XVIII. El Juicio de la Morrigan

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La criatura, la cual avanzaba determinada hacia su proyectada víctima se detuvo por un instante. Los elementales son seres cuya razón reside en la fuente de su poder y a pesar de ser formidables no son necesariamente inteligentes. El Nuckelavee aleteó su nariz, identificando el aroma que le era familiar ante todo. Uno de los dos guerreros en el campo compartía el aroma de la reina. Meav había viajado al intra-mundo, al portal que descansaba entre las aguas del Atlántico Norte y le había liberado, el sidhe de cabello oscuro y ojos negros con reluciente esmeralda le había atado a la voluntad de la monarca de Aval, un precio no muy alto por la libertad. Para serlo por completo, debía destruir a quien se hacía llamar Aidan Faraday en el mundo de los mortales y probar de esa manera su fidelidad a Meav.

Ahora, sin embargo, las cosas se complicaban para el demonio de agua, contra él se levantaba, no solo Faraday, el hada impostora, si no uno que llevaba en su presencia la estampa real de Aval. La bestia, salida de las profundidades del océano no podía vocalizar sus protestas, de hecho, su cerebro estaba tan turbado por la incapacidad de desobedecer instrucción que la situación le causaba gran esfuerzo. La parte del Nuckelavee que correspondía a un equino, se elevó sobre sus cuartos traseros despidiendo un fétido aliento verde que buscaba cegar a sus atacantes, la parte humanoide, el torso raído y expuesto que se elevaba entre la cruz y el lomo rugió violento, levantando el martillo de guerra que llevaba consigo. Las opciones eran pocas, todo se redujo a inmovilizar al hada de cabellos dorados y acabar lo más pronto posible con la criatura que se escondía bajo el visaje del irlandés. Concluir su trabajo y reclamar su recompensa se convirtió en prioridad. Los regentes de Aval habrían de determinar, a su tiempo, si el príncipe de cabellos resplandecientes era también un traidor.

Auberon y Killian cruzaron miradas, el monstruo era espantoso, aterrador incluso, pero curiosamente predecible. Siendo una criatura de aguas, el extender su tiempo en tierra firme podía debilitarle, pero implicaba exponer a los elementos humanos que formaban parte del enfrentamiento a sus espaldas y que no parecían estar al tanto del evento entre criaturas de otros planos. No es que las hadas tuviesen una particular inclinación a proteger la humanidad, pero contando con que el monstruo se hacía más fuerte al alimentarse de la energía vital de los hijos primogénitos y sin saber cuántos eran primeros nacidos entre los muertos y heridos, era preferible mantenerle a raya.

-¡Este no es tu lugar, Auberon! - Killian estaba feliz de ver a su hermano, pero no bajo tales circunstancias. Ignorante de lo que el príncipe coronado de Fae sabía sobre su persona, pensaba que su hermano se arriesgaba en vano. Sus probabilidades, como segundo nacido eran más altas, o al menos eso dictaba la lógica.

-¡Bajo ninguna circunstancia estaría más seguro en Aval! No cuando la Reina Espectral requirió mi presen...

La declaración quedó a medias ante la primera embestida del Nuckelavee que le provocó afianzarse, hombro con hombro, junto a su hermano y guardar silencio. La bestia desenrolló una lengua negra y larga cubierta de mucosidad amarilla, la cual uso como un látigo. Ambos estaban desprovistos de un escudo y el apéndice, inesperado y rápido para ser repelido por las pesadas espadas, rozó la túnica de Killian, deshaciendo la tela y quemando parte de su torso. Para ese entonces Auberon había reaccionado y no fue solo capaz de desviar el azote, pero también de abrir una herida sobre la superficie porosa y supurante de la lengua que le obligó a retroceder.

El amuleto de Killian, la piedra roja que colgaba de su cuello ardía feroz, tratando de reparar el daño sufrido al cuerpo de Aidan Faraday, pero la proximidad a Auberon, quien también se encontraba en peligro, anulaba el poder reparador de la prenda. La voluntad de Aval optaba por salvar solo a uno, y seria a aquel que consideraba imprescindible. Killian nunca fue dado a depender de la magia, al menos no en situaciones de combate, así que, soportando el dolor y aprovechando el daño hecho por su hermano, se deslizó en su forma acostumbrada, rápida y alucinante impactando con el filo de su arma justo sobre la rodilla, obligando al demonio a precipitarse hacia adelante.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now