XXIII. Una noche Entre Mundos

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Tercera Parte:

Donde una Morrigan considera los peligros de dedicarse al comercio al por mayor. En Aval todos preguntan por quién repican las campanas. No todo lo que se echa al olvido allí se mantiene y unos cuantos no tan amigos vuelven a encontrarse, cerrando un círculo.


El agua tenía la temperatura perfecta. Fabiola LeFaye había protestado recibir atenciones durante esos primeros días, mucho menos de parte de su hermana Morgause. Consideraba que la misma insistía en desempeñar labores que estaban bajo su estación, pero no podía negar que Morgause hacia una excelente dama de compañía. Darse el lujo de tenerla a su servicio antes de partir a la Corte de Seelie era una indulgencia que permitió a su vanidad. Después de todo sería en poco la reina de Aval.

Fabiola, sin embargo se consideraba justa, y mientras Morgause tallaba su espalda con una suave esponja pensaba sobre el futuro de Ynnis Affalon.

-En estos días estaba pensando entregar estas tierras a la expansión de Aval. Por años estas paredes fueron nuestra prisión y ahora no tiene sentido que se mantengan en pie. Tal vez lo entregue a las dríadas para que hagan de estas paredes grises una habitación de hiedra y verde hasta que crezcan gigantescos olmos en el sitial que una vez ocupó nuestro padre.

A su espalda, Morgause dejó caer las sales. Los finos cristales aromáticos se esparcieron a sus pies.

-Eres la mayor y esta es tu heredad, Fabiola. Se hará lo que consideres necesario.

La ondina no pudo contenerse. Sin mirar hacia atrás, arrojó un manotazo de agua a manera de broma. El corto chillido de protesta de Morgause le hizo saber que había atinado al blanco.

-¿Cuándo será el día que te vea perder los estribos? Eres demasiado aburrida Morgause, y ya me es suficiente con tener que aparentar toda escala de sobriedad con Auberon. - Continuó riendo mientras batía sus espesas pestañas-. ¿Cómo puedes pensar que voy a desampárate de esa manera? ¡Por los dioses, mujer! ¡Al menos protesta!

-Hmmm- Morgause sonrió, sus labios pálidos cual lirios-. Sonrío porque te place hermana, pero no hay razón para ello. En lo primero, estoy en lo cierto; tú pareces ser la única que no acepta por completo que a partir de unos días tendrás potestad sobre todo. En cuanto a lo segundo, tampoco es gracioso pensar que aparentas ser alguien más delante de tu futuro esposo. ¿No te asusta? La idea de ser para él una total desconocida.

-No. No soy una desconocida. Soy algo a lo que Auberon ha estado acostumbrado desde el día en que nació. Soy parte de su responsabilidad. No es necesariamente romántico, pero, dentro del marco que lo práctico exige, al menos en privado tengo derecho a quejarme o a burlarme de mi misma.

-No lo había pensado de esa manera. Supongo que tenerte un poco de envidia es preferible a contemplar tu situación. - Las manos de Morgause trabajaban afanosas en soltar el cabello de Fabiola, el cual estaba trenzado.

-No llores mucho por mí-, contestó su hermana tratando de virarse a verla pero solo se encontró con una mano firme y una voz que le pidió se entretuviera con algo más.

-Oh, pero pretendo hacerlo- continuó Fabiola- hablemos de ti, en una instancia. No creas que mis nupcias me han quitado lo observadora. En estos días has estado algo distraída y me temo que lo que te trae tan desconcentrada es la presencia de cierto emisario de Seelie. He visto como miras a Teigan Marcach.

-Tú y tus juegos de palabras. - Esta vez Morgause se apoyaba con un brazo sobre la tina para poder ver a su hermana a los ojos. El azul de sus irises, profundo con destellos dorados como aguas tocadas por el sol les descubría como hermanas, en todo lo demás eran diferentes. Bellezas curiosas, les solía llamar su padre, quien les consagraba a Luz y a Sombra desde el día de su nacimiento solo dejándose llevar por el augurio del color de sus cabellos. Morgause era rubia, casi platinada y su nombre había sido escogido con el fin agradar a las Morrigan. Fabiola tenía en sus hebras colores que en nada recordaban las aguas. Suyo era un cobrizo de atardeceres, donde la oscuridad de cuela coqueta a seducir un sol poniente. - No es emisario de la Corte, es tu emisario. Y sí, me interesa, aunque no puedo negar que me hubiese gustado conocer a Francis Alexander. Según me indican era mucho más dado a la conversación amena. Seguro le hubieses asignado un puesto permanente en Ynnis Affalon.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now