CAPITULO 14.- SUMMER:

317 37 1
                                    

El resto de la semana transcurrió sin percances.
Hanna me explicó todo lo que Gabriel y ella habían hecho para rescatar el juego de Violeta.
Era muy extraña la manera en la que se estaba abriendo a las personas.
Primero Dominik, después Gabriel y durante la semana se mostró amigable incluso con la hermana menor de Gabriel, Melinda.
Ellos eran hijos del guardabosques, quien resultó ser amigo de Ralph. Gracias a este hombre, era que habíamos llegado a vivir a este pueblo, ya que Ralph y él se conocían de muchos años atrás, y él ofreció la casa en la que ahora vivíamos.
Y eso era todo.
Era viernes y el día amaneció nublado.  Estuvo así toda la semana, sin dejar de llover. Tanta agua me estaba provocando nostalgia.
Salimos de la escuela y nos trepamos en la camioneta de Ralph, pero antes de que él pudiera arrancar, un chico se paró a un lado del auto.
—Hola— dijo Gabriel respirando agitadamente.
Le regalé una sonrisa. Estuve pasando mucho tiempo con él.
—El hijo de Evan ¿Cierto? —preguntó Ralph.
Gabriel asintió.
—Sí, señor. Tengo un mensaje de mi padre... más bien de mi madre— dijo con una sonrisa.
—Suéltalo chico, tenemos algo de prisa— apuró nuestro mentor.
—Ella quiere saber, sí, bueno... les gustaría acompañarnos a la iglesia este domingo— murmuró un poco avergonzado.
Nosotras nunca habíamos estado en una iglesia. Mi madre no creía en esas cosas y no nos inculcó nada de eso. Todo lo que sabíamos respecto a ellas era por Hanna, a quien le agradaba investigar sobre esos temas.
Supe por el ceño fruncido de Ralph, que la respuesta seria no.
—Me gustaría ir— me apresuré a decir.
—La historia de la religión es interesante— me secundó Hanna—. Sería bueno ir.
—Sí, me encantaría— nos apoyó Violeta.
— ¿Qué opinas Amber? —preguntó nuestro padre.
Mi hermanita se mordió el labio y asintió.
Ralph hizo un gesto de "que se le va a hacer" y sonrió.
—Bueno, me parece que es por mayoría. Dile a Sarah que nos vemos ese día.
Gabriel asintió y sonrió en nuestra dirección.
—Gracias, señor—dijo y se fue.

Nos bajamos de la camioneta cuando llegamos a casa y cada quien fue a su habitación a hacer sus deberes.
Le habíamos prometido a Violeta que cuando comenzara la primavera, le ayudaríamos a plantar sus flores pero las lluvias no nos dejaron.
Además de que Amber iba a sus clases y cuando no lo hacía, salía con Mel.
Yo iba de aquí para allá con Gabriel y sus amigos, también aprovechaba para entrenar.
Y Hanna. Ella salía con Dominik o entrenaba conmigo. En ocasiones salía sin que nadie se diera cuenta a quien sabe dónde, pero no lo hacía con Dominik, ella iba por su cuenta. Y cuando peleábamos en los entrenamientos me costaba seguirle el ritmo. Se estaba haciendo fuerte, incluso más que yo.
Me pregunté si tendría algo que ver con que su cambio era el más cercano.
Así que Violeta pasaba mucho tiempo sola en casa. Ella no se había hecho de alguien cercano, y no quería acompañarnos por miedo a ser la tercera persona a la que nadie quería.
No me agradaba que se sintiera así, pero tampoco insistiría en que me acompañara. Cuando Violeta tomaba una decisión, era muy difícil, si no es que imposible sacarla de eso.
Me cambié de ropa y salí al bosque a entrenar con mi espantapájaros, decidí ponerle nombre, no me parecía correcto simplemente decirle así; espantapájaros, ya que pasaba mucho tiempo con él. Así que ahora me dirigía a encontrarme con Sin Sueños.
Comencé por patearlo una y otra vez, dejé los puños para el final. Contrario a la primera vez que peleé con él, ahora no estaba enfadada y no necesitaba sacar frustración.
Así que lo dejé de lado y me senté en la orilla del lago.
Suspiré una y otra vez, dejando que el viento me rosara la cara, la lluvia se había detenido solo unas horas, pero el cielo amenazaba con otra tormenta.
Un año más, solo uno más. Y cada día esa fecha estaba más cercana y Hanna más alejada.
Cuando entrenaba lo hacía sola, solo a veces con nosotras, y bueno, pasaba tiempo con sus libros o con Dominik. La extrañaba y mucho. Añoraba los días que pasábamos con mamá, cuando salíamos al teatro, a la biblioteca pública o escuchábamos los conciertos que daban en el parque, o incluso cuando nos obligaba a ir a las convenciones de video juegos y caricaturas solo para que Violeta se divirtiera.
Ella era fantástica, y se llevó una parte de todas nosotras cuando murió. Se llevó más de Hanna que de cualquiera.
No me di cuenta cuando las lágrimas cayeron, hasta que tenía las mejillas mojadas. Tampoco me di cuenta de que había alguien más ahí, hasta que las hojas se rompieron bajo sus pies.
—Sabes que es muy extraño cuando alguna llora— dijo mi visitante.
Sorbí por la nariz y miré a Hanna.
—Es la humedad del ambiente— me excusé mientras limpiaba mi cara—. Además, debo llorar en alguna parte.
Hanna se quedó de pie y suspiró. Mirando a un punto fijo, ella se estaba tragando las ganas de llorar, sus ojos solo insinuaron las lágrimas, pero no las dejaron caer. Al fin, respiró profundamente y me miró.
—Mañana se cumple un año— dijo.
Sin poder soportarlo más rompí a llorar. Hanna solo se acercó y me obligó a recargarme sobre su hombro hasta que las lágrimas cesaron.
— ¿Crees que ella sea feliz ahora? —pregunté.
Mi hermana se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero será mejor pensar en otra cosa.
— ¿Cómo haces para soportarlo? — pregunté y la miré fijamente.
—No lo hago... procuro pensar en algo más, en algo que no sea tan doloroso. Pienso en los momentos que han valido la pena, tanto con o sin ella. ¿Recuerdas cuando conoció a Ralph?
—Si— dije y contuve una risa—. Fue de lo más gracioso que nos ha ocurrido.
Y ambas rompimos a reír. Hanna apagó su sonrisa, pero sus ojos aún se veían divertidos y tristes al mismo tiempo.
—Lloverá de nuevo—  dijo después de un momento de silencio— ¿Quieres nadar? —ofreció apuntando al lago.
Dudé, pero Hanna ya se estaba quitando la ropa, quedando solo en sostén y bragas.
Yo hice lo mismo y nos lanzamos juntas al agua que estaba tan fría que me hizo soltar un grito.
Hanna se rio de mi reacción y me lanzó agua a la cara, me quedé con la boca abierta y me arrojé sobre ella para hundir su cabeza en el lago.
Aun cuando la lluvia comenzó a caer, Hanna y yo seguimos jugando en el agua.
El sol se ocultó y la luna salió sin que dejara de llover. Ambas salimos del agua y nos pusimos la ropa que estaba mojada.
Seguíamos riendo y charlando sobre cosas sin sentido camino a casa.
Hanna subió a su recamara y se cambió. Después nos encontramos en la cocina, donde Amber estaba preparando chocolate caliente.
Violeta se unió a nosotras poco después.
Reímos con una de las bromas de la menor y bebimos de nuestras tazas.
—Cuéntanos la historia— le pidió Amber a Hanna.
Ella la miró y enarcó una ceja.
— ¿Cuál de todas?
—La de mamá y Ralph.
Hanna suspiró y comenzó:
—Una mujer, alta, hermosa, de cabello oscuro como el carbón, ojos de igual color y con una mirada llena de bondad e inteligencia. Esa mujer paseaba con cuatro niñas por el parque. Ellas estaban esperando que el concierto de la filarmónica comenzara... La niña rubia estaba nerviosa ante esto y mordía su labio mientras preguntaba una y otra vez si ya iba a comenzar. La madre de las niñas le pedía que tuviera paciencia, ella y la niña de cabello blanco estaban tratando de hablar sobre algo serio, cuando la chiquilla pelirroja se dio cuenta de que la niña de cabello negro no estaba. Todas se pusieron a buscarla por el parque, hasta que la albina la vio. Estaba jugando con los animales del lago, con los patos para ser más exactos. Todas suspiraron de alivio. Sensación que se esfumó cuando la niña resbaló y cayó al agua.
La madre corrió lo más rápido que pudo, pero un hombre apuesto de cabello castaño y ojos cafés, vio como la niña había caído al lago, así que sin pensarlo se lanzó al agua y la sacó de ahí, pero la madre también entró al lago, así que el hombre, al ver que la mujer tampoco sabía nadar, entró de nuevo al agua y la arrastró a la orilla.
La niña de cabello negro ya estaba bien, parada a un lado de su madre y del hombre que le daba respiración de boca a boca.
La pequeña estaba asustada, y empezó a gritar de una manera desagradable, ella decía:
— ¡Ayuda! ¡Se la está comiendo!
Las demás hermanas llegaron a la escena. La albina golpeó al hombre en la cara con una vara que había encontrado y la pelirroja se quedó al lado de sus hermanas menores.
La madre comenzó a toser el agua que había tragado y el hombre se hizo a un lado con un gran raspón en la frente.
La mujer estaba tan avergonzada que su rostro se puso de todos los colores posibles. Y fue cuando las niñas se lanzaron a abrazarla y ella rompió a reír.
El hombre le hizo coro. La madre les explicó a las niñas lo que había pasado, y cuando comprendieron que le estaba ayudando y no comiéndosela, se unieron a las risas.
Fueron a la casa de la pequeña familia y curaron la herida de él, quien se presentó con el nombre de Ralph. El nombre de la mujer era Sophie.
Ellos acudieron esa misma tarde al concierto en el parque, esa fue su primera cita de muchas.

Las cuatro reímos cuando Hanna acabó de contar la historia de Ralph y de mamá.
Él nos ayudó durante algún tiempo, mi madre y nosotras dejamos el lugar donde habíamos vivido y nos mudamos con Ralph. Ellos se veían felices, y a pesar de que ella no era nuestra madre biológica, no nos dejó, nos amaba como tal. Ralph se preocupaba por nosotras, y cuando se dio cuenta de lo que podíamos hacer...
Él le explicó a Sophie la leyenda de las estaciones, que él había estado buscando a las cuatro niñas durante bastante tiempo y dio con ellas por un simple capricho del destino.
Mi madre, por supuesto, dudó al principio, pero cuando pensó mejor las cosas, y recordó todo de lo que éramos capaces de hacer. Bueno, ella aceptó la verdad de Ralph.
Todo era paz, felicidad y tranquilidad hasta que sucedió...
Corté el pensamiento sacudiendo la cabeza. No era necesario recordarlo solo porque se cumplía un año de su muerte.
Solo era una mujer buena y solidaria que decidió que tenía mucho amor que compartir.
Sophie una vez nos dijo que ella no podía tener hijos, y que nosotras éramos la respuesta del mundo para ella.
Durante muchos años, después de la muerte de nuestra madre biológica, fue Sophie quien se hizo cargo de nosotras y quien fue digna del nombre de mamá.
El lugar en el que habitábamos era una especie de... no lo sé, solo eran muchos departamentos de mal aspecto donde vagabundos, ebrios y drogadictos llegaban a encontrar refugio del exterior.
Sophie siempre nos mantuvo a salvo.
Crecimos sintiéndonos amadas, eso era lo más importante. Aunque después de su muerte, nada volvió a ser lo mismo. Ralph y Hanna fueron los que más cambiaron.

Negué con la cabeza y reprimí las lágrimas.
— ¿Qué te pasa? —preguntó Violeta.
—Solo recuerdos— respondí.
El reloj de la sala anunció la media noche. Las cuatro nos miramos. Hoy era el día; hace un año que nuestra madre había muerto, hace un año que vimos a las sombras por primera vez, y ningún guardián apareció. Fue cuando empecé a dudar de la existencia de estos.
Y Ralph, bueno... él se sintió inútil por no haber podido salvarla.
—Hay que ir a dormir— dijo Hanna golpeando la mesa con las manos.
Ella caminó hacia la puerta del ático. Amber corrió a su encuentro y la detuvo.
— ¿Puedes...? ¿Crees que puedas...? —Amber se mordió el labio.
Pero Hanna comprendió y asintió.
—Solo esta noche— dijo.
Las mellizas sonrieron y tanto Hanna, como yo nos dirigimos a su habitación.
Dormí en la cama con Violeta y Hanna con Amber.
Un relámpago centelló en el cielo, dándole a la habitación un aspecto lúgubre. ¿Por qué precisamente esta noche tenía que haber una tormenta tan horrible?
Violeta se quedó dormida y pronto escuché la respiración uniforme de mis otras hermanas; hasta que yo también me dejé caer en los brazos de Morfeo.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now