XX. Secretos que se guardan en la Piel (parte 2)

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Helmsdale, Tierras Altas de Escocia

Aidan Faraday logró recuperarse. Su cuerpo estaba empezando a enmendarse y su psiquis, la cual había sido devastada y lanzada a un precipicio de locura tras ser separado de su amuleto, se reparó de igual manera. En fin, tras una semana de ausencia de memorias, finalmente conectó con su otro yo, recordando ser un príncipe de Aval.

Curiosamente, sin embargo, aquellas cosas que le ataban a la tierra de las hadas no parecían importarle. Killian de Fae pasó a un segundo plano. El príncipe nunca fue irresponsable, pero verse libre de la influencia de la corte, incluso de la presencia de su hermano, le ofreció una sensación de independencia de la cual nunca antes había disfrutado. Le constaba que Auberon no estaba en peligro; su hermano debió haber utilizado el amuleto para ganar de vuelta su cordura o en todo caso, una vez su pie estuviera seguro en Aval, Candanee vería sobre la tranquilidad de su espíritu.

Cosas sucedieron que hicieron a Killian ver la relación de Auberon y Candanee desde otro punto. No era solo la prerrogativa de un príncipe, era un oasis de paz en medio de una constante tormenta. Fue una conjetura que se le hizo muy fácil hacer desde el momento en que abrió sus ojos, separándose de la inconsciencia y se dio cuenta que esa terrible nostalgia por pertenecer a algún lugar había desaparecido con el primer roce de sus labios con los de Zaira.

Verle en esos días fuera del marco de violencia y sangre donde se conocieron era apreciarla como si se tratara de una primera vez. De su postura había desaparecido la dureza que exigía el moverse en un campo de batalla. Relajada, con el cabello suelto destellando matices cobrizos doquiera que el sol tocaba sus hebras, Zaira tenía la gracia de una aparición. Observarla moverse por la habitación era recordarse a sí mismo de no perder el aliento.

-Todavía no estás del todo bien- le reprochó la joven de cabello oscuro mientras se acercaba al borde del colchón-. No abuses irlandés; tu lugar es en la cama.

Faraday arqueó una ceja y respondió, de lo más entretenido: -Voy a tener que quejarme con los cuervos de negro. No vayan a decir que ando sometiéndome a tus deseos sin exigir si quiera que hagas un hombre honesto de mi persona.

Se refería al padre Mallory, quien encontrando apoyo en la Iglesia de la villa, había retomado el trabajo de galeno y se dedicaba a dar rondas y desaprobar sobre todo lo que hacía Zaira, incluyendo mantener a Aidan bajo su techo. Pero fue suficiente como para que la joven desviara sus labios de los suyos y mirara preocupada. En el borde de la ventana, un aves corvina graznaba como sintiéndose ofendida del comentario de Faraday al compararle con hombres. Ambos rieron, pero solo la risa de Aidan permaneció, por razón de ser genuina.

-Estupideces que dices. Vamos soldado, ¡sobre tus pies! Si insistes en levantarte, pues ten seguro que no pienso volver a recogerte del suelo.

Él ya estaba lo suficientemente repuesto como para levantarse por sí mismo y tal vez ella lo sabía. Pero, aprovechando el momento, la apretó contra su cuerpo, invitándola a perderse entre sus brazos.

-Te amo y lo sabes. - La confesión no fue tan dura como esperaba. Por el contrario, se sintió como la culminación de todo aquello que conspiró para traerles a ese punto. Atrás quedó la contienda, suspendida por los albores de un invierno prematuro, las sospechas sobre los motivos de su llegada... Aval y todas sus promesas. Aidan quería decirle, confesar la totalidad de sus secretos; pedirle que juntos enterraran a Killian de Fae y de alguna manera, se conformaran con vivir lo que todos los humanos viven: un tiempo sin esperanza de eternidad, pero respaldado por el amor que se profesaban el uno al otro.

Podía sentirla, devolviendo su deseo, por medio de un corazón que había aprendido, a través de breves momentos de felicidad, largo sufrimiento y espera a corresponder al suyo latido por latido. Los dedos de Zaira trazaron su torso antes de permitir a sus manos descansar seguras abrazadas a su espalda. Ladeó su rostro permitiéndole besarla, extendiendo ese juego de ambos en donde tentaban la pasión solo para recordarse que había límites.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now