CAPITULO 10.- SUMMER:

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En mi habitación me cambié rápidamente de ropa, por aquella que utilizaba para hacer ejercicio o para entrenar con mis hermanas y Ralph.
Hacía mucho tiempo que él no nos entrenaba.
El pantalón corto de algodón y la camiseta que me quedaba grande, me puse los deportivos y até mi cabello en una coleta descuidada.
Corrí hasta la carretera, luego recordé que ahí vi a Gabriel por primera vez, así que me moleste de nuevo y di la vuelta en dirección al lago.
Me detuve a tomar aire. Me puse de pie y comencé a armar un espantapájaros, había de todo en las orillas del lago y en el bosque como para armarlo.
Cuando estuvo listo lo pateé, una y otra vez, y luego lo golpeé con los puños, y volví a patearlo, tal y como Ralph me enseñó que debía golpear a alguien.
Mantuve mi respiración tranquila. El sudor corriendo por mi cara y cuello. Volví a patear el espantapájaros y un brazo se le cayó. Levanté el pedazo de madera y empecé a golpear a mi enemigo con él.
Se escucharon pisadas a mi espalda. De seguro Ralph quería hablar conmigo.
Alguien se acercó más y fue cuando giré. Levanté el palo para golpearlo.
— ¡No! ¡No! ¡No! —Pidió el chico—. Por favor baja eso, no me golpees.
Gabriel se cubrió la cabeza con ambas manos.
—Vete— espeté—. No te quiero aquí.
—Baja eso, por favor. Me iré.
—Entonces, si ya te vas ¿Que te importa si lo bajo o no?
Gabriel sonrió.
—Buen punto. No me iré. Vine a pedirte disculpas.
— ¿A mí? ¡La ofendida fue Hanna!
—Sí, pero tú hermana si es capaz de matarme.
— ¡Ah! ¡Entonces yo seré tu amortiguador!
—No, claro que no. Déjame hablar contigo.
Lo miré fijamente y bajé mi improvisada arma.
— ¿Qué quieres? —dije.
Gabriel se acercó y se sentó en un tronco que estaba en la orilla del lago. Palmeó un sitio a su lado para que me sentara.
—Lamento lo que paso con tu hermana. Y contrario a lo que crees, yo no difundí la foto, fueron los chicos de la escuela. Y sí, yo le puse el apodo de la fantasma, pero eso fue porque me recordó a mi madre en medio de toda la clase.
—Porque tú te reíste de ella— repliqué.
Él negó con la cabeza.
—No me burlé de ella, lo hice del profesor. Nunca nadie había sido capaz de callarlo de esa manera— sonrió al recordar.
—Supongamos que te creo...
— ¿En serio?
—Solo es una suposición.
—Con eso me basta.
Puse los ojos en blanco.
—Tú debes explicárselo a Hanna, debes decirle todo. Y no te perdonaré por lo del apodo.
Él asintió.
—Lo siento por eso.
—Dije que no te perdonaría. Si ella lo hace, entonces yo también lo haré, te perdonaré.
— ¿Tienes idea de lo difícil que será acercarme a tu hermana? dijo frunciendo el ceño.
—Te puedo ayudar con eso. Pero no aseguro que te perdonará, y ya sabes que si ella no lo hace...
—Tu tampoco lo harás— completó. Gabriel asintió.
Miramos el lago en completo silencio.
—Mi hermana es amiga de tus hermanas— dijo de pronto.
— ¿Ah sí? enarqué una ceja—. No me dijeron nada... aunque bueno, no hubo tiempo.
— ¿Quieres hablar de ello? —preguntó.
Negué con la cabeza y sonreí.
—No, no lo entenderías. Pero gracias— respondí.
— ¿Por qué no me pruebas? Tal vez pueda sorprenderte.
—No, no quiero decirte nada. Nos vemos mañana en la escuela me despedí.
Me puse de pie y esperé a que se fuera.
Gabriel se levantó y caminó a la salida del bosque.
Me giré y seguí golpeando con los puños al espantapájaros. Una y otra vez, más patadas y golpes, todos seguidos.
Alguien suspiró a mi espalda.
— ¡Que te fueras! —chillé.
Levantó las manos en señal de defensa.
—Tranquila— dijo—. Ya me voy. Ahora sé porque tu patada dolió tanto.

Miré al espantapájaros y sonreí. Supe cuando se fue, porque ya no hubo risas ni suspiros. Tampoco estaban las pisadas contra las hojas secas.
Terminé con mi pequeña fuga de estrés y volví a la casa.
Amber no estaba en la cocina. Violeta estaba sentada en los escalones, la miré con enfado y subí las escaleras. La puerta del cuarto de Hanna estaba abierta.
— ¿Puedo pasar? —grité.
—Como quieras— respondió.
Negué con la cabeza y subí. Hanna estaba tirada en el suelo con “el mercader de Venecia” sobre su pecho.
— ¿Qué quieres? —preguntó tranquila.
Me encogí de hombros.
—No lo sé, hablar.
Arrugó la nariz.
—Estás sudada— dijo y olfateó—. Y apestas.
—Ja Ja— murmuré.
Me hizo una señal para que me acercara a ella.
— ¿Qué estuviste haciendo? ¿Peleando con gorilas? —ironizó.
—No, con un chimpancé.
—No me agradan los chimpancés dijo arrugando la nariz.
—Lo sé.
Ambas suspiramos.
— ¿Puedo pasar? —preguntó una tímida voz en la puerta.
—No, lengua suelta. —espetó Hanna.
— ¡Perdón! —Chilló Violeta—. Es que...
— ¡Es que nada!—interrumpió—. Tú no tienes nada que ver con nosotras, chismosa.
—Por favor, Banana.
— ¡Nada de Banana! ¡Tú no sabes que es la lealtad! ¡Traidora! —espetó.
La boca de la menor se apretó en una fina línea y sus ojos se llenaron de lágrimas. Puse una mano sobre el hombro de Hanna para que se callara. La puerta de entrada sonó. Ralph ya estaba en casa.
—Perdón... —murmuró.
Asentí.
—Ven siéntate— dije.
Hanna me miró incredulidad.
—Invítala a tu habitación. —reprochó.
No le hice caso, y Violeta tampoco. Cuando yo estaba presente, Violeta se hacia la valiente.
—Tengo un plan— dijo la menor.
— ¿Un plan? ¿Para qué? ¿Ralph ya lo sabe? Porque así no cuenta. —dijo Hanna.
Violeta la miró con reproche.
—Vamos a llevar a Amber a sus clases.
Las tres nos miramos y sonreímos con complicidad. Planeamos todo en minutos.
—Solo queda el problema del transporte... —murmuré.
Hanna sonrió abiertamente y sacó su celular.
—Yo me encargo de eso —dijo.

Corazón de hieloWhere stories live. Discover now