MESES DESPUES.-

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Respiré profundo y dejé de mirarme en el espejo.
El verano llegaría en cualquier momento.
Antes, frente a mí, había una chica pelirroja de ojos azules. Esa noche soñé con el verano pasado, ella se despidió y me dijo que sería mi turno. Aunque, la verdad es que por más que te preparen, nunca estarás lista.
Bajé las escaleras de una por una.
Seguí comunicándome con Hanna a través de nuestro lenguaje secreto.
Terminé de bajar. Me esperaban Gabriel y Violeta. Tuvimos una pequeña fiesta de despedida la noche anterior.
Dominik se iba y regresaba de vez en cuando, para explicarnos cosas que no comprendíamos y detalles de cómo me sentiría, lograba ponerme nerviosa.
Hanna me dijo que no dolía, que simplemente te sentías atrapada en un remolino y de pronto estabas en otro lugar.
Respiré profundo y tomé la mano que Gabriel me ofrecía. Él me trataba como si fuera una pequeña princesa a punto de romperse.
Salimos de la casa, donde yo había decidido que quería irme. Junto a sin sueños, al lado del lago.
Miraba al suelo en todo momento.
Violeta no lloraba, al contrario, sonreía y me decía que todo iba a estar bien. Un recordatorio más de cómo habían cambiado las cosas.
Silver corría de un lugar a otro, olfateando los rincones.
Mi hermana sintió que el tiempo se acercaba, me dio un gran abrazo y se fue. Dejándome a solas con Gabriel.
Lo habíamos hablado ya. Él se quedaría a entrenar a los chicos y luego iría al verano, conmigo, cuando fuera el turno de Violeta de ser reclamada. Tres años después. Sería demasiado tiempo.
— ¿Estás segura?− preguntó por milésima vez.
Asentí. Podía sentir el calor acumulándose por todas partes.
—Te veré cuando te vea— respondí.
—Nunca le he encontrado sentido a esa frase— confesó.
—Te lo explicaré cuando me alcances— prometí.
Se inclinó y rozó sus labios con los míos un beso dulce y lleno de promesas.
—Será mucho tiempo— dijo.
—Has que parezca poco. Cuida de mi hermana por mí— pedí y lo besé por una última vez.
Cerré los ojos al sentir el cambio repentino. Ya no era la respiración de Gabriel lo que me mantenía cálida. No, fue un remolino de emociones.
El calor estaba por todas partes.
Abrí los ojos y me encontré con un cielo de un azul inmaculado. Una casa al lado del mar, en la playa.
Me quité los zapatos, la arena resultó tibia contra mis pies. Caminé hacia ese lugar, luego me detuve.
Estaba sola. Completamente sola.
Caí de rodillas, me llevé las manos a la cara y lloré. Lloré por todo lo perdido, por lo perdido y lo ganado por aquello que nunca podría ser.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora