XIX. Los Secretos que se llevan en la Piel (parte 1)

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-He visto todo lo que necesito- declaró la Morrigan desde las alturas y sus mundos se hicieron oscuridad y silencio.

Auberon fue devuelto a través del portal a Aval, el cual se cerró de manera inmediata. El príncipe volvió cegado por el manto de la furia y Meav hizo lo posible por mantenerle fuera del alcance de Candanee. No fue hasta semanas más tarde, cuando el hada aurea de la Corte de Seelie comenzó a atentar sobre sí mismo, que la reina permitió que se le acercara la sacerdotisa.

Conjurando el delicado y tranquilizante aroma de retoños de manzana, Candanee atrajo a través del conducto de la magia aquello que pudo desde el mundo de los humanos hasta tierras de Aval. Su interés era traer a Auberon de vuelta de entre las Sombras sin dejar ni un solo aspecto más del príncipe como ofrenda a la diosa que cuida del inframundo. El poder de tres, sobre el cual descansaba su seguridad como practicante, no parecía responder. Algo en Auberon se negaba a reconciliarse con la idea de las aguas.

-Se niega- sus ojos suplicantes se posaron en Francis Alexander, quien estuvo presente durante todo el proceso-. Si algo percibes en él que haya escapado a mi ciencia, te ruego me ayudes a rectificarlo. Tu príncipe te estará a gradecido.

Francis esperó el momento perfecto, hasta escuchar las palabras que quería oír. Le había costado tranquilizar a Meav, quien a pesar de tener un leve resentimiento contra su hijo, desesperaba ante el estado del príncipe. Fue entonces que con gran disimulo se acercó a la cama del futuro monarca. Sus ojos oscuros se posaron primero sobre Auberon y luego sobre aquello que le rodeaba. Extendiendo su mano, produjo un dije que había caído por detrás del espaldar de la cama; una piedra roja atada a un cordón de cuero.

Llevándola a la altura de su nariz, pretendió olfatearla, como quien no conocía de lo que se trataba con antemano.

-Huele a agua de río y agua salada, a sangre y contienda. Creo que nuestro lord, de manera inconsciente nos está revelando que Aval debe exigir justicia de los elementos de agua.

Mientras Candanee miraba atónita, sin explicarse como la presencia de un objeto foráneo investido de magia pudo pasarse por alto a sus sentidos, Vinca la pixie revoloteó en el aire, tomando la cadena de manos de Francis.

-¡Este amuleto pertenece a Killian! ¿Cómo llegó hasta aquí?

-Auberon debió haber sido llamado por la Morrigan al lado de su hermano. - Meav fue rápida en contestar, su sola interferencia era suficiente como para hacer que la diminuta hada quitara su atención de Francis y evaluara otras posibilidades.

-Sé que durante estos últimos treinta días nuestra atención ha estado concentrada en Auberon, como demanda Aval pero... ¿alguien tiene noticias de Killian? - Candanee entendía su lugar ante Meav, pero su temor de la reina no era tan grande como para disipar sus dudas sobre Francis Alexander. El Heraldo Oscuro tenía carta libre de entrada y salida al mundo mortal con la excusa de proteger al segundo de los príncipes de Aval, más sin embargo, sus intereses siempre cambiantes parecían ahora estar concentrados en el bienestar del heredero a la corona.

-Killian continúa junto al regimiento de las Tierras Altas- contestó Alexander de manera seca. Sus labios solo pronunciaron verdad; hasta cierto punto...

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Soledad. Dolor. Silencio.

Por días atormentaron su espíritu, aliándose con el dolor de incontables heridas que experimentaba por vez primera. Privado de la magia protectora que le acompañaba desde su nacimiento, el joven de cabello marrón y ojos verdes sufría las consecuencias de haberse enfrentado a un enemigo sobrenatural. Su cuerpo quebrado y los pasillos de su mente colapsados sobre si mismos lidiaban con la consecuencia de ser solo Aidan Faraday.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now