CAPITULO 30.- SUMMER:

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“He visto morir esperanzas y sueños
He visto morir miradas y amores nuevos
He escuchado el sonido de la primera y la última risa
He visto morir personas, sin embargo siguen caminando
He visto morir tantas cosas que me pregunto por qué sigo mirando”

Cerré el cuaderno de Hanna cuando escuché que se abrió y cerró la puerta de entrada.
Bajé corriendo las escaleras del ático y cerré la puerta. Si mi hermana se daba cuenta de que había estado en su habitación leyendo sus cosas, me mataría.
Hanna estaba parada en la puerta. Yo a los pies de la escalera.
Amber, Violeta y Ralph estaban en la estancia, con un pastel sobre una mesita.
— ¡Feliz cumpleaños! —exclamaron los tres.
Sonreí sin que mis labios tuvieran el permiso de hacerlo.
Sentí ese ligero y familiar cosquilleo subir por mi brazo. Un nuevo mensaje de Hanna.
“Lo olvidé” dijo.
Levanté la vista para encontrarme con sus ojos grises.
“También yo” articulé.
En realidad no era nuestro cumpleaños. Ambas nacimos en diciembre, justo en la entrada del invierno. Solo que Hanna sería reclamada en ese día, y por ese motivo habíamos acordado festejar nuestro cumpleaños ahora, algo extraño, aunque no por eso dejaba de ser un lindo detalle.
Ambas nos acercamos a donde estaba el resto de la familia.
Incluso Hanna, quien llevaba un semblante preocupado se tomó la molestia de fingir sonrisas para todos.
Comimos pastel y nos sentamos en la sala, alrededor de la mesa.
Ralph llegó con el juego de Scrabble y todas nos quejamos, bueno Hanna no, ella amaba este tipo de juegos por su, según ella, infinito repertorio de palabras.
Nos pateó el trasero a todas cuando formó una palabra que todos alegamos, no existía y luego de buscar en el diccionario supimos que ella ganó.
Corrí a mi habitación por la baraja y ahí si me encargué de ganarles a todos ¡Ja! Mi bolsillo acabó con bastante dinero esa noche.
—Vaya día— exclamó Ralph y se dejó caer en el sofá.
—Ni que lo digas— respondió Hanna.
— ¿Por qué el tono de amargura? —pregunté.
—A veces, el carácter fuerte se confunde con amargura, hermanita. No cometas ese error.
— ¿Noche de filosofía? —se burló Violeta.
Hanna le lanzó una almohada. Amber estaba recostada sobre el suelo.
—Siento que si como algo más, voy a reventar— dijo.
Una risa de Ralph hizo que las cuatro lo miráramos.
—No es nada— se explicó—. Solo recordando a Sophie.
—Mamá estaría feliz de vernos así— comenté.
Todos estuvimos de acuerdo con eso, y así fue el resto de la noche. Una que recordaría por el resto de mi vida.

Desperté temprano, cuando los rayos del sol calaron en mis parpados. Me di cuenta de que todos estábamos en la sala. Nos habíamos quedado dormidos aquí, incluso Ralph.
Sacudí el hombro de Hanna, quien era la más cercana. Abrió un ojo y me miró.
— ¿Ya amaneció? —murmuró.
Asentí. Hanna se sentó sobre el sofá y miró la habitación.
—Vaya, esto es raro— comentó.
—Claro que sí.
—Es como si todo fuera normal— se detuvo y miró a Amber— ¿Por qué crees que lo haya hecho? Estoy un noventa por ciento segura de que siente a las sombras, incluso niega las estaciones…
—Tiene miedo— la interrumpí—. Supongo que para ella es más fácil de esta manera. ¿Sabes? No todos podemos ser como tú.
— ¿Cómo yo? —frunció el ceño.
—Sí, ya sabes, no tener miedo.
Hanna soltó una risilla.
— ¿Qué no tengo miedo? Estoy asustada todo el tiempo. Pero es eso lo que me mantiene despierta, viva, atenta. No quiero que les pase nada, y si el miedo es lo único que me mantiene firme para hacerle frente a lo que sea, no renunciaré a él.
— ¿Pueden callarse? —Se quejó Violeta—. No me dejan dormir.
—Disculpe, su majestad— dijo Hanna.
Violeta la imitó y se dio la vuelta en el sofá.
—Levántense— dije en voz alta—. Tenemos que irnos.
Ralph abrió los ojos, nos miró y sonrió.
—No quiero hacer nada— se quejó y bostezó.
— ¿No somos nosotras las que deberían decir eso? —pregunté.
—Me niego a eso— dijo Ralph divertido—. Yo puedo comportarme como un adolescente mal educado cada vez que quiera.
— ¿Eso somos? —siguió el juego Hanna— ¿Adolescentes mal educadas?
—Sí, demasiado exigentes a mi parecer.
Mi hermana abrió la boca y se llevó una mano al pecho, como si se sintiera ofendida.
— ¡Todas contra Ralph! —exclamó Violeta. Al parecer se estaba haciendo la dormida.
Hubo chillidos de alegría y risas cuando las cuatro nos aventamos hacia Ralph y lo aplastamos con nuestro peso.
Él se quejaba de que lo lastimaríamos pero no por eso dejó de reír.
— ¡Me rindo! —Gritó al fin y todas nos hicimos a un lado— ¿Cuándo se volvieron tan fuertes?
Solo pude sonreír ante el orgullo con el que pronunció aquella pregunta. Estaba orgulloso de lo rápido que aprendíamos a defendernos.
—Vayan a vestirse— ordenó—. Yo voy a dormir otro ratito.
Corrí hasta mi habitación para tomar mi ropa, mis toallas y así ganar el baño, pero Violeta se adelantó.
Esperamos a que saliera y cada una tomó su turno del baño.
Estuvimos listas y ninguna quiso despertar a Ralph para que nos llevara. Se veía tranquilo y feliz, con un semblante relajado, completamente perdido en el mundo de los sueños. Me pregunté si Sophie aparecería en ellos.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Violeta cuando estuvimos en el pórtico.
—Puedo llamar a Dominik— sugirió Hanna con el ceño fruncido.
—O podemos tomar el autobús— dijo Amber con emoción.
Las cuatro intercambiamos miradas. El autobús sería fantástico.
No fue tan genial.
Las personas te aplastan, hace un calor asfixiante y parece que el conductor lleva ganado en vez de personas. Eso quedaba en una de las experiencias más grotescas de toda mi vida.
—Mi cuerpo esta pegajoso— se quejó Hanna—. Es la última vez que subo a una de esas cosas.
—De acuerdo contigo. Mi cuello me duele— repliqué.
—A mí me gustó— comentó Amber.
— ¡A ti te toco en un asiento! —chilló Violeta.
—Claro, yo estaba cargando con el violín. Era lo más justo que me quedara con el lugar disponible.
—Y aun así no quisiste cargar mi mochila— se quejó la menor.
—Cada quien carga sus cosas— dije antes de que siguieran discutiendo.
Desvié la vista hacia la puerta de la escuela y entonces lo vi. Había pasado casi un mes. El chico seguía exhibiendo un cabello negro y una piel blanca, aunque se veía muy pálido. Sus ojos grandes y azules, una sonrisa petulante.
Estaba hablando con unos chicos de su clase.
Mi corazón empezó a palpitar fuerte contra mis costillas.
Gabriel, al sentirse observado me miró y una sonrisa completamente diferente a la que siempre exhibía apareció en sus labios.
—…y así fue, no creo que se moleste, además puede llamarme por teléfono ¿No lo crees, Summer? —preguntó Hanna.
— ¿Qué? —dije volviendo a la realidad.
— ¿Qué estabas…? ¡Oh! —sus ojos captaron a Gabriel.
No me molestó como otras veces diciendo que el chico era mi novio.
—Le dejé una nota a Ralph— explicó rápidamente—. Y si no la ve, siempre puede llamarme para saber que ya estamos en la academia.
Hanna dejó de hablar y antes de que Gabriel llegara a donde estábamos, ella se alejó.
No pude evitar preguntarme si había visto a Dominik en alguna parte, por la forma en la que se alejó, parecía que debía encontrarse con alguien o estaba huyendo de otro alguien.
Mis hermanitas se despidieron y marcharon cada quien a sus respectivas clases.
— ¿Cómo está el verano? —preguntó Gabriel.
—Está mucho mejor ahora.
El timbre de la escuela retumbó por todo el lugar. Gabriel señaló la entrada con un gesto de la cabeza.
— ¿Vamos?
—Sí, vamos— respondí—. No voy a entrar a clases.
Frunció el ceño.
— ¿Una etapa de rebeldía?
Reí un poco.
—No, nada de eso. Tengo practica de teatro ¿Sabes? Representaremos una obra los últimos días del verano. Si pudieras ir… no sé, me sentiría agradecida— dije y me encogí de hombros.
—Me encantaría, además, aun me debes una cita.
No pude evitar sonreír.
—Pensé que lo habías olvidado.
Negó con la cabeza.
—Nada de eso, solo he estado muy ocupado.
Gabriel y yo habíamos avanzado y así llegamos al pasillo del edificio.
—Vas a reprobar si sigues faltando— comentó.
—No me interesa mucho la escuela, nunca fui muy dada a esas cosas. Además, el teatro es todo en lo que soy buena— admití.
— ¿No te interesa? ¿Entonces que harás en un futuro?
Dejé salir una sonrisa un poco triste.
—Lo tengo todo solucionado, no te preocupes.
Gabriel soltó una risa.
— ¡Oh claro! No te preocupes, cariño. Me haré cargo del negocio familiar— se burló de mí.
— ¡Oye! —reclamé y le di un ligero golpe sobre el hombro.
El chico dejó de reír, hizo una mueca de dolor y se llevó una mano al lugar que golpeé.
— ¿Estás bien? —pregunté ante su repentina palidez.
—No pasa nada, solo que tuve una caída y me lastimé, eso es todo.
— ¿Seguro? —me mordí el labio.
—Quita esa expresión de tu rostro, ya estoy bien— dijo y lo aseguró con una sonrisa.
—Bien, te veré luego.
Asintió y caminó unos pasos.
—Y Gabriel— lo llamé.
Se giró y me miró.
— ¿Qué pasa?
—No vuelvas a perderte.
—Trataré de no preocuparte más.
Sonreí y me alejé de él, antes de que cualquier profesor me viera.
— ¿Summer? —me llamó.
— ¿Si?
—Nos vemos después de clases… tengo algo importante que decirte.
—Está bien.
Entré al aula de teatro aun pensando en la conversación anterior.
— ¡Nuestra estrella ha llegado! —exclamó la coordinadora.
Valeria era su nombre.
—Lamento la tardanza.
—El papel principal puede tardarse lo que quiera.
Sonreí y nos dispusimos a interpretar la obra como por milésima ocasión. Si todo seguía como hasta ahora, la obra sería un éxito de final de verano.
Y Gabriel estaría en primera fila para verme.
No pude dejar de pensar ¿Qué es lo que quería decirme? ¿Por qué hacerme ilusiones con él sí terminaría siendo reclamada? ¿No era demasiado cruel para el chico?
















Corazón de hieloWhere stories live. Discover now