CAPITULO 53.- HANNA:

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Estaba entrenando con el estúpido espantapájaros de Summer cuando lo vi. ¿Qué hacia Evan en nuestra casa? El padre de Gabriel fue con Ralph esta mañana a alguna cosa relacionada con las sombras y las estaciones, averiguarían algo. A darles caza a esas cosas.

No pude evitar recordar la conversación que tuve con Ralph esa mañana, cuando descubrí que estaba empacando una maleta en su habitación. Me recargué sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados a observarlo.
—Debo darte crédito—dije y él dejó de empacar cosas—.  Nos soportaste mucho más tiempo que nuestro padre biológico.
— ¿Siempre tienes que ser tan cruel? —inquirió.
Me encogí de hombros como respuesta.
— ¿Necesitas ayuda con eso? Porque puedo llamar a Summer.
Ralph sonrió ante la broma. Lo tomé como una buena señal y me acerqué para ayudarlo a doblar algunas cosas, me costó muy poco el darme cuenta de que llevaba cosas para acampar, por no mencionar las dos armas de fuego.
— ¿Necesito saber para qué usaras eso?  ¿A dónde vas? —pregunté hoscamente.
Él suspiró.
—Evan y yo iremos a darles caza, no puedo quedarme de brazos cruzados después de lo que pasó con Amber.
— ¿Y pensante que no necesitábamos saberlo?
—No, se los iba a decir, lo descubriste antes de tiempo.
—Mentiroso— acusé.
—Siempre has sido la más lista de las cuatro. Sé que estarán bien siempre y cuando se queden contigo…
—Deja de hablar así— interrumpí—. Esto no es una despedida, es un hasta pronto, vas a volver.
Ralph iba a decir otra cosa, pero escuchamos las pisadas en las escaleras y luego Summer pasó y nos vio a los dos.
—Hola— murmuró—. Si interrumpo… yo…
—No interrumpes nada, pasa— dijo Ralph.
—Nunca te ha importado interrumpir conversaciones— le dije a mi hermana.
—Pues ahora si— replicó.
Sonreí un poco y entre los tres terminamos con la maleta. Summer no dijo nada al ver las armas que llevaba Ralph con él, pero me miró con angustia.
Me senté sobre el suelo, abrazando mis piernas y luego mi hermana me acompañó, mientras Ralph nos miraba.
—Aún recuerdo cuando eran un par de niñas inquietas y malcriadas— dijo.
—Seguimos siendo malcriadas— contraataqué.
Los tres sonreímos.
—Lamento no haber podido evitar lo de Amber. Ahora, haré lo posible para que esté a salvo donde ahora se encuentra, y hasta lo imposible por asegurarme del bienestar de todas ustedes ¿Está claro? Sé que lo digo casi nunca, pero las quiero. Ustedes, Violeta, Amber, Sophie. Han sido eso que le dio sentido a mi vida, y no por ser el padre tiempo, si no por ser ese hombre que estaba perdido y encontró su camino.
No pude decir nada, solo miré a sus ojos que ahora parecían tristes. Summer ya lo envolvía en un abrazo.
Me levanté y coloqué mi mano sobre su hombro.
—Promete que volverás ¿Si? —pedí.
—Lo prometo— respondió.
Más le valía al padre de Gabriel traerlo con bien, o yo misma me encargaría de congelarle en trasero, de dejarlo invalido… de… no se me ocurría nada lo suficientemente fuerte.

Por eso ahora, al ver llegar a ese horrible ser humano a mi casa, no pude evitar pensar en lo peor. Me quité las manoplas para entrenar y me sequé el sudor de la frente.
— ¿Qué pasó? —pregunté, la histeria subiendo por mi garganta.
Summer salió de la casa, al percatarse de que había llegado ese auto desconocido, con Evan a bordo.
Ralph había llevado a Violeta a la academia en la mañana, después volvió a casa para empacar, lo vimos desaparecer en la carretera. Su camioneta debía ser la que llegara por ese camino, no la de nadie más.
— ¡Lárgate! —Grité al hombre—. Sera mejor que te largues y que la próxima vez que pases por ese camino, sea con Ralph, o de lo contrario…
—Entren en la casa, tengo algo que decirles— ordenó.
Summer me regaló una de sus miradas asustadas.
— ¿Dónde está Ralph? —susurré.
Evan me miró y pude jurar ver el fantasma de una sonrisa, tan rápido como apareció, esta se esfumó.
La camioneta de Ralph estaba aparcando justo frente a la casa. Solté la respiración lentamente, mis nervios se relajaron. Mi mente más rápido que un rayo se había imaginado lo peor.
Vi en los ojos de Summer que sentía el mismo alivio.
Melinda y Violeta bajaron de la camioneta. Después Gabriel bajó del asiento del conductor.
— ¿Qué está pasando? —preguntó la menor de mis hermanas.
Como respuesta, un relámpago centelló en el cielo y las gotas de agua comenzaron a caer, fuertes y frías.
—El otoño está triste— susurró Violeta. Desde lo de Amber… me sorprendía que pudieran seguir sintiendo lo mismo.
Silver salió de la casa al escuchar la voz de mi hermana. Esta lo recibió con los brazos abiertos.
—Será mejor que entremos— sugirió Gabriel por encima del ruido de la lluvia.
Ya se estaban formando pequeños riachuelos que irían a parar al lago. No quería entrar, no quería irme, no iba a moverme de ahí hasta que me dijeran que estaba pasando.
Nada malo podría haberle pasado a Ralph, ya que, si eso sucedía, el tiempo estaría completamente descontrolado.
—Vas a decirme que sucedió en ese lugar, no me moveré de aquí hasta que lo hagas—dije a Evan con toda la frialdad que fui capaz de reunir.
Podía sentir cada partícula de agua a mí alrededor, si lo congelaba justo en este lugar, con esta humedad, él moriría. No me desagradaba la idea.
No me di cuenta de que me acerqué a Evan, hasta que Gabriel se interpuso entre los dos. Pude ver que llevaba el resplandor en la funda para espadas.
— ¡NO! —Grité— NO hasta saber que sucedió.
— ¡Ralph está muerto! —Gritó Evan en respuesta— ¿Es eso lo que querías saber? Muerto, está muerto.
Me quedé en una sola pieza. Podía escuchar los gritos y sollozos de mis hermanas a unos metros de mí, pero lo que inundaba todo el ambiente era el sonido de la lluvia al caer. Ahora comprendía el cambio repentino del clima, y todo lo demás.
—Necesito saber— me escuché decir.
—Les daríamos caza— comenzó Evan. Ese hombre no tenía sentimientos—. Al parecer, caímos en una trampa, y él se quedó atrás. Eso es todo lo que sé.
— ¿Y se puede saber por qué tu si estas vivo y él no? ¿Por qué pareces estar ileso? —reclamé.
—Tenía que escapar— replicó—. Volver aquí, y advertirles.
— ¡Y dejar morir a tu amigo!
— ¡Yo no dejé morir a nadie!
—Cobarde— insulté—. No eres más que un maldito cobarde. Al golpear a tu hijo, al odiar tu vida pero no tener el valor para escapar de ella, al abandonar a tu mejor amigo en una pelea ¡Eso es lo que eres! ¡Un maldito cobarde!
Cuando terminé mi arrebato, Gabriel me miraba con los ojos llenos de sorpresa. Dije aquel secreto que había jurado proteger, y ahora Melinda me había escuchado, miraba a su padre con una mezcla de decepción y furia. Gabriel era el héroe de esa chica, se notaba a simple vista.
No podía soportar más estar ahí. No quería. Ni siquiera estaba esa energía que se apoderaba de mi cuando estaba muy enfadada. Simplemente no había nada. Ralph se había ido, al igual que Sophie, él ya no estaba.
—Pero el tiempo— dijo Summer, entrando a la pelea por primera vez—. Estaría descontrolado sin Ralph…
—No seas estúpida—gruñó Evan—. Él eligió un sucesor.
—Será mejor que te controles—advirtió Gabriel a su padre.
— ¿Quién me detendrá? ¿Tú? —inquirió este.
—No vuelvas a llamarla así…
— ¿Cómo? ¿Estúpida? Eso es lo que son ¡Son mujeres! —exclamó este.
Lo último que supe fue que Evan estaba tirado sobre la tierra mojada. Y Gabriel no podía creer lo que había hecho. Él había golpeado a su padre por haber insultado a Summer.
No podía seguir soportando este tipo de cosas.
Hice lo que nunca creí que haría.
Hui.
Corrí lo más fuerte que me permitían las piernas, sentía los pinchazos del agua fría contra mi piel. El cabello escapándose de la coleta en la que había estado atado, cubriendo mis ojos y obstruyendo mi visión. Las piernas temblando ante cada paso.
Cuando al fin caí, me di cuenta de que estaba en el puente. No me tomé la molestia de levantarme, sino que simplemente me giré, de cara al cielo, con las gotas de lluvia golpeando mi cuerpo. No supe en que momento comencé a temblar.
— ¡Lo prometiste! —Le grité a la nada—. Prometiste que volverías, que ibas a estar bien.
Y continúe susurrando esa frase, hasta que me dolió la garganta. Podía escuchar el rio, justo debajo del puente. Sería fácil rodar unos centímetros, caer y dejar que la naturaleza hiciera conmigo lo que fuera, que me destruyera si así lo deseaba. Yo ya no quería soportar nada de esto, solo ya no.
Sin mamá, sin Amber, sin Ralph.
Nunca le dije cuanto lo quería y cuan agradecida estaba con él por todo. Siempre peleábamos y nunca le agradecí, nunca fui una buena hija para él.
Supongo que las personas piensan este tipo de cosas cada vez que pierden algún ser querido, pero ¿Qué más daba?
La lluvia no dejaba de caer, caía cada vez más fuerte, si es que eso era posible.
Mi cuerpo parecía tener vida propia o una mente aparte, ya que sin que se lo ordenara, se movió y mis piernas siguieron el camino, paso tras paso. Mucho antes de llegar ya sabía a donde me dirigía.
No estaba tan retirado de la carretera, lo peor que podía sucederme, era que me arrollara un auto, o que una sombra decidiera atacarme justo en este momento, no me importaba, si moría, estaba mucho mejor, la muerte no era algo que me atreviera a darme yo misma.
Mis pies se frenaron. Podía ver la luz a través de la ventana.
Me quedé de pie el umbral, completamente mojada, mostrándome como lo que realmente era: Un ser roto.
Desde aquel día de la pelea, él no me había buscado, y yo tenía la culpa, ya que solo me encargué de alejarlo, una y otra vez. Y ahora estaba de pie, frente a la puerta de su casa, ni si quiera sabia porque mis pies me trajeron hasta aquí.
Llamé a la puerta dos veces. Nadie abriría, había una horrible tormenta, el cielo lloraba y yo estaba hecha un lio de ropas mojadas y cabello escurriendo.
La puerta se abrió y apareció el rostro de Dominik.
— ¿Hanna? ¿Qué estás…? —se veía confundido.
—Te necesito— interrumpí—. Sé que he sido peor que una bruja contigo, pero te necesito… —no pude terminar de hablar, ya que las lágrimas caían por mi cara confundiéndose con el agua de la lluvia. Los sollozos me inundaban la garganta, tanto que me costaba respirar.
En lo que menos pensé, la lluvia ya no estaba cayendo, creí que se detuvo, hasta que miré a mí alrededor. No había parado, tampoco estaba bajo techo.
Dominik me tenía entre sus brazos, rodeándome con un abrazo protector. Enterré la cara en su pecho y lloré.
No le importó el hecho de que ahora ambos estábamos empapados de la cabeza a los pies.
—Será mejor que entremos— dijo después de un momento.
Asentí y respiré profundo.
La casa se veía normal, como cualquier otro día de estudio, en el que Tessa nos daría algo de comer, acompañado de caramelos. Ella era como una de esas ancianitas amables de los libros. Nunca se lo diría a Dominik, ya que, si bien no los amaba como sus padres, él estaba agradecido porque lo adoptaran.
—Vas a enfermarte— dijo mientras señalaba mi ropa empapada.
Asentí de nuevo.
—También tu— respondí.
Él medio sonrió. Subió las escaleras, después volvió cambiado con ropa seca, y otro montón en sus manos.
—Puedes ponerte eso— comentó y me la dio.
Entré en el baño y me cambié con lo que me daba. Una camiseta que me quedaba grande de Arctic Monkeys y un pantalón para dormir de color negro.
¿Qué estaba haciendo? Debía volver a casa y hacerme cargo de la situación, ayudar a mis hermanas, en cambio, estaba aquí, buscando consuelo.
Salí del baño, Dominik estaba sentado sobre el sofá, jugando con los canales de la televisión. Solo funcionaban tres, y eran canales locales, gracias a la tormenta.
—Hay chocolate caliente— dijo y se frotó la nuca un tanto incómodo.
— ¿Dónde están tus padres? —pregunté.
—Salieron esta mañana a comprar cosas a la ciudad, pero no pueden volver por culpa de la tormenta.
—Ese chocolate caliente suena perfecto— dije.
Dominik se levantó de un salto y fue a la cocina por mi bebida. Me senté justo donde antes estaba él y luego volvió y puso la taza tibia entre mis manos.
—Gracias— murmuré.
Se sentó a mi lado.
— ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó.
—Ralph está muerto— contesté.
— ¿Qué? —parecía muy sorprendido.
—Lo que escuchas. Esas cosas, las sombras, te hablé de ellas antes, mataron a Ralph porque el cobarde de Evan lo dejó solo. Fueron esas mismas cosas las que obligaron a Amber a irse…
—Espera— interrumpió— ¿Muerto? ¿Qué tiene que ver el padre de Gabriel en esto? Pensé que Amber estaba muerta...
Lo miré. Ya no me importaba nada ¿Qué sentido tenía seguirle ocultando las cosas?
—Amber no está muerta. Solo se fue— dije cortante.
Dominik pareció entender que yo no tenía ganas de hablar, así que solo miró el fuego de la chimenea que había encendido antes de que llegara.
—Ralph estuvo aquí— comenzó—. Esta mañana, él estuvo aquí. Dijo que tenía algo importante que decirme. Me explicó lo que es un padre tiempo, cual es el propósito de este personaje, también me explicó el rol que él debe cumplir. Pero solo eso, dijo que casi no tenía tiempo, así que después me buscaría para hablar…
Sonreí ligeramente, Ralph no era ningún estúpido, él sentía que las cosas ya estaban muy mal. El padre tiempo debía ser alguien que se adaptara fácilmente a este tipo de cosas, a la magia, debía ser una persona inteligente para comprender todo.
—Y me dejó esto— siguió Dom. Sacó algo del bolso de su pantalón.
El viejo reloj de bolsillo.
Dominik lo abrió y pude ver, después de muchos años la inscripción que tenía dentro.
Cuando Ralph descubrió lo que éramos, nos explicó lo que era el padre tiempo y nos mostró aquel reloj abierto por primera y última vez. Le faltaba una manecilla y los números no eran ningunos que yo conociera y en la tapa había una linda inscripción, las palabras nunca salieron de mi cabeza.

El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.

Eso decía la pequeña inscripción en el reloj que ahora pertenecía a Dominik.
Recargué mi cabeza sobre su hombro, y pude sentir como se tensaba.
—Estás nervioso— dije.
—No es para menos. La última vez que nos vimos, me estabas besando.
—Hace falta un filtro para tu gran bocota— bromeé.
—Soy muy torpe para esta clase de cosas— siguió—. Lo siento.
—No importa— respondí.
Sentí mis ojos cerrarse poco a poco. Lo calientito del fuego haciéndome sentir sueño, por no mencionar el movimiento adormecedor de las llamas. Me dejé llevar por todo el cansancio y las emociones.
Sin saber cuándo o como, me quedé dormida.

Abrí los ojos y miré el techo. Una manta no conocida me cubría.
¿Dónde estaba? Me tomó unos segundos para recordar los sucesos de la tarde anterior.
Miré hacia la ventana, algunos rayos de sol se filtraban entre las nubes del cielo, y trataban de llegar hasta donde estaba. La chimenea ya no exhibía fuego alguno.
Escuché como un lápiz se deslizaba sobre la hoja, al vivir con Violeta, ese era un sonido bastante familiar y reconocible.
—Hola— dije con voz pastosa.
Dominik dio un salto en el lugar que estaba.
—Buenos días— respondió—. Me asustaste, creí que aun estabas dormida.
Parecía que estaba muy concentrado en algún trabajo que ahora descansaba en la mesa. Él siguió con lo que hacía, y yo, simplemente me quedé donde estaba, apoyando la cabeza sobre el brazo del sillón.
Era un lugar tranquilo y pacífico, con la compañía de una persona que estaba demasiado feliz al vivir en su propio mundo.
—Podría estar así por siempre ¿Lo sabes? —dije.
—No sé a qué te refieres—contestó, prestándome atención de pronto.
—No importa.
Me di cuenta de que había marcas purpura bajo sus ojos bicolor.
— ¿No dormiste nada? —pregunté.
—No, no pude hacerlo. Hablas mucho cuando duermes, incluso amenazas a las personas, es divertido observarte.
—Acosador— repliqué ante su raro comentario.
Me levanté, metí mis pies en los deportivos que ahora estaban secos, gracias al calor que crepitaba de la chimenea la noche anterior.
Me acerqué a Dom y miré por encima de su hombro.
En la mesa había un montón de papeles que hablaban sobre teorías de saltos en el tiempo y todas esas cosas.
— ¿Qué es esto? —pregunté.
—Ralph me lo dio— contestó—. Dijo que lo necesitaría si quería que ustedes estuvieran a salvo.
—Gracias— dije—. Por tratar de comprender todo esto, por querer protegernos, a pesar de todo el daño que te he hecho.
—Aún hay muchas cosas que debo aprender.
—Tienes razón. Cámbiate— ordené—. Vendrás conmigo.
No discutió.
Me cambié con la ropa del día anterior, que ahora estaba seca gracias a que los Mason tenían secadora de ropa. Debía conseguir una de esas para antes de ser reclamada. El simple pensamiento me robó una pequeña sonrisa.
Dominik volvió, ya listo, ambos subimos a su auto y él condujo hacia donde le dije que fuera: El lago que estaba en el bosque cerca de la casa.
No compartimos palabra alguna en el auto. No quería llegar a casa y encontrarme con la réplica de la escena de ayer, así que fuimos directamente al lago.
Nos sentamos en el tronco de la orilla.
—Así que era por lo del padre tiempo que podías seguirle el ritmo a Gabriel— dije.
— ¿Tan impresionante es que pudiera mantener su nivel?
Asentí.
—Lo es. Los guardianes son fuertes, más que las personas normales, también muy rápidos.
Él frunció el ceño al escucharme hablar así.
—Tienes esa mirada de nuevo, y estás hablando en ese tono que deja ver admiración— murmuró.
—Admiro a los guardianes, desde que escuchaba las historias de Ralph, me encantaban. Nunca imaginé que fueran tan… humanos. Ahora solo queda decepción y rabia. Me siento enojada y triste al mismo tiempo y yo… —me bastó una mirada hacia él para bajar mis ojos al suelo—. Lo lamento mucho, Dominik.
Él sostuvo mi barbilla y me obligó a mirarlo.
—No es tu culpa... yo... yo no tuve el valor de decirte nada, pensé que lo descubrirías y ya, igual que los libros... aunque, tampoco me molesté en dejar pistas, Hanna... Yo simplemente creí que lo sabrías por tu cuenta, es decir, todo el mundo ya lo sabe, todos se percataban de ello, todos menos tú— suspiró profundo—. Y si Gabriel se adelantó, ese fue mi problema. Él, aunque es un idiota, pudo ver lo maravillosa que eres y que necesitas amor y comprensión por sobre todas las cosas.
No noté cuando mis lágrimas comenzaron a salir hasta que Dominik las limpió con sus manos. Ahora llorar se me estaba haciendo costumbre.
Me recargué en su pecho, pero no lloré, simplemente quería aspirar su aroma a pergamino viejo y humedad.
Me separé de él y lo miré a los ojos.
— ¿Quieres que te cuente una historia? —pregunté y me mordí el labio.
Dominik asintió.
— ¿Es real? —Asentí—. Creo que me merezco saberla.
—Sí, lo mereces— dije—. Quítate los anteojos.
—No podré ver nada.
—Ese es el punto— repliqué.
Dominik frunció el ceño y dejó sus anteojos a un lado.
Me encaminé hacia el lago y puse mis palmas contra la superficie. Respiré profundo, dejando que el frío envolviera cada parte de mi ser, y luego saliera y congelara el lago.
Sonreí abiertamente. Cree una pista perfecta de patinaje.
—Quiero que esperes aquí sentado— ordené y corrí lo más rápido que pude.
Llegué a la cochera de la casa y saqué dos pares de patines para el hielo. Corrí de nuevo al lago.
Dominik no se movió del lugar donde estaba sentado.
—Bien— dije—. Póntelos— lancé los patines a sus pies.
Me coloqué los míos rápidamente y él... bueno, sin sus anteojos, Dominik estaba lidiando para sujetar los patines.
Lo ayudé. Tomé sus manos. Llevándolo a la pista improvisada junto conmigo. Estábamos patinando tranquilamente, el silencio del bosque: todo era perfecto.
—Había una vez— comencé a decir—. Cuatro hermanas, vieron que al mundo le hacía falta algo.
Antes, según la leyenda; el mundo se dividía en partes y en cada parte reinaba una estación.
Las hermanas creyeron que las estaciones debían ser compartidas, que todos merecían saber cómo se sentía cada estación.
La más pequeña, caprichosa e hiperactiva de todas, eligió la primavera. Ella la llevaría a todos los rincones junto con su vitalidad. La primavera no sabe guardar secretos y nunca puede estar tranquila.
Después vino el verano. Era aquella hermana cálida, risueña y feliz, mostrando esa calidez al mundo; llevándolo para todos. Haciendo sentir bien a las personas.
Luego fue el otoño. Era aquella hermana que creía que todos debían tener la oportunidad de enmendarse y mejorar. El otoño vivía en una nostalgia constante, a veces pareciendo reflexivo y se encargó de que el mundo sintiera eso.
Al final vino el invierno. El invierno era frío, cruel y despiadado. Cerrando los ojos al sufrimiento ajeno. Cuando el invierno llegaba, las demás hermanas se ocultaban. Así lo dicta la leyenda. Así funciona el mundo. Y así decidieron que el invierno debía tener corazón de hielo. Y... —respiré profundo—. Yo soy el invierno.

Dominik tragó saliva, no se veía aturdido, tampoco molesto, solo comprensivo.
Sonrió ligeramente. Habíamos dejado de patinar, simplemente mirándonos a los ojos.
Cuando estaba con él, parecía que el tiempo se detenía.
No había nada, las personas alrededor no nos notaban. Solo él y yo, atrapados en nuestra propia cabina del tiempo.
—No creo la última parte—dijo al fin—. El invierno es divertido, también cálido a su manera. Es gracias al invierno que las otras estaciones pueden llegar. No creo que tus hermanas se oculten de ti, ellas te aman, y nunca debes pensar que tu corazón es de hielo. De todas las personas que he conocido... nunca me encontré con alguien como tú, Hanna. Quieres ocultarlo, pero lo veo en tus ojos todos los días, detrás de esa actitud fría, se esconde una chica que es capaz de todo con tal de proteger a los que quiere, una persona gentil, noble y tierna. Todos los que te conocen quedan ligados a ti de alguna forma: Tu madre, Ralph, tus hermanas, incluso el idiota de Gabriel… y yo, porque yo...
— ¿Tu? —pregunté con las lágrimas surcando mis ojos.
¿De verdad pensaba todo eso de mí? Era maravilloso.
—Yo te amo, Hanna— dijo mirándome a los ojos—. Y sé que tal vez no parezco un súper modelo o algo así, tampoco puedo ser de los más interesantes, pero te amo, y nada ni nadie, ni siquiera esa leyenda, ahora sé que es la verdad, podrán hacer algo para cambiar lo que siento. Y ya no tengo miedo de decirlo... porque mi temor a perderte es más grande que el de hablar...
No supe en que momento fue que mis labios estaban sobre los suyos. Interrumpiendo su última frase.
Dominik me rodeó la cintura con sus brazos y yo puse mis manos alrededor de su cuello.
Su boca era suave y delicada contra la mía. Aunque algo torpe. Muy en el fondo de mi mente sonó la pregunta de qué tal vez yo también había sido su primer beso.
Un beso de verdad. No podía describir las sensaciones, las mariposas de mi estómago no podrían aplacarse nunca.
Y cuando Dominik se separó de mí, sentí que algo vital me faltaba.
Colocó su frente contra la mía y sonrió.
— ¿Ahora qué? —pregunté.
—Esto— dijo y me besó de nuevo, solo que fue más corto esta vez—. Y esto— y de nuevo. Lo hizo varias veces.
No me molestó, al contrario, me sentía feliz, plena. Reí, reí como si nunca lo hubiera hecho.
—Ahora necesitaremos un chaperón— dijo y entrelazó sus dedos con los míos—. Y salidas al parque, quizá Violeta quiera serlo—bromeó—. Quiero cortejarte como se hacía en aquella época, quiero conquistarte y...
— ¿Pedir mi mano? —bromeé.
—Sí ¿Por qué no? Habría que formalizarlo— seguía jugando. ¿Verdad?
Tragué saliva. Él merecía saberlo, y si aun así quería estar conmigo, era su problema.
—Me iré. Este invierno seré reclamada y llevada a otra parte, no se siquiera donde es eso, solo sé que es la tierra para el invierno. Y este año será el cambio— me mordí el labio.
Dominik llevó mi mano a sus labios y la besó.
—Entonces significa que hay que sacar provecho de los siguientes meses— dijo.
Sonreí y lo besé de nuevo.
—Si— respondí.
Tal vez su sonrisa solo era el reflejo de la mía. O tal vez los dos nos sentíamos igual de felices.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now