XII. Las Destructivas Gestiones Diplomáticas de Francis Alexander

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XII.

Las Destructivas Gestiones Diplomáticas de Francis Alexander

A Francis Alexander no le molestaba la oscuridad o el silencio. Alejado del pequeño revuelo que provocó en el campamento, sus dedos se movían con tal coordinación sobre la tierra húmeda que parecían estar ejecutando una danza. Sobre el suelo, intrincados patrones dibujaban un trísquele, la señal inequívoca de las Tres que Esperan.

Un suave batir de alas anunció una presencia que provocaría a cualquier otra criatura levantar los ojos o doblar rodilla, pero Francis tomó su tiempo en limpiar el barro de sus manos antes de incorporarse.

-Pensaba esta noche precisamente cuanto te extrañaba. ¿Quién iba a decir que la suerte sería tan amable conmigo? De costa a costa esta isla está presta a arder, y justo aquí vengo a dar contigo, Mikka. Estaba a punto de darme por vencido, pero entonces vi a Zaira, asomándose entre los pensamientos de un cierto irlandés, y supe que estabas cerca.

Francis Alexander dejó que su rostro se iluminara con una sonrisa.

La Morrigan del Campo de Batalla olvidó toda precaución. Se arrojó a los brazos del Sidhe, para luego separarse de él, aun sonriente y abarcarle el rostro entre sus manos como lo hace una madre sorprendida y orgullosa tras una visita filial. En ausencia de Annand y Bansit, Alexander era su conexión a casa. O al menos, esa era la esperanza que Mikka albergaba; convencer al el hada oscura que cambiara de parecer, de abandonar Fae y regresar a las esferas.

-Te he extrañado desgraciado. Tanto como para obligarme a seguirte.

Ambos se encontraron a un medio kilómetro arriba del campamento, actuando en unísono como solo aquellos que están acostumbrados a la complicidad pueden hacerlo. La mirada que se posaba en los ojos oscuros de Francis era un violáceo claro con el brillo de piedra preciosa. Un cabello de perfectas hebras blancas se esparcía sobre los hombros del avatar de la guerra. Mikka continuaba interrogándole deleitada, perdonándole lo que consideró un duro desaire. Una mañana, sin tan siquiera dar lugar a despedidas, Francis Alexander partió a la corte de Seelie con la clara intención de descubrir su pasado.

Al no encontrar el mínimo recuerdo de su linaje, optó abrirse paso y hacerse de un futuro. Dicha decisión implicaba renunciar a la tutela de las Morrigan, pues las tres que esperan y toda criatura que habita bajo su techo están comprometidas con la neutralidad. Y las hadas, son todo, excepto parciales.

A los ojos de Mikka, poco tiempo había pasado desde aquella despedida, pero los siglos de ausencia se encargaron de poner frente a ella un hombre que tras los gestos de un rostro conocido, escondía de forma magistral variadas intenciones.

-La Corte no es lo que esperaba- confesó Alexander-; pero de igual manera tampoco creo que yo fuera lo que ellos asumieron... de manera muy dispuesta, me he prestado a esclarecerles las dudas.

-Veo que los prepotentes gobernantes de Fae no te han obligado a cambiar tu apariencia- Mikka sonrió mientras acomodaba un mechón de cabello negro azulado tras la oreja del joven Sidhe. Joven solo a sus ojos, pues Francis era mayor que los príncipes que nacieron de la unión de Crisdean y Meav. Mayor aun que los regentes de Fae, pues ni siquiera la reina de claros cabellos que ahora se sentaba en el trono de Aval llegó a ver los días en que las hadas dominaban la tierra.

-Debo confesar que en un principio, tratando de adaptarme, procuré deshacerme de los ojos oscuros y el cabello negro. Pero fue imposible, hay más de cuervo en mí de lo que aportaron mis padres. Esta es para siempre mi apariencia. Rasgos que de seguros pasaran a mis hijos y los hijos de mis hijos. La magia es curiosa de esa manera. - El ser a quien en Fae, por respeto o descensión llamaban Leanan Sidhe- heraldo oscuro- sacudió el cabello que tanto recordaba a la Morrigan de las batallas la oscura melena de Annand.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now