XXXI. Hermanos

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-Curioso en gran manera.- La voz de Auberon era cercana a un gruñido feral. Cada palabra pronunciada traía consigo un toque de amargura que envenenaba la tierra, haciendo de lo que antes era un paraíso forjado por la magia, un plano decadente-.Aval te abre sus puertas, mas no te percibe como a su príncipe. ¿En serio crees que puedes enfrentarme, Aidan?

A un lado, Bansit detenía a Mikka y a Candanee sin el menor esfuerzo. Las tres mujeres permanecían congeladas en su lugar, dado que una voluntad mayor a la de la propia Morrigan estaba manejando ese momento.

-La voluntad de Aval parece estar un poco afectada, Auberon- Aidan Faraday no había perdido el veneno en su lengua ni la claridad en su pensamiento. Es algo que no dependía de privilegio otorgado-. Pero si vamos a hablar de asuntos curiosos... ¿Cómo es hermano que ya no hablas en nombre de la Tierra? ¿A dónde se fue ese plural majestuoso que tanto pesaba sobre tu persona? Tal vez Aval en su agonía, ha decidido abandonarnos a nuestra suerte. O a lo mejor, puedo contarme como favorecido aun cuando solo me permita pisar este suelo como humano. Me enfrento a un sidhe, y no a un rey.

Tentó la paciencia de Auberon con una última imprudencia. 

-No puedo decir que me enfrente a un sidhe en todos sus cabales tampoco. Lo que queda de magia en ti está corrupto, enfermo.

-¿Quieres apostar? Mi memoria está intacta

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-¿Quieres apostar? Mi memoria está intacta. Caorthannach solo facilitó librarme de molestos sentimientos adquiridos con el tiempo. Por lo que recuerdo, en tu mejor forma, siempre necesitaste de mi para salvar tu piel. Yo, nunca tuve que poner mi vida en tus manos... Eso da mucho que pensar, ¿no?  

Auberon no esperó a que sus palabras calaran en su oponente. Se arrojó sobre Aidan con un movimiento calculado. Mientras su hermano trataba de socavar su confianza, el rey echo a un lado las palabras y se dedicó a observar. Aidan tenía una espada en su brazo capaz, más sin embargo, no parecía empuñarla de manera correcta. Era un defecto que su hermano menor cargaba consigo desde niño; el menor de los príncipes de Aval nunca tuvo mucha afinidad con la cautela. Sus gestos eran siempre extravagantes, sus ataques inesperados... pero solo para aquellos que no conocían su estilo. De seguro tenía una daga corta cruzada a en la espalda.

Pegó con el antebrazo contra el filo de la espada. La cual se atascó en la fina malla metálica bajo sus ropas. Haló, lanzando con fuerza el arma lejos de ambos. La movida de Auberon resultó en un corte superficial, fácil de desestimar.

Aidan sonrió, lo cual se le hizo inquietante.  

-¿Veneno?

-¿En serio me crees tan mezquino? No hay nada de divertido en eso.

Aidan había peleado sus mejores batallas en piel humana, lo que le hacia consciente de sus debilidades. Aun desconocía si Auberon podía ejercer algún poder de persuasión con tocarle. La reacción del rey le hizo descartar tal preocupación de inmediato. Auberon se había encargado de desarmarlo, pero no podía compelerle o leer su pensamiento. Esa estocada de suerte inicial  fue el producto de conocerle bien y no el uso de la magia para adivinar intentos. Estaban más a la par de lo que pensó inicialmente.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now