CAPITULO 18.- HANNA:

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Era consciente de los pasos de Gabriel siguiéndome, no me detendría para saber qué quería.
—Déjame sola— dije.
Adaptó su paso al mío y pronto estuvo caminando a mi lado. Lo escudriñé con la mirada.
—Eso no funciona conmigo— comentó.
—Un arma de fuego funcionaria contigo— repliqué.
Se encogió de hombros.
—Inténtalo si quieres, aunque no creo que sea legal.
—Me importa un cuerno si es legal. Solo no deben descubrir tu cadáver.
— ¡Ouch!—se quejó—.Alguien se preocuparía por mí.
—Sí, espero que si— murmuré.
— ¿No me crees? Yo pienso que hay personas que se preocupan por mi bienestar.
— ¿Por quién lo dices? ¿Por tu perfecta familia o por tus amigos  lambiscones de la escuela?
Frunció el ceño.
—Mi familia no se preocuparía, te sorprendería la facilidad con la que puedo salir de casa y en cuanto a lo demás... yo no tengo amigos, no debo tenerlos.
— ¿Tu padre te lo prohíbe? —repliqué.
—Más o menos— medio sonrió—. Eres más lista de lo que pareces.
—No estoy segura si deba tomarlo como un cumplido.
—Tómalo como quieras.
Puse los ojos en blanco.
—La única que puede comportarse arrogante soy yo, así que vete y déjame tranquila.
—Me da lo mismo lo que quieras que haga. Ahora tienes compañía.
Aceleré el paso y entré en la librería.
—Creo que te gustaría más la compañía de tu amigo con ojos raros— comentó.
Lo miré enarcando una ceja.
— ¿Son celos los que escucho?—me burlé.
Soltó una carcajada seca.
—Claro que no, ni siquiera te considero bonita.
Me tomé la libertad de sonreír.
—Entonces dime la razón por la que siempre me miras— respondí.
Nunca creí estar viva para cuando llegara el momento en el que Gabriel se ruborizara, pero lo hizo y frente a mí.
Empezó a balbucear cosas de las cuales solo entendí: "Debería haberme ido..."
—Concuerdo contigo— dije—. Deberías dejarme sola. A propósito, el nombre de mi amigo es Dominik y no tiene los ojos raros, es algo llamado heterocromia.
Gabriel puso los ojos en blanco y se alejó de mí con la excusa de ver los libros.
Sonreí para mí misma. Nadie me había ganado en conversaciones de este tipo, nadie excepto Dominik, con quien podría decirse que empataba.
Tomé un libro de uno de los estantes y leí la reseña. No me llamó la atención así que lo dejé y pase a los demás.
Leí el cuarto título que llamo mi atención "La Torre de las Lamentaciones" La parte de atrás lucía un texto interesante:
"Las veces que contemplamos nuestro alrededor, y nos sentimos a salvo, son sólo momentos en los que desconocemos los peligros que nos acechan. La avaricia humana, a veces consigue superar los límites de lo verdaderamente peligroso, y cosecha monedas vendiendo almas, cuerpos, y conciencia."
Definitivamente lo compraría.
Con el libro en mis manos, me dirigí a la encargada del lugar cuando un escalofrió subió por mi columna. Estaba en el local, la sombra se paseaba libremente por el lugar. Burlándose de mí, jugando al gato y al ratón y, desgraciadamente, yo era la presa.
Miré por todo el lugar. No había rastro de la sombra, pero yo sabía que estaba ahí, la sentía.
Fue cuando vi a Gabriel, él tenía el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea. Pensé que también había sentido la sombra, al igual que aquel día en el que rescatamos el juego de Violeta, pero luego miré el libro que tenía entre sus manos "Ángeles Guardianes".
Al parecer el título le molestaba.
Sacudí la cabeza. Debía salir de ese lugar cuanto antes, ya que las sombras me perseguían a mí, y no quería que nadie más saliera lastimado, al igual que mamá.
Y dado el hecho de que hace unos días una sombra trató de aplastar a Gabriel con un estante...
No, yo debía irme y alejarme del lugar, del chico, de las personas.
Abrí la puerta haciendo sonar las campanas de viento. Afuera estaba diluviando, el cielo estaba cubierto de espesas nubes negras de tormenta. 
Bufé. Era lo único que me faltaba.
Corrí en dirección al estacionamiento vacío, con mis botas negras hundiéndose en los charcos, haciendo ruido y el estúpido vestido haciéndome tropezar al meterse entre mis rodillas.
Miré hacia atrás solo para asegurarme de que no me seguían y choqué con algo. Me volví rápidamente para saber qué fue lo que impidió mi carrera y estuve frente a frente con la sombra.
Sentí mi corazón latir muy rápido y la respiración atorarse en mi garganta.
La soledad, el miedo y la impotencia me invadieron. Ahora ya podía darle un rostro a mi perseguidor. Dos cuencas vacías donde deberían estar sus ojos, esos que me hacían ver el fondo de un alma sucia y corrompida. Y una boca que exhalaba un aliento con olor a putrefacto.
Caí sobre el asfalto y cerré los ojos, dirigiendo un último pensamiento hacia mis hermanas y Ralph. Lo lamento, pensé, no soy tan fuerte como creía.
Cubrí mi cabeza con ambas manos y ahogué un grito.

— ¿Por qué debemos cuidar a las personas? ¿Por qué darle regalos al mundo? —pregunté a mamá cuando Ralph nos contó todo sobre las estaciones.
Mi madre sonrió ante mis interrogantes.
— ¿Sabes que es lo mejor de las personas? —había preguntado.
Negué con la cabeza.
—Que siempre se levantan. Siempre debe haber una razón más poderosa que el miedo que nos agobia y esa simple razón nos hará levantarnos cuando sea y por lo que sea.

Abrí los ojos y bajé las manos ¿Por qué ese recuerdo de todos los que tenía? ¿Por qué ahora?
Con un grito que sonó más como un rugido puse las manos contra la calle y aprovechando la humedad del ambiente congelé la mayor parte del estacionamiento, provocando que la sombra se alejara unos metros de mí, solo lo suficiente como para que me levantara y corriera en dirección contraria.
Algo tomó mi pierna derecha haciéndome caer al suelo de nuevo. Mis rodillas sangraban y ahora mi bota estaba atrapada por lo que parecía ser la mano de esa cosa.
Grité sin poder evitarlo. Moriría y no podía hacer nada al respecto.
¡Ya no había esperanza!
Tres cosas ocurrieron:
Uno: Algo pasó tan rápido que no pude distinguir lo que era.
Dos: La sombra aulló y me soltó.
Tres: Algo se abrió paso por la espalda de la cosa.

Traté de arrastrarme lejos de ella con mi cabello empapado atravesado en mi visión, las palmas de las manos me escocían al igual que los codos y las rodillas.
Era un brillo en medio de la oscuridad. Una tenue luz que se fue haciendo más y más grande.
Y pronto la sombra ya no estuvo más. Simplemente dejó de existir.
Y lo que quedaba de la sombra tapaba la figura que había acabado con ella. Se esparció como una humareda negra por todo el estacionamiento. Pude ver como el aire se llevaba los residuos dejándome ver a mi rescatador.
— ¡Sí! —Exclamó el chico— ¡Sabia que no estaba loco! ¡Lo sabía! ¡De verdad existen!
¿Qué demonios lo tenía tan feliz?
Y después de festejar, reír y gritar fue que me vio, mojada, herida y enojada sobre el suelo.
No sé qué reacción esperaba de mi parte. Sus ojos azules eran cautos y salvajes, al instante que se acercó a mí.
— ¿Hanna? ¿Estás...?
No lo dejé terminar la frase. Me levanté de golpe y le di un puñetazo en la cara.
— ¿Un Guardián?—exclamé furiosa— ¡¿Eres un maldito Guardián?!
Gabriel se masajeó el área que golpeé.
— ¿Qué rayos les pasa a ti y a tus hermanas que siempre me golpean? —preguntó.
— ¡Me mentiste! —reclamé.
—No, solo no te dije toda la verdad. Además, ustedes tampoco me lo dijeron, tuve que investigar para de verdad estar seguro que se trataba de las estaciones— explicó.
Lo fulminé con la mirada, apreté los puños para no volver a golpearlo.
La lluvia no dejaba de caer.
Gabriel miró por todo el lugar, dándose cuenta desde que llegó, de que por lo menos la mitad de los autos aparcados tenían una ligera capa de hielo por encima de ellos.
Y yo miré aquello con lo que había acabado con la sombra: Una espada con un ligero resplandor de color blanco.
Se dio cuenta de hacia dónde estaba mirando y la alzó para que pudiera verla mejor.
—He aquí— comenzó a decir, con una voz que no parecía suya—. Tened en sus justas manos el Resplandor, que ha de acabar con la tempestad. Porque necesitas luz para acabar con la oscuridad. Al igual que se necesita el bien para derrocar al mal.
No pude hacer nada más que mirarlo. No parecía el Gabriel de siempre, este chico parecía algo más. No hubo petulancia ni burla cuando citó esas palabras, que parecían un viejo juramento.
— ¿Que...? —empecé a preguntar pero él negó con la cabeza.
—Debemos irnos. Esta sombra solo era un rastreador, te buscan a ti y a tus hermanas. Nunca atacan en solitario, siempre viajan en grupo.
Froté mis brazos y empecé a andar hacia su auto. Gabriel solo me seguía.
Estaciones. Guardianes. Sombras. Padre Tiempo. ¡De milagro no me había vuelto loca!

Abrió la puerta del copiloto para que yo subiera y después subió él, haciendo que el motor cobrara vida.
— ¿A qué te referías cuando dijiste que no estabas loco? —pregunté.
Gabriel frunció el ceño.
—Esto te sonará algo extraño, pero al igual que tu familia, nosotros nos regimos por leyendas. Hay una en especial que habla de ángeles guardianes, que no son precisamente ángeles, más bien son humanos dotados de habilidades muy específicas, todo lo necesario para mantener a las estaciones a salvo de la oscuridad— tomó una respiración profunda—. Melinda y yo heredamos esto por parte de nuestro padre, es algo que va pasando de generación en generación, la anterior entrena a la siguiente y así sucesivamente. Papá me entrenó a mí, y el abuelo a él. Es solo que... hace cien años que no hubo cambio de estaciones y al parecer la magia  se saltó la generación de mi padre, lo que provocó que él... no sé, como que está frustrado. Y bueno, hace un año... sentí que algo estaba cambiando, pero solo me sucedió a mí, ya que Melinda no vio ningún cambio. Era más rápido, más fuerte, más ágil... —sonrió para sí mismo—. Era excelente, podía hacer lo que quisiera. Saltar tan alto que parecía estar volando, correr tan rápido como el viento, levantar cosas muy pesadas sin ningún esfuerzo. Y luego empecé a tener una especie de rastreador de sombras, es muy extraño, pero es como un escalofrió que me recorre por todo el cuerpo lo que me advierte que hay peligro cerca. Nadie me creía, todos decían que estaba loco y que tenía una especie de trauma con las sombras y las leyendas, incluso mi madre quiso llevarme a la ciudad con un psiquiatra.
“El único que se lo impidió fue mi abuelo, quien me regaló la espada, citando las palabras que te he dicho antes. Y luego él murió. Yo sé que fueron las sombras quienes acabaron con él. Solo que...
—Nadie te cree— completé.
Gabriel asintió y apretó el volante. Sus nudillos blancos.
—Debemos advertirle a Ralph... a mis hermanas.
—No— pidió—. Aun no, por favor.
— ¿Y por qué no? —repliqué.
—Porque quiero reunir pruebas de que en realidad está sucediendo. Mi familia acepta que las estaciones regresaron, al igual que los guardianes. Pero quieren negar la llegada de las sombras. Déjame reunir las suficientes pruebas y entonces se lo diremos. ¿Sí?—me miró.
Apreté los labios en una fina línea.
— ¿Por favor? —sus ojos suplicantes.
—Tienes de aquí al inicio del verano para reunir tus estúpidas pruebas— gruñí.
Sonrió sin alegría.
—Eso solo me da un mes— se quejó.
—Sí, un mes— repetí asintiendo.
Suspiró.
—Es más que suficiente.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now