XXV. Puertas Abiertas

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Caorthannach

            Llego el día en que la Madre de las Sombras vio un asomo de cordura en el caos que comprende su existencia. Por primera vez en miles de milenios se daba la oportunidad de soñar. Le llamaban Madre de Sombras, por ser la más antigua de sus pares, pero ella bien sabía que no era parte de un principio, solo uno de tantos engranajes en la rueda.

            Nadie recuerda quien pronunció la primera palabra, pero sus ancestros le dijeron que en algún momento La Luz se separó de las Sombras, dejando tras de sí el caos que el Universo se ha entretenido en ordenar desde entonces. Bien y Mal escogieron sus caminos.

            Criaturas surgieron, en cuya piel quedó para siempre marcada la voluntad de aquellos que le dieron vida. Sus nombres fueron olvidados en el tiempo y ahora, si acaso, quien aún percibe su presencia se conforma con llamarles ángeles y demonios.

            En un principio no era parte de ellos. Recordaba ser mortal, a pesar siglo doblado sobre siglo como preciosa tela, una que otra noche recuerda el caliente de la arena del desierto bajo sus pies. El caminar sin rumbo, desechada por los dioses inexistentes y los hombres que adoraban altares  vacíos. 

            Temían el color de su cabello. Rojo fuego, que en esos tiempos era un misterio insondable guardado solo para el toque fortuito del rayo. Rojo sangre que hacia implícito en cada onda que caía sobre sus hombros el misterio y la magia que liga a las mujeres de manera intima tanto a la vida como a la muerte.

            Recordó la llamada seductora de la penumbra y las caricias de incontables e intangibles amantes que poco a poco exaltaron su piel hacia una apoteosis. Mortal en liga con demonios surgió de entre la espesa bruma como una diosa. Si no fue la primera, de todas maneras no perdería la gloria de llamarse la mas productiva. Suyas son las criaturas que hacen de la noche su refugio: la brujas con pie en el plano mortal y ojos en los caminos del espíritu, súcubos e íncubos dueños y al mismo tiempo esclavos del placer, licántropos cuyo llamado pretende extender el reinado de la luma con sangre y violencia y vampiros que imitan con perfección y gracia una semblanza de humanidad. 

Todos suyos y en tiempo, por todos olvidada. Relegada a guardar las puertas de uno de cientos de Avernos, en el lugar más inhóspito y frío que ofrecen las esferas.

Sonríe, segura de que pronto ha de cambiar su suerte. Si negada y abatida no puede ser dueña de un mundo, ha de ser dueña de otro. El Rey de Fae le permitió la entrada en sus aposentos y ella ha de reclamar su lugar como reina. 

Auberon

            Su mente es un abismo confuso, fragmentado y doloroso. Cada paso que en un momento consideró certero ahora volvía para atormentarle tomando la forma de una duda. Flaqueaba por causa de su propio juicio envenenado por la obsesión, (por el amor tal vez, ya no sabía la diferencia). Era una combinación de sentimiento que se empeñaba en justificar su locura. La culpa pegaba una y otra vez... Candanee. Diste demasiado a Candanee. Inadvertidamente pusiste en sus manos la llave  a las puertas de las sombras... Killian. Maldito Killian. No es tu sangre, nunca lo fue y aun sin saberlo reniega de todo lo que le es ofrecido. No es tu hermano, es un cáncer, el molesto envase de tu poder, una demarcación en carne que te separa de todo aquello que está en tus manos tener, un sacrificio en vano... Aval. Las tierras de Fae y todos los que en ellas habitan son una traba, un escollo en el camino...

No. No. A veces, entre el aguijonazo intenso de sus pensamientos homicidas podía ver otras versiones de lo que había aceptado como realidad.

Fabiola LeFaye apareció en Aval, acompañada de su hermana Morgause. Su llegada inesperada estaba marcada por el misterio y la curiosa ausencia de Teigan Marcach. La ondina se arrojó a sus brazos, y de allí en adelante fue difícil recordar lo que había sucedido.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now