirte un favor? —Asintió— ¿Podrías llevar a mis hermanas a casa hoy? Ralph y yo tenemos algo que hacer.
—Porque no vuelvas a llorar, haría lo que fuera— respondió y entró en el salón de clases.
Sonreí como una tonta.
No quería entrar a la clase de historia, ya que era el profesor con el que Hanna había peleado y bueno... él parecía tener una inclinación sobre mí ya que era su hermana, y me preguntaba cosas a las que no sabía responder y siempre era Dominik quien me rescataba, contestando todo lo que el horrible profesor quería saber.
El amigo de Hanna se estaba enemistando con el maestro por mi culpa y al parecer no le importaba en lo absoluto.
Me alejé del aula y mis pies sin pedirme permiso se dirigieron al área de teatro de la escuela. No era obligatorio tomar esa clase, así que se formó un club de teatro del que ya había investigado todo lo que necesitaba para poder unirme, que básicamente era mi credencial de estudiante y una audición. El lugar estaba vacío, tanto el auditorio como el escenario. Corrí por los escalones que estaban al lado de los asientos del público, lancé mi mochila sobre el suelo y de un salto subí el escenario que estaba cubierto por duela.
— ¡Oh! ¡Romeo, Romeo! —exclamé y puse mis manos contra la cara y reí.
El hecho de que no hubiera nadie me daba confianza, y algo de risa. Debía de verme ridícula.
—Bien— me dije—. De nuevo.
Suspiré profundamente.
—En verdad —dije imitando la voz de una condesa—. No me siento bien, y tengo necesidad de estar sola. La vista de ese hombre me ha conmovido.
Fingí una risa masculina.
—No os riais— de nuevo la voz de la condesa—. Prometedme además una cosa.
— ¿Cuál?—la voz de hombre.
—Prometédmela— voz de condesa.
—Todo cuanto queráis, excepto renunciar a descubrir a ese hombre. Tengo motivos, que me es imposible comunicaros, para desear saber quién es, de dónde viene y adónde va— voz de hombre.
—Ignoro de dónde viene, pero dónde va puedo decíroslo; va al infierno, no lo dudéis—voz de condesa.
—Volvamos a la promesa que queríais exigir de mí, condesa—voz de hombre.
El sonido de aplausos me hizo interrumpir la obra.
Ni siquiera me había dado cuenta de que tenía público. Alguien dirigió una de las luces del escenario hacia mí, cegándome y sin permitirme ver a mi único auditorio.
—El Conde de Montecristo— dijo la voz—. Alejandro Dumas.
— ¿Quién eres? —pregunté.
La luz se apagó y un chico bajó los escalones hasta situarse frente a mí.
Sus ojos bicolor me observaban. Dominik se veía extraño, e incluso apuesto sin sus gafas de mucho aumento.
Me tensé inmediatamente.
—No le digas a Hanna— pedí.
Frunció el ceño.
— ¿Decirle a Hanna? ¿Qué y por qué?
Me mordí el labio.
—Bueno, es que el libro es de ella, y es de sus favoritos. No deja que nadie los toque y si se entera de que lo leí sin su permiso, me matará— hablé atropellando las palabras.
Dominik soltó una ligera risa.
—No pensaba decirle nada— contestó—. Actúas muy bien.
— ¿Viste todo? —pregunté.
Él negó con la cabeza.
—No, no vi nada. En realidad sin mis anteojos no puedo hacer gran cosa— pasó una mano frente a sus ojos—. Pero te escuché, sabes recitar y adaptarte al papel. Hubo un momento en el que no supe quién era la condesa y quien Franz.
—Humm... Gracias—más bien sonó como una pregunta.
— ¿Por qué no te unes al club de teatro?
—Es complicado— respondí.
Dominik negó con la cabeza.
—No creo que lo sea. Amber ya asiste a clases de música, no veo por qué tú debas quedarte fuera de lo que te gusta.
—Lo haré— dije con decisión.
—Te acompaño— se ofreció.
— ¿No deberías estar en clase de historia? —pregunté.
—Igual que tú.
—No tolero al profesor— acepté.
—Ya somos dos— resopló.
Sonreí.
—Bien, acompáñame.
Dominik y yo caminamos charlando sobre obras de teatro que él había visto y le parecían buenas, hasta que llegamos al aula del líder del club de teatro.
Hablé con la chica que parecía ser muy agradable y pronto estuve inscrita en el club.

Salí del lugar con una gran sonrisa en el rostro. Me sentía realizada, como si cumpliera una promesa que hace mucho tiempo le había hecho a mamá.
— ¿Todo bien? —preguntó el chico.
—Excelente— respondí.
Él asintió.
— ¿Dónde están tus anteojos? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—No lo sé, a veces mis cosas desaparecen. Sé que son los chicos con los que compartimos clases, ya que creen que hacerle bromas al nerd es algo divertido— dijo con un poco de amargura—. Pero en fin. Las cosas siempre vuelven.
—Es horrible— dije.
—Ya estoy acostumbrado. Aunque nunca me habían escondido algo tan necesario como los anteojos— frunció el ceño.
—Te ayudaré a buscarlos— me ofrecí.
Dominik sonrió.
—Gracias. Pero no quiero meterte en problemas con Gabriel.
— ¿Gabriel? ¿Por qué? —Indagué— ¿Él que tiene que ver con esto?
El chico suspiró.
—Son los de su grupo los que me hacen estas cosas— respondió.
—Oh, lo lamento. Hablare con él— prometí.
—Gracias.
Buscamos sus anteojos por todas partes en la escuela, incluso en objetos perdidos, pero no dimos con ellos. Me estaba resignando a no encontrarlos, pero no podía dejar a Dominik sin ellos.
Ambos entramos a las demás clases, donde dejé a Dominik con Hanna, quien se mostró realmente contenta cuando le dije del club de teatro y luego cambió a enfadada cuando se enteró de los anteojos de Dominik. Le dije que no se preocupara, que yo arreglaría las cosas con ellos y recuperaría los lentes.
Hanna me prometió que no haría nada al respecto si yo me apresuraba.

Así que me dispuse a buscar a Gabriel en la escuela. Solo faltaba una última clase para salir y yo no había asistido a ninguna, incluso me salte el examen de matemáticas del cual no comprendía nada.

Encontré al chico en el jardín trasero del instituto con sus "amigos".
— ¿Puedo hablar contigo? —le pregunté.
Gabriel se bajó de la barda donde estaba sentado y me siguió. Decidí no darle vueltas al asunto.
—Tus retrógrados amigos le robaron los anteojos a Dominik, quiero que se los devuelvan.
— ¿Mis qué? —enarcó las cejas, negó con la cabeza— ¿A Dominik? No me sorprende. Los recuperaré, te veo en la puerta de entrada cuando las clases terminen.
Me dio la espalda y se dirigió a su grupo, pronto, vi como los chicos negaban todo, pero Gabriel no daba brazo a torcer.
Sonreí para mí, él los recuperaría y punto final. Solo esperaba que fuera antes de que Hanna tomara cartas en el asunto.
Entré a la última clase sin prestar atención y esperé a Gabriel en la entrada junto con Hanna y Dominik.
—Me siento como un lisiado— se quejó el chico.
—No me importa— replicó Hanna—. Cada vez que te he dejado caminar solo, te estrellas con algo.
Reí sin poder evitarlo, ellos dos discutían como si se conocieran de toda la vida.
—Es bueno escucharte reír así— dijeron a mi espalda.
Me gire rápidamente para encontrarme con Gabriel. El chico se dirigió a Dominik con los anteojos en la mano.
—Yo... —dijo Gabriel un tanto incomodo—. Lamento que te los quitaran. Estuvieron jugando a lanzarlos y uno de los cristales está roto. Lo siento— se frotó la nuca.
Dominik los tomó, despues de limpiarlos con su camiseta, los colocó en su cara.
— ¡Ah! —gritó.
— ¿Qué? —preguntamos los tres al unisonó.
—Tu cara— respondió a Gabriel.
El chico de los ojos azules negó con la cabeza y sonrió.
—Tu sentido del humor me recuerda a mi hermana.
—Entonces debe ser una persona genial— dijo.
Hanna tomó a Dominik del brazo y lo arrastró con ella lejos de nosotros, no sé la razón, pero todo el momento miró recelosa a Gabriel. Como si estuviese enfadada con él.
—De verdad lamento lo que ellos hicieron— dijo.
Negué con la cabeza.
—No importa. Lo importante es que hiciste algo al respecto.
—Sí, supongo que ya no seré bienvenido en su grupo.
— ¿Por qué? pregunté. Pero la puerta se abrió sin darle tiempo de responder.
Los seis chicos que antes formaban parte de su grupo estaba golpeados, algunos con moretones en el ojo, otros con la nariz sangrante.
— ¡Te meterás en problemas! —exclamé.
—Un poco de eso— se encogió de hombros.
—Gracias. Y no importa si ellos no te quieren, siempre puedes pasar el tiempo con nosotras.
—Sí, estoy seguro de que a Hanna le encantará— dijo con sarcasmo.
—Ella tendrá que acostumbrarse. Y Gabriel— añadí—. Muchas gracias.
Me puse de puntillas y le di un ligero beso en la mejilla mientras me alejaba corriendo de él en dirección a la camioneta de Ralph que acababa de aparcar.







Corazón de hieloHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin