CAPITULO 61.- VIOLETA: 3 AÑOS DESPUES.

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Me estiré en la cama, cuan largo me permitían mis extremidades.
Escuché como Silver hacia lo mismo a mis pies, solo que él bostezaba y se estiraba como suelen hacer los perros. Siempre envidiaba la forma en la que él se desemperezaba.
Abrí los ojos, y justo en mi campo de visión apareció Melinda.
— ¡Hoy es el día!− canturreó.
—Hurra— dije en medio de un bostezo y me di la vuelta en la cama—. Despiértame cuando sea la hora.
Sentí golpes ligeros en mi espalda, luego ella me tomó del tobillo y tiró de él para sacarme de la cama. Caí con un golpe seco sobre la alfombra.
A veces odiaba su súper fuerza de guardián.
Compartimos el cuarto durante tres años y nunca me dejaba dormir hasta tarde. Siempre me levantaba a una hora temprana, nos alistábamos, asistíamos a la academia y luego a casa a entrenar, donde nos esperaban los nuevos guardianes.
Este día era diferente. Sería un día de despedidas y reencuentros, ya que Dominik volvería y se llevaría a Gabriel con Summer, Thomas con Amber y a mí me reclamaría la magia. Sonaba bien así, pero ¿Y si Paul no quería venir conmigo? Aun no se lo preguntaba, era algo que estuve posponiendo, hasta que finalmente llegó el día, el gran día.
Soñé con la primavera esa noche, esa mujer era insoportable. Me trataba como si fuera estúpida.
Giré sobre mi misma y abracé las piernas de Melinda para hacerla caer. Ella no guardó el equilibrio durante mucho tiempo y cayó con un golpe seco sobre la alfombra.
—Vaya guardián— me burlé.
Ella soltó una risa. Era de sus puntos buenos, siempre encontraba una razón para reír y era realmente difícil hacerla enojar, yo nunca lo había hecho, pero era algo que los gemelos tomaron como reto: acabar con la infinita paciencia de mi amiga.
En una ocasión, colocaron miel en vez de su shampoo, ella tuvo que cortar su largo cabello negro, ya tenía bastante tiempo usándolo corto, como el de un chico. Decía que era más cómodo de esa forma, y así los gemelos no lograron fastidiarla.
Sus facciones habían cambiado, ya no estábamos en esa etapa, atrapadas entre adolescente y niñas, ahora éramos más grandes.
Melinda exhibía unos enormes ojos azul oscuro, un cabello corto y negro y una piel digna de envidia. Además, su cuerpo era el de una señorita, y con los entrenamientos… bueno, más de la mitad de los chicos del pueblo la invitaban a salir y ella los rechazaba amablemente, decía que esperaría al indicado.
Por mi parte, tenía el cabello a la altura de los hombros, no me atrevía a cortarlo más que eso, mi piel era pálida en un tono casi blanco. Mis ojos rasgados casi no permitían ver el color verde de mi iris. Algunos chicos habían tratado de invitarme a salir, pero luego se arrepentían. Suponía que Paul tenía algo que ver con eso, ya que si alguien me miraba de una linda forma, él ponía esa cara de perro rabioso.
Era alta, no tanto como Melinda, pero si dentro del promedio, y gracias a los entrenamientos, mi cuerpo se conservaba fuerte.
Ambas nos alistamos y salimos de la recamara en medio de bromas.
Hoy sería reclamada, no estaba asustada, ya que era la última de las cuatro y quería ver a mis hermanas.
Silver nos acompañó hasta la mesa, donde Sarah preparó un desayuno especial de despedida.
Mi comida vegetariana y la carnívora de sus hijos.
Ella solía cocinar mucho, le gustaba, se notaba que lo amaba. De hecho, le ofrecimos del dinero que dejó Ralph para poner un restaurante. Sarah y Melinda se harían cargo de él. Los gemelos y Sebastián ofrecieron su ayuda. El más pequeño exigió que dejáramos de llamarlo Leonardo hace un año, y es que, según él, ahora Sebastián el guardián era mucho mejor que una tortuga ninja. Los demás seguíamos llamándolo así para fastidiarlo.
Los gemelos eran… como decirlo, no, ni siquiera encontraba una palabra para describirlos. Todos en el pueblo querían lincharlos, siempre que ocurría algo malo, ellos eran los culpables. Eran una fuerza imparable de la naturaleza.
Todo estaba bien. Las cosas iban bien y las personas eran felices.
Incluso Sarah hizo amistad con la madre de Thomas. Ellas se quejaban de sus hijos guardianes y de cosas por el estilo. Esas pláticas de madres.
Gabriel estaba sentado de espaldas a nosotras. Podía verlo en tensión, ahora gozaba de veintiún años, y no era precisamente una persona muy paciente. No cambió mucho, a no ser por la estatura, ahora era un poco más alto.
— ¿Ya decidiste a quien le darás el resplandor?− preguntó Melinda mientras nos sentábamos.
Su hermano negó con la cabeza.
—Buenos días— nos saludó—. Aun no. Creo que los gemelos se arrancarán los brazos para tenerla, Thomas y Paul se van. El mayor hubiera sido el más indicado para portarla, pero…— se pasó las manos por el cabello.
Sarah llegó con el desayuno y hubo silencio.
Terminamos y salimos al patio, para encontrarnos con los chicos.
Los gemelos estaban en un mar de golpes, revolcándose en la tierra que aun tenia algunos residuos de nieve.
— ¡Orden!− gritó Gabriel.
Solo Sebastián se puso en firmes.
—Esto no es el ejército— se burló Melinda.
Paul y Thomas estaban apartados del grupo, sentados sobre la fría tierra, con la espalda recargada en la del otro. Mantenían una conversación seria.
Me acerqué un poco y carraspeé.
Paul alzó la mirada. Sus ojos cafés me recorrieron, no de una mala manera, nunca me hacía sentir mal, más bien halagada.
— ¿Un vestido?− preguntó al fin, mientras se ponían de pie— ¿En serio?
—Iré a la primavera— me quejé.
—Pero a ti nunca te gustó usar vestidos.
—No habrá nadie para mirarla, relaja los celos— bromeó Thomas.
Su hermano lo fulminó con la mirada. El mayor se despidió y se unió a los demás.
De todos nosotros, era Thomas el que se mostraba más ansioso. Tenía días sin poder dormir, en espera de encontrarse con Amber.
No era más alto que antes, pero tampoco más bajo, se conservó en su estatura normal, pero era quien más progresaba en eso de ser un guardián, aprendía muy rápido.
Tom era el chico por el que todas se derretían, cuando le ayudaba a su madre en la tienda de antigüedades, no había quien no coqueteara con él, aunque siempre se mantuvo fiel a Amber.
Paul ya era más alto, solía burlarse de mi cuando me dejó abajo, una cabeza y media más alto que yo.
¡Maldito pie grande!
Su complexión no estaba tan mal, después de todo era un guardián, solía entrenarse más que los demás, tomárselo muy en serio. Podía seguirle el ritmo a Thomas,  pero Paul, su problema es que era demasiado competitivo.
Yo sabía que las chicas se fijaban en él, y no me agradaba la sensación que se posaba en mi pecho cuando me daba cuenta de que alguien le obsequiaba cosas. Cartas que no leía,  chocolates que comíamos entre los dos. No era que tuviéramos una relación amorosa, solo éramos amigos. Él nunca había mencionado que fuéramos nada más.
Escuché como todo se volvió más feliz que antes. Hubo bienvenidas y cosas por el estilo. Giré la cabeza para darme cuenta de que Dominik había llegado.
— ¿Thomas se despidió de tu madre?− le pregunté a Paul.
—Sí, hubo llanto y cosas por el estilo. Pero creo que lo entiende— suspiró.
—Qué bien— no supe que más decir.
Ambos fuimos a donde estaban los demás. Dominik nos saludó con un gran abrazo.
Él era quien menos había cambiado. Solo que ya no tenía anteojos y al parecer se ejercitaba ya sin estar preocupado por el asma. Tenía el aspecto que debería tener el padre tiempo.
Todos lo obedecían sin chistar, incluso los gemelos.
Decidieron que el primero en irse seria Gabriel. Él estaba tranquilo, los guardianes formando una hilera frente a él, esperando que eligiera al nuevo líder, aquel que usaría al resplandor.
Melinda estaba sentada a un lado, observando a los demás con ojos tristes.
—Cada uno de ustedes— dijo Gabriel, como si fuera a dar un gran discurso—. Ha sido un verdadero dolor de culo ¡En especial ustedes dos!− apuntó a los gemelos quienes inflaron el pecho orgullosos— ¿Tienen idea de con cuantas personas me he enemistado por su culpa? ¿De cuantas disculpas he tenido que ofrecer?− se calmó y relajó los hombros cuando los chicos bajaron la cabeza—. Y tú—dijo a Sebastián—. Eres pequeño, no tienes la madurez suficiente para tener tanta responsabilidad entre tus manos, tal vez después, pero no ahora.
Todos estábamos esperando su decisión, cuando él se giró abruptamente, recogió el resplandor de donde estaba y se acercó lentamente a su hermana.
Melinda lo observaba con los ojos muy abiertos, llenos de sorpresa.
—He aquí— comenzó a decir Gabriel—. Tened en sus justas manos el resplandor que ha de acabar con la tempestad. Porque necesitas luz para acabar con la oscuridad, al igual que se necesita el bien para derrocar al mal.
Le sonrió a su hermana, quien se puso de pie y tomó la espada con ambas manos. La sacó de su funda, dejándonos ver el brillante color.
Yo sabía cuánto significaba eso para mi amiga.
—Has que me sienta orgulloso. El arma digna de un líder— dijo Gabriel.
—Acepto la responsabilidad— respondió—. Juro que entrenaré a estos guardianes y me encargaré de que las generaciones venideras tengan la responsabilidad y la valentía necesarias para cumplir con su papel en este mundo. Juro que me encargaré de que las estaciones están siempre protegidas y que la paz perdure en este mundo— terminó su juramento y se lanzó a los brazos de su hermano.
—Voy a extrañarte, pequeña— dijo Gabriel y le besó el cabello.
Se separaron. El guardián le dio un asentimiento al padre tiempo, quien estuvo observando todo con una sonrisa.
Gabriel puso su mano en el hombro de Dominik. El padre tiempo sacó su reloj de bolsillo, dibujó unos extraños símbolos con el dedo en el aire, luego murmuró unas palabras. Los dos desapareciendo poco a poco de nuestras vistas.
Había visto antes como Dominik lo hacía, ir y venir, nunca dejaba de ser sorprendente.
Sabía que él debía regresar por Thomas.
Al parecer, a los gemelos no les importó el regaño de Gabriel, ya que volvían a hacer de las suyas, peleando por tonterías. Y Sebastián les gritaba que era por su culpa, y que él no era culpable de ser pequeño.
Tom aprovechó para despedirse de Paul. Luego, entre los dos, separaron a sus hermanos de la pelea en la que se habían metido y también se despidieron.
Melinda seguía mirando el resplandor.
—Lo mereces— dije.
—Haré que Gabriel y el abuelo se sientan orgullosos— comentó.
—Que sea por ti— contradije— .Todo lo que hagas, que se siempre por ti, no por nadie más.
Ella dejó la espada a un lado y se puso de pie para envolverme en un abrazo.
—Voy a extrañarte— murmuró en mi oído—. Prometo cuidar bien de Silver.
—Gracias— dije y respondí su abrazo.
Dominik volvió. Dijo que Gabriel y Summer tuvieron un reencuentro empalagoso, y que era mejor dejarlos solos lo más pronto posible. Se estremeció ligeramente cuando lo dijo.
Todos reímos ante la insinuación, excepto Sebastián, quien no comprendía nada.
— ¿Estás listo?− preguntó Dominik a Thomas.
El chico rubio simplemente asintió, puso la mano en el hombro de Dominik y la operación se repitió. El símbolo que dibujó en el aire era diferente.
¿Qué reacción tendría Amber al verlo? Ella no se lo esperaba.
Melinda se despidió una última vez y fue a poner orden a la situación con los nuevos guardianes.
Caminé alejándome de todos. Sabia, sin necesidad de girarme, que Paul me seguía, podía escuchar sus pasos, aunque, según él, era igual de silencioso que un gato.
Llegué al puente y me detuve a la mitad de este, columpiándome sobre la barandilla.  Mirando como el agua corría, fuerte y firme sin que nada interrumpiera su paso.

Visitaba la vieja casa en ocasiones. La naturaleza ya había invadido todo, y lo único que quedaba presente, era el columpio que Thomas hizo para Amber.

—Vas a caerte— dijo Paul mientras tiraba de mi para ponerme en un sitio seguro.
—No sé qué pensar— comenté.
—No por eso debes tratar de suicidarte.
—No quería suicidarme… solo ¿vas a extrañar todo esto?− pregunté.
— ¿Por qué habría de extrañarlo?− indagó, una sonrisa torcida cubriendo su rostro.
—Yo creí que vendrías a la primavera conmigo— susurré y bajé la vista al suelo.
—No— dijo—. Eso es algo que diste por hecho, nunca me lo preguntaste.
— ¿Y no vendrás?− pregunté levantando la vista.
Se llevó la mano a la barbilla, como si lo pensara detenidamente.
—Déjame pensar. Me despedí de mi madre, de mis hermanos, dejé que le dieran el resplandor a Melinda. Odio el frio, con toda mi alma— suspiró teatralmente y me sujetó la barbilla para obligarme a mirarlo— ¿Por qué no querría ir contigo? Tengo las cosas planeadas desde que supe la verdad. Por eso entrenaba tan arduamente, para que tu pudieras estar protegida en donde quiera que te encontraras. Quiero cuidarte de todo lo que pueda hacerte daño.
Lo golpeé en el hombro juguetonamente para que no supiera cuan abrumada y feliz me había dejado su comentario.
—Eres un bobo— dije—. Un…
No terminé la frase, sus labios estaban sobre los míos, acallando mis insultos hacia él. Era dulce y familiar. Mi corazón danzaba dentro de mi pecho. Nos separamos y lo miré a los ojos.
—No estuvo tan mal— bromeó.
—Eso dices a todas las chicas que has besado— repliqué.
Me besó de nuevo y se separó muy rápido.
—Ambos sabemos que eres la única chica a la que he besado— respondió y cerró la distancia que nos separaba.
Enredé mis manos en su suave cabello, él colocó las suyas sobre mi cintura. Los ojos cerrados, los sentidos atentos.
¿Por qué había pasado tanto tiempo evitando los besos? La respuesta era sencilla, no eran besos simples lo que quería, eras sus besos los que esperaba.
Estaba tan perdida que no noté el torbellino de magia que nos arrastró con él. Solo hubo una brisa fresca y cuando abrí los ojos, me encontré con unos profundos ojos del color de las castañas observándome.
Reí y reí sin poder evitarlo.
Estábamos en un lugar, donde el aire soplaba fresco, y las flores cubrían todo, había flores de todos colores por doquier. Y una casa con vitrales, hermosos vitrales.
Paul enredó sus dedos con los míos.
Todo aquello era cuanto había esperado.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now