XXI. LLamado de Octubre

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El llamado de Octubre comienza como el despertar de un sueño; una de esas estampas donde el aludido no está seguro de aquello que toca sus sentidos. De repente el día ya no es tan largo y el anaranjado y púrpura de los atardeceres se adhiere a todo, incluso a los sentidos. La gente de Hemsdale había bajado la guarda. El silencio les era preferible a las especulaciones. El laird, jefe de clan que había declarado lealtad a la causa Escocesa, lamentaba ver en su pueblo una casa dividida. La guerra y sus paréntesis cada vez se hacían más largos y el Rey Eduardo socavaba la débil voluntad de aquellos con ansias de poder prometiendo a cada cabeza una corona. Las Tierras Altas no se retiraron de la batalla, pero durante el corto otoño y el inevitable y cruento invierno, se dedicarían a los suyos sin dar mayor importancia a las intrigas que marcaban el conflicto.

Era imposible determinar si la nieve, la cual ya había hecho asomo en par de ocasiones, aun desde mediados de septiembre, terminaría arropando los pasos entre las montañas y se determinó que la vida debía seguir tanto para Hemsdale, como para sus invitados.

Los restantes de la tropa de Alasdair McGill se habían ambientado a la villa, incorporándose a las labores. Se necesitaban manos hábiles para trabajar las últimas cosechas y preservar alimentos. El padre Mallory y su compañía de desafortunados practicantes de la medicina terminaron haciendo las paces con el irlandés y la descocada mujer de cabello oscuro una vez Aidan y Zaira accedieron a unirse en santo matrimonio después de hacer el poco disimulado y extremadamente deshonroso espectáculo de vivir en pecado. (No es que fueran descarados, la imaginación de Mallory no daba para mucho. Por suerte el cura con poco se conformaba y no exigió más de lo que ambos jóvenes de buena gana estaban dispuestos a conceder. Ni chistar, pues Mallory sabía ganar sus pequeñas batallas y optó por callar sus opiniones cuando la pareja le informó que la ceremonia se llevaría a cabo a dos días después de hacer una peregrinación a cierta villa al oeste, infame por sus altares paganos.)

Pequeñas protestas o no, nadie presentó objeción a un festejo nupcial. Algo sobre la promesa de una pareja en comenzar una nueva vida juntos animaba a la comunidad. El irlandés y su esposa se habían convertido en parte de todo y todos, con sus infalibles dotes de sanación y su alegre disposición ante lo inesperado.

La gente bailaba en grupos en el pleno del gran salón; pocos notaron la llegada de una invitada la cual no había estado presente en la ceremonia. Los que lo hicieron, sin embargo, no dudaron en advertir la mirada, presintiendo que se trataba de alguien perteneciente a la nobleza.

La mujer, alta y de proporciones delicadas, cubría gran parte de su rostro con una capa de terciopelo oscuro. Su cabeza inclinada, evitaba las pocas miradas de aquellos que sorprendidos ante su presencia, se preguntaban cómo fue que no se percataron de su cercanía. A los curiosos, nada se le dio en términos de satisfacción, pues al tratar de recordar las facciones de la fémina solo podían hacer memoria de uno que otro rizo platinado que se escapa de entre la capucha.

Los novios se habían retirado a uno de los balcones. Apenas recién casados, ansiosos uno del otro, buscaron un momento para robarse un beso y una que otra caricia sin tener que aguantar los vítores de algún ebrio imprudente. Hasta allí les siguió la mujer, quien al verles, pronunció con una voz algo quebradiza:

-A Zaira de Aberdeen y Aidan Faraday de la casa Riondall, felicidades en esta noche.

Zaira quedó petrificada y Aidan sintió su desasosiego. Se posicionó frente a ella, protegiéndola de la mujer a la cual, igual que todos, no podía no podía distinguir el rostro. A su alrededor cayó un silencio profundo y aunque Aidan desconocía quien era la visitante, reconoció de manera instantánea su naturaleza. Era un ser con la capacidad de encerrarles en una burbuja fuera del tiempo y el espacio. Continuaban, sin lugar a dudas en el salón del laird de Hemsdale, pero separados de la realidad de los asistentes al festejo, quienes no notarían su ausencia.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now