XI. Guerra en dos Frentes

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XI.

Guerra en dos Frentes

-¡Oi! Muchacha, deja que el hombre haga su trabajo.

Los gruesos dedos de Alasdair MacGill se posaron sobre el hombro de Zaira. Un apretón con la doble intención de hacerla despertar de su marasmo fue lo único que pudo registrarse como una señal de que el hombre reconocía y acompañaba sus sentimientos. La mujer se separó del cadáver, asiéndose a la sombra del hombre de las Tierras Altas, dejando un espacio para que el reverendo hiciera su labor. Fue entonces que notó la presencia de otro junto al comandante de tropa.

Alto, de cabello marrón tocado de destello dorado y ojos verdes que parecían resplandecer incluso ante la creciente ausencia de luz, el recién llegado la observaba con una mueca curiosa. Su rostro no parecía tener ánimo de definir una expresión; se dividía entre un entrecejo fruncido y lo que Zaira interpretó de entrada como una sonrisa a medias, por lo que se sintió enervada ante tan descarada actitud frente a la muerte.

-¿Qué es lo que el caballero encuentra gracioso? - preguntó a McGill. Sus puños cerrados y la manera en que se plantó firme y en extremo desafiante hablaban del fastidio que le provocaba en esos momentos ser mujer y tener que ceder a la deferencia de hablarle a un desconocido a través de terceros.

Alasdair no entendió la razón para la reacción airada de Zaira. Al mirar a la cara a el hombre que recién se reportaba, solo veía la expresión sobria de aquellos que han atestiguado demasiado, para ser jóvenes. El hombre de ojos verdes, los cuales ahora parecían relajado oliva se acercó a la mujer de cabellos oscuros. Flanqueándola, pero guardando la cortesía de cederle su espacio.

-Sucede que, mi expresión no es burla, si no admiración. Las palabras que salieron de sus labios no es el tipo de oración que se escucha en estos días de Dios y Patria. Me hizo recordar historias que el Papa prefiere sean echadas al olvido. - Si el soldado pretendió impresionarla o asustarla con la idea de la herejía, la mujer no dio la mínima señal de preocupación. El hecho de que el caballero reconociera una plegaria a las Morrigan le convertía en su cómplice más que su acusador. Fue entonces que ella comprendió que la sonrisa no era morbosa ante la muerte, más bien una deferencia ante la valentía de las palabras frente a hombres de sotana.

-Me temo que a veces Zaira se empeña en revivir lo días en que Roma era el enemigo. Pero en estos casos, cuando se llega al final de la carrera de manera antinatural y apresurada, todo se perdona- McGill dio por terminada la corta e incómoda exposición teológica continuando las introducciones que quedaron interrumpidas-. En fin, Aidan Faraday acaba de llegar desde Riondall en Éirie. Nos estará acompañado, junto con otros voluntarios llegados de la Isla.

-¿Qué puede poseer a los irlandeses para tomar parte en las escaramuzas de Escocia? - Zaira se reconcilió con su habitual curiosidad.

-Desde hace un par de siglos los ingleses juegan a tener control de la Isla, pero últimamente Eduardo está mostrando tener problemas con cumplir palabra y reconocer libertades. Si los asuntos de su... enérgica disposición pueden mantenerse alejados de la Irlanda, entonces vale la pena decir es tiempo de hacer amigos.

Al buen entendedor pocas palabras bastan. Faraday y su compañía eran parte de un contingente fantasma, sin la aprobación del establecido Parlamento Irlandés. Probablemente representaban los intereses de las líneas nobles de la Isla las cuales resentían la presencia invasora de Inglaterra y veían en el levantamiento de Robert Bruce un aliado en potencia.

-Interesante- remarcó la joven de cabello oscuro-. Supongo que por eso poco le importa mantener la integridad de esa costosa tela azul de la Casa Riondall, pero debemos encargarnos de cerrar bien esa herida. No nos sobran cantidades de colores para prestar en este regimiento.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin