CAPITULO 17.- VIOLETA:

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Cuando mi madre nos leía sobre catedrales antiguas... nunca me imaginé que fuera algo así.
Había visto iglesias por fuera; pero nunca me había detenido a pensar como lucirían por dentro.
Melinda y sus padres estaban sentados en las bancas del lugar, mi familia y yo ocupamos una banca atrás.
Gabriel se parecía mucho a su padre, los ojos azules y el cabello negro, aunque el del hombre ya asomaba algunas canas.
Y Melinda era la perfecta combinación de ambos, tenía el cabello de su madre; negro y rizado... pero sus ojos eran una mezcla del negro de su madre y de los azules de su padre. Tenía inusuales ojos color índigo.
Los tres nos recibieron con asentimientos y luego la ceremonia comenzó.
— ¿Cuánto falta para que termine? —le pregunté a Summer.
—Acaba de comenzar— me reprendió.
Hice una mueca y resoplé. Esto sería realmente aburrido ¿Por qué las apoyé para venir aquí en primer lugar?
El hombre que hablaba al frente nos indicó que nos sentáramos.
Empecé a golpetear la banca con los dedos hasta que Hanna me envió una mirada molesta.
Y luego movía mis pies al son de la música... y me gané otra de esas miradas; una más y acabaría con el trasero congelado.
Miré a todas partes, lo que fuera con tal de no escuchar el sermón.
Había ángeles en cuadros y también en estatuas de roca sólida,  estaban las arañas viejas de cristal que colgaban del techo. Y mucha gente que creía en algo.
Me pregunté qué sucedería si me paraba al frente y gritaba:
"El fin está cerca. Arrepiéntanse de sus pecados"
No pude reprimir una risa. Y me gané un pellizco en el brazo por parte de Hanna.
Masajeé el área afectada y le regalé una mirada dolida...Y fue cuando lo capté.
El destello de colores que entraba por los vitrales. Era una vista tan hermosa que ahogué la respiración.
Opacos, brillantes y hermosos colores. Todos combinándose de una manera tan... pacifica. Aunque eran diferentes y cada uno provocaba sensaciones desiguales, no sé, parecían convivir entre ellos de una manera armónica y hacer sentir así a quien se detuviera a observarlos.

Y recordé. Si había entrado antes a una iglesia, pero no fue para escuchar a alguien. Fue con mamá y era para protegernos de la lluvia, solo ella y yo.
Habíamos ido a comprar los vivieres de la semana ese día. Cabe recalcar que no llegamos al súper mercado por culpa de la lluvia.
Hombres con sotanas de color café se paseaban por el lugar mientras cantaban no sé qué rayos, llevaban velas en sus manos y uno cantaba y los demás lo copiaban.
—Mira esto— había dicho mi madre y me arrastró con ella hacia un lugar donde estaban los vitrales.
En el momento que vi lo que ella quería que viera, no sé, la lluvia y todo se detuvo.
La luz era mortecina, pero eso no impidió que admirara la obra de arte.
—Estos cristales cuentan historias— me había susurrado—. Cada uno de ellos tiene algo que decirle al mundo, por eso están aquí, por eso fueron fabricados.
— ¿Fabricados? ¿Por quién? —pregunté con ojos curiosos.
—Por personas, cariño. Existen almas tan nobles que son capaces de hacerle sentir al mundo algo a través del arte.
Sophie tenía una manera de expresarse tan sabia y hermosa que me hacía querer llorar.
Ese día le juré que le haría saber al mundo sobre las estaciones a través de vitrales.
Me encantaría que nuestra historia fuera contada a través de imágenes que supieran capturar a cada una: Amber seria amarilla en un vitral, Summer roja, Hanna de un cristal transparente y yo, yo sería morada, justo como las Violetas.
Y a mi madre... Aun no existía un color tan hermoso y puro como para capturarla a ella, pero si tuviera que elegir, sería el blanco.

Algo me hizo volver a la realidad. Hanna me estaba ofreciendo un pañuelo. No supe cuando fue que comencé a llorar. Acepté su oferta y limpié mis ojos.
El sermón había terminado y ahora todos estaban en una fila frente al sacerdote.
¿Estaba repartiendo obsequios? ¿Por qué la familia de Melinda podía tener uno y nosotros no?
Fruncí el ceño y se lo pregunté a Hanna. Ella medio sonrió.
—Es porque cumplen con los sacramentos. Y no es un obsequio en si lo que les dan; en la historia católica lo manejan como el cuerpo y la sangre de Cristo; aquello que sirve para perdonar sus pecados— explicó.
—Vaya— murmuré—. Sería fantástico tener uno de esos.
Hanna resopló una risa.
—Es algo significativo— respondió.
Yo asentí. Claro que había comprendido que era significativo. No podrían darles de comer carne y sangre humana de verdad ¿O sí?
— ¿Por qué no estamos bautizadas? —pregunté.
Ella frunció el ceño.
—Porque mamá no creía en estas cosas.
— ¿Tu si crees? —indagué.
Se encogió de hombros.
—Para mí solo es una historia interesante.
—Como los vitrales— recalqué.
Ella asintió.
—Sí, los vitrales también cuentan historias— dijo.
Se pareció tanto a mamá al pronunciar esas palabras, que ya no quise que dijera nada más.

La ceremonia terminó y todos los feligreses lucharon por salir del lugar. Aunque si alguien me hubiera preguntado si quería quedarme habría exclamado que sí, que para toda la vida, pero no podía hacerlo. Tal vez la primavera viviera en una catedral, con un jardín y debería ser un sitio donde siempre brillara el sol y en muy pocas ocasiones lloviera, pero sin llegar a hacer frío. El clima perfecto.
— ¿Violeta? —me llamó Ralph.
— ¿Si? —me mordí el labio.
—Él es Evan y ella es Sarah, los padres de Melinda y Gabriel— presentó a la familia.
Estreché sus manos y sonreí.
Ralph también se los presentó a mis hermanas.
Cuando el padre de Melinda estrechó la mano de Hanna se detuvo unos momentos en ella. Yo me habría sentido incomoda si alguien me mirara de esa forma... como si se tratara de una reliquia, solo que Hanna se mantuvo imperturbable ante la mirada del hombre que al fin la soltó.
Los adultos avanzaron a otra parte, dejándonos solos.
Miré a Hanna, quien resopló pesadamente.
—Lo lamento— dijo Gabriel—. Él puede ser un poco... excéntrico.
Mi hermana mayor se encogió de hombros.
—No importa. Vamos ya, el día tiene aires de que va a apestar, entre más rápido termine, mucho mejor.
Y todos la seguimos.
El vestido de color azul casi se perdía con su piel, y la bandita sobre su frente no ayudaba mucho a que diera un aspecto normal.
Ralph había dicho que iríamos a comer nosotros solos al pueblo, pero al parecer, la familia de Melinda también se había apuntado a la reunión.
Ralph iba al frente, hablando de cosas con Evan, después hablaban Summer y Sarah, y luego iban Hanna y Gabriel intercambiando comentarios sarcásticos. Amber y Melinda charlaban sobre cosas sin sentido. Y al final de la fila venia yo, completamente sola.
No pude evitar el sentirme mal frente a ese pensamiento.
Yo no tenía a nadie.
Fruncí el ceño y me mordí el labio para no llorar. Yo encontraría a alguien, tal vez estaba tardando más tiempo que las demás, pero podía tener algún amigo antes del cambio.
Los adultos, Melinda y Amber fueron con Ralph en la camioneta y a mí me tocó ir con Hanna, Summer y Gabriel.
Suspiré y me trepé en el auto del chico.
Summer subió en el asiento del copiloto y Hanna se sentó junto a mí.
— ¿A dónde vamos? —pregunté.
—Al único sitio decente de este lugar— respondió Gabriel y encendió el motor.
— ¿Y dónde está eso? ¿Qué es? —pregunté.
El chico medio sonrió.
— ¿Siempre haces preguntas? —dijo.
—Y apenas es el comienzo— respondió Hanna.
Quise enojarme con ella, pero no me miraba a mí, sino que veía por la ventana, completamente perdida en sus pensamientos.
Summer empezó a parlotear y Gabriel a darle la razón en todo.

Llegamos a un lugar donde había un gran estacionamiento y varios locales de comida.
La camioneta de Ralph ya estaba ahí.
Entramos a un restaurante de comida china y nos sentamos donde ya estaban todos.
Tanto mis hermanas como yo nos quedamos mudas al ver el menú.
—Todo tiene carne aquí— se quejó Amber.
— ¿Algún problema con eso, cariño? —preguntó Sarah.
—Son vegetarianas— respondió Ralph.
— ¡Oh! ¡Vaya! Lo tendré en cuenta para invitarlas a comer a casa.
Miré mis manos sobre la mesa en todo momento, yo no comería carne. Punto. Preferiría ser abandonada en medio del desierto al lado de Hanna. Eso decía todo.
El padre de Gabriel habló con el mesero y él dijo que no había problema, así que mis hermanas y yo terminamos comiendo una gran porción de arroz y verduras cocidas.
Todos acabaron de comer y cada quien se puso a hablar con quién tenían al lado.
Yo suspiré, estaba muy aburrida.
Desearía que en vez de Gabriel, fuese Dominik quien estuviera aquí, por lo menos él me incluía en sus conversaciones o jugaba conmigo.
Crucé los brazos y miré por la ventana.
El cielo estaba muy oscuro a causa de las nubes bajas. Ya no estaba ese manto gris y tranquilo, si no las nubes negras frotándose unas con otras y provocando relámpagos, dándole un aspecto siniestro a todo. No había parado de llover desde que llegamos al restaurante.
Hanna se puso de pie y se dirigió hacia afuera.
— ¿A dónde crees que vas? —Inquirió Ralph—. Afuera está diluviando.
Hanna fingió estremecerse.
—Qué miedo— murmuró ganándose una mirada de desaprobación por parte de papá.
— ¿Puedo ir contigo? —pregunté.
—No. Vi una librería de camino aquí, solo iré a ver si hay algo interesante para leer, no me tardaré mucho— dijo—. Y no te llevaré porque no me dejas leer en paz.
Ralph puso los ojos en blanco. Hanna salió del lugar sin decir nada más.
—Voy por ella... —comenzó a decir papá.
—Yo la traigo— interrumpió Gabriel y también salió del lugar.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now