X. Zaira

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Parte II: Donde se viaja al pasado, asuntos de Aval escapan las puertas del Caos, Aidan Faraday conoce su destino, la cabeza pierde ante el corazón, las Morrigan deciden si han de ser una o ninguna y al final, secretos quedan sellados.

X. Zaira

Escocia, 1303

Zaira se detuvo en su encomienda para observar sus manos. La exposición al agua había arrugado la piel, al punto de que sus nudillos se veían blanquecinos antes de volver a mancharse con sangre. Las telas que utilizaban para crear torniquetes sobre las heridas debían ser lavadas dos veces al día, cuando el movimiento de tropas y las condiciones del tiempo lo permitían. Su trabajo no parecía tener final. La lucha reanudó después de una brevísima tregua a mediados de agosto y llegados los primeros días de septiembre, se tornó verdaderamente cruenta.

Los ingleses, tratando de delinear nuevas fronteras, insistían en invadir el sur de Escocia con la aparente bendición de Dios. Zaira desconocía la razón detrás del reclamo. De haber podido demostrar humor, se hubiese reído de solo pensar en un Dios tan presto a complacencias. Al menos en tiempos pasados, variedad de dioses implicaba cantidad de pareceres. Ahora, facciones se llenaban la boca aclamando cargar en la punta de su lanza y el filo de su espada la voluntad de una deidad aparentemente indecisa.

No estaba en su naturaleza ser partidaria. Su trabajo no se lo permitía, pero el hecho de servir desde el campamento de las tierras altas dejaba en pleno que su vocación de enfermera cedía ante la pasión escocesa. Más que aquellos que reclamaban derechos divinos, sus simpatías descansaban con aquellos que eran afines con la tierra. La joven de cabello y ojos oscuros tuvo, por virtud de su oficio, la oportunidad de escuchar ambas declaraciones de guerra. Mientras que al sur, Eduardo reclamaba la expansión de su reino; el norte, por boca del obispo Wiseheart, declaraba que no existiría tiranía de Iglesia o Estado que privara a Escocia de su soberanía.

Los gritos de guerra de Wallace y Bruce hicieron eco desde las tierras altas hasta el corazón de Edinburgo y la sangre comenzó a correr sin detenerse.Se había perdido la cuenta del tiempo y otro otoño se les venía encima. La joven respiró profundo, dejando que la corriente fría que bajaba de las montañas se alojara en sus pulmones. Era la mejor manera de sentirse viva; permitiendo que el cortar de esos ínfimos cristales de hielo abrumara sus sentidos.

Frente a ella, el cielo se negaba a dejar escapar el recuerdo del verano. El azul profundo se desvanecía en tonos dorados que no daban paso total a la oscuridad. En la distancia, cuervos sobre volaban los picos de las escarpadas sierras, buscando desde arriba, el camino más corto a los desecho dejados atrás por la batalla.

Zaira sonrió, cansada y a la misma vez agradecida, mientras observaba las aves negras planear desde lo alto. Por cada una que llegaba a la extensión del campo de batalla, con alas esparcidas a volando a ras del suelo, dos o tres parecían levantarse a hacerles compañía, desapareciendo entre áureos destellos.

-Dan la impresión de desvanecerse, pero es sin duda un truco de la luz. A estas horas es imposible determinar hasta donde alcanza el lago y donde comienza el horizonte.

La voz provocó que la joven se volteara sorprendida. Una vez corroboró la presencia amistosa del jefe de su regimiento, continuó entretenida.

-¡Ah! ¿Dónde han quedado los románticos? ¿No es más fácil pensar que son almas en vuelo?

Alasdair McGill, comandante de la división del Este de las tierras altas era un hombre práctico y el comentario de Zaira le hizo reír entre dientes. No dio otro mínimo detalle de su sentir. A pesar de ya haber pasado de sus años mozos, su constitución era fornida y el plantar de sus pies sobre el suelo, solido. Contrario a lo que se esperaba, el gris que se alojaba en su barba de tonalidad cobriza no ayudaba a crear un aura generosa a sus facciones.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now