CAPITULO 25.- HANNA:

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—Nadie me cree— me quejé, dejándome caer sobre el suelo.
Dominik me miró y negó con la cabeza.
No quería estar en mi casa, no después de la traición de mis hermanas. No sabía nada de Summer y Violeta, pero Amber si, ella también sentía las sombras, la seguían; igual que a mí.
Dominik cerró la puerta de su habitación y se recostó sobre el suelo, junto a mí.
Lo llamé porque estaba enojada por lo que me hicieron, luego, cuando él me recogió en mi casa y no supo a donde llevarme... a un lugar que fuera seguro, así que terminamos en su casa.
Su madre estaba cocinando algo abajo y su padre trabajando en el garaje.
— ¿Tu si me crees? —pregunté y giré la cabeza para mirarlo.
Él me regresó la mirada y trató de sonreír, después se encogió de hombros.
—No he sentido ninguna sombra, Hanna, tampoco las he visto... pero si, te creo.
— ¿Por qué?
—Porque no tienes una razón para mentir. Ralph cree que lo haces por llamar la atención, pero yo sé que eres más inteligente que eso.
Mordí mi labio ante sus palabras.
Su celular comenzó a sonar con la canción de "Imagine".
Dominik se puso de pie, suspiró y respondió el teléfono.
— ¿Si?
La voz al otro lado respondió.
—Sí, no te preocupes, está conmigo— dijo tranquilizadoramente. Intercambiaron unas palabras más y colgó.
Enarqué una ceja a modo de pregunta. Él se encogió de hombros.
—Era Summer— se limitó a decir.
Fruncí el ceño.
—No le importa dónde o como estoy, si le importara en lo más mínimo, me habría apoyado— gruñí.
—Está preocupada por ti... y tiene miedo.
—No es la única que puede sentir miedo— me levanté del suelo.
—Es más fácil de ver en ella.
Bufé y él puso los ojos en blanco.
— ¡A eso es a lo que me refiero! —Exclamó—. Siempre que debes hablar sobre cómo te sientes... haces eso, te burlas o utilizas sarcasmo.
—Entonces vete con Summer, con ella es todo más fácil.
— ¡No quiero ir con Summer! —estalló. Solo pude mirarlo —. Quiero estar contigo, pero sé que no será fácil, no me culpes si todo esto me exaspera.
— ¿Te gusta estar conmigo?
—Pensé que eso ya había quedado claro.
No pude evitar sonreír.
—No me ha quedado claro...
—Hasta un ciego se habría dado cuenta ya, Hanna.
— ¿Cuenta de qué?
—Ya lo sabes.
—Sí, pero quiero escucharte decirlo.
Dominik se acercó lentamente y me miró de frente. No había ningún rastro de humor en sus ojos.
—No vas a escucharme decirlo. En lo que a mí respecta, puedes esperar sentada, porque será muy cansado.
Sonreí de nuevo.
—No pienso esperar a que lo digas. ¿Sabes por qué? Porque nunca espero nada de nadie.
Dominik puso los ojos en blanco y se recostó en el suelo de nuevo.
Dejé que pasaran unos minutos de silencio y gateé hasta donde él estaba, recargando mi cabeza en su estómago. Pude sentir como se tensaba, luego respiró profundo y se relajó.
—No dejaré de fastidiarte, Dominik— dije.
Sentí como reía.
—No quiero que lo hagas.
—Tú y yo somos iguales.
—Lo somos, en muchos aspectos, pero yo aún conservo mi fe en las personas.
Me recargué sobre su pecho y lo miré de frente, nuestras caras separadas por centímetros.
— ¿Por qué? Has sufrido tanto como yo...
—Porque quiero hacerlo, Hanna— respiró profundo—. Siento que si pierdo eso... ya no me quedará nada.
—Serias como yo.
—No sonrió—. Tú no eres nada, lo eres todo. Eres fantástica, y lo peor es que no te das cuenta de ello, y lo mejor es que aun repartes pedazos de lo que ocultas con quienes amas.
No me atreví a mirarlo a los ojos. Eso era lo más hermoso que alguien me había dicho.
— ¿Eso es lo que querías decirme? ¿Por lo que debía esperar sentada?
Negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
—No, ni siquiera estuvo cerca.
— ¿Tendré que esperar demasiado?
—Solo hasta que seas sincera conmigo.
Bufé y lo miré de nuevo.
—Si te beso justo ahora. ¿Me lo dirías?
Si se vio sorprendido ante mi propuesta, no lo demostró.
Me acerqué más a él, nuestras bocas separadas por muy poco espacio, sería muy fácil romper esa barrera imaginaria que me separaba de él y por consiguiente del mundo... realmente sencillo... solo hacía falta un empujón por parte de alguno de los dos.
Al parecer ninguno cedería.
Dominik sonrió.
—Estás jugando sucio— susurró.
—No dije que no lo haría— repliqué.
Él se incorporó y yo retrocedí.
Una cortina de cabello platinado nos separaba del resto del mundo, era ahora, el momento. Y después... ¿Qué pasaría después? ¿Qué explicación le daría para esto?
Dominik acomodó un mechón de cabello detrás de mí oreja. Me acerqué más a él...
La puerta de su habitación rechinó cuando alguien la abrió.
La madre de Dominik carraspeó.
—Pensé que querrían algo de comer— dijo la mujer.
Me incorpore rápidamente y recargué mi espalda contra la cama. Sentí el rubor extenderse por toda mi cara, un horrible color escarlata en contraste con mi cabello blanco. No me atreví a mirarla fijamente, así que busqué un punto en la habitación y clavé mis ojos en él.
Dominik se puso de pie y le quitó la charola a la mujer de las manos.
—Gracias, mamá— dijo.
La puerta se cerró y solo estuvimos los dos de nuevo.
El flash de la cámara me hizo volverme. Lo miré buscando una explicación. Dominik se encogió de hombros.
—No tenía una tuya estando ruborizada— explicó.
Me puse de pie y comí uno de los sándwiches que prepararon para nosotros.
No volvimos a tocar el tema de aquello que no podía decirme.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora