V. Si las Sombras en Algo hemos Ofendido

773 84 68
                                    

V.

Si las Sombras en Algo hemos Ofendido

La Corte de Seelie se reúne en ese momento preciso en que el sol aparenta ocultarse en las tierras humanas. El instante es ideal, pues el resplandor de las salas doradas de Aval se extiende sobre el entre-mundo y escapa en finos rayos que a pesar de mortecinos, ofrecen colores carentes de comparación a los conocidos en este planeta. La noche pronto oculta detalles a los que solo se acercan aquellos que bien saben lo que buscan.

Entre los asientos gradados del salón de banquetes las ondinas reían, provocando carcajadas contagiosas que reverberaban con rumor de aguas. Tentaban a los oníricos con la firmeza de sus curvas y el suave toque de sus labios. Murmurando de manera sugestiva, apostaban a una colaboración que con poco esfuerzo, podía regalarle esa noche a los mortales cantidad de sueños húmedos.

La llegada de Auberon sumió todo en silencio. No se trataba solo de el respeto debido al rey de Fae, si no a la terrible impresión de que algo estaba errado. Entraba el verano y la Corte recibía la visita de sus Damas y Caballeros nacidos de las aguas. Por ende, la sala del trono estaba adornada con cascadas que al caer, estallaban en salado y dulce, luz y color sobre pulidas rocas, provocando que una fina y delicada bruma se escurriera sobre el suelo. Dicha ilusión daba paso a una atmosfera artificial que nada envidiaba a las blancas nubes que se asomaban por los ventanales.

Sin embargo los pasos del monarca algo distraído en sus pensamientos, dejaron eco de las llamadas de Octubre. La presencia de las aguas fue sustituida por el quebrar de hojarasca y el suave rocío se aglutinó en una espesa y fría neblina que calaba hasta el hueso. Para cuando el rey de Aval se sentó a la cabeza de la mesa de banquete, sus ojos, por lo general del color del oro más puro, se redujeron al oscuro de la miel tocada de especias y en sus manos despuntaban agresivas y gruesas garras.

Milord– Vinca, diminuta pixie alada a cargo de detalles de protocolo revoloteó cerca de su Señor, comentando de manera disimulada sobre su apariencia–. Por razones que me son ocultas ha optado su majestad verse hoy un poco más dado a las Sombras de lo que exige el verano y la Corte se siente algo incómoda.

–En lo que a nosotros respecta, la Corte tiene como función agradar al monarca. Insistimos en pensar que de esta mañana a la tarde tales cosas no han cambiado. –Fue Vinca quien tuvo que soportar la respuesta pues para cuando Auberon terminó de expresarse el lugar estaba vacío y sumido en algo cercano a la total penumbra.

–Especificaciones de las audiencias, mi lord–  una tercera voz se unió a la conversación, entonación la cual provocaba enervación en Vinca.

La simple presencia del nuevo Heraldo Oscuro le inducía un nivel de agotamiento el cual nunca sufrió con Francis Alexander. El desaparecido Sidhe podía ser un dolor de cabeza, pero sin duda era una aflicción elegante. Teigan de la Casa Poch no se molestaba en cargar su veneno a cuestas. El hecho de que no ocultara sus intenciones para nada le hacía menos peligroso.

Su entrada a la corte se dio bajo la premisa "el enemigo de mi enemigo debe ser mi aliado." En tiempos ancestrales se dice que la Casa Poch dominó con facilidad casas menores en Aval. Sus capacidades como cambia formas, únicas a su estirpe, le permitían tener ojos y oídos en todo lugar.

La llegada de Francis Alexander, con su habilidad innata de adivinar, entre otras cosas, la verdadera apariencia de los Sidhe, dio con el hecho de que los Pooka solían correr, tanto en las horas precedentes al amanecer como en aquellas que anunciaban el crepúsculo, junto con las cabalgatas de equinos salvajes que dominaban las praderas de Boyne.

Los cambia formas solían mantenerse unidos y cercanos al portal de Aval. No tomó más que unas cuantas palabras y la promesa de esa eterna sonrisa para convencer a Nimia, la hija casamentera del clan, que llevara unas campanillas doradas en su cabello como señal de sus afectos. Tan prendada quedó la inocente del regalo de Alexander que no lo removió de sus rojizas hebras, ni siquiera a la hora de transformarse. No fue difícil esa tarde identificar a la yegua bermeja y a los otros caballos que le protegían en un cerco familiar durante su corrida.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Donde viven las historias. Descúbrelo ahora