XVII. Nuckelavee

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Era demasiado para sostener sin perder la razón. Visiones paralelas, una que le ataba al suelo en que se sostenía y otra que le obligaba a reconocer la presencia del mundo del que procedía, le estaban desgarrando por dentro. No era el momento de sufrir un dolor de cabeza que, acompañado por un zumbido de alta frecuencia le hizo cerrar los ojos y trillar los dientes. La espada; no podía dejar caer la espada.

La sensación de recibir una amable caricia le devolvió un poco el uso de razón. Sobre el, la Morrigan de las batallas impartía sus bendiciones en el campo, indicándole, con ojos de destellante amatista a donde debía dirigirse. Killian pudo ver claramente el espacio abierto que le permitiría abrirse paso hasta James McGrey. Encargarse de ese traidor era prioridad. La criatura que surgía de las aguas a su espalda tenía solo un objetivo; con Gusto el príncipe de Fae habría de enfrentarle, pero sería a su tiempo.

Mikka observaba desde lo alto, su presencia solo se advertía como un rayo de luz y el graznido de los cuervos, haciendo eco del chocar de hierro en la batalla. Estaba hecha una furia, en momentos como este odiaba la neutralidad impuesta por el Universo. Quería mojarse las manos en sangre. En su visión del mundo, la cobardía era un pecado mayor y a su juicio, desconociendo la verdad y con la cabeza llena de las intrigas de Francis Alexander, decidió que el joven a quien ella juzgaba solo humano, había sido encomendado con una tarea demasiado pesada, una misión que a otro correspondía.

Comenzó a recitar suaves palabras en un idioma que ya estaba perdido hasta para las hadas. Su pronunciamiento invalidaba cualquier otro; abría puertas que seres sobrenaturales confiaban en estar cerradas. Al final, solo pronunció un nombre: Auberon, quien a su juicio debía responder en lugar de su enviado.

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La retirada estaba probando ser algo dificultosa. La avanzada inglesa estaba rezagada y James McGrey, quien antes fuese teniente de Alasdair, no contaba con que la sorpresa y la decepción pronto habrían de convertirse en determinación y bravado.

Su vista se desvió hacia Aidan Faraday, el irlandés parecía un demonio. Su cabello marrón de tonos claros había perdido el color bajo el insistente y oscuro peso de la sangre que manchaba su rostro y torso. Lo que podía ver de su espada a la carente luz, se denotaba rosada. Varias veces se había encontrado hierro con carne, solo para ser limpiada sobre la túnica y volver a su trabajo. El caballo de McGrey pareció percibir la ferocidad de Faraday. La bestia para nada se había impresionado con los gritos o el batir de las espadas, pero sí quedó espantada por un momento al seguir instintivamente la mirada de su amo, quien le alertó con la rienda. Tanto caballo como jinete vieron un refulgir granate en esos ojos verdes, pero mientras el hombre pesó que se trataba de una mala pasada de la escasa luz, el caballo, reconociendo un Aos Sidhe; se levantó sobre sus patas traseras y dejó caer a su jinete sobre la húmeda tierra.

El escoses esperó un golpe certero y rápido, pero Faraday le permitió ponerse en pie. En medio del caos, el enfrentamiento sería solo suyo y el irlandés estaba dispuesto a darle más ventaja de la que él le concedió a quien una vez se llamara su comandante. No sería solo una baja más en una batalla, su oponente perseguía vengar la muerte de Alasdair McGill.

Comenzaron. Sus espadas gritaron con furia al tocarse. Ambos hombres eran jóvenes y por ende, fuerza y musculatura se extendía en cada estocada. El cruzar inicial del hierro, provocó un leve desbalance en McGrey, el cual Aidan Faraday aprovechó para impactarle sobre el pómulo.

El irlandés sonrió. Su oponente no contaba con la agilidad que le permitía soltar la espada por segundos para usar sus puños sin perder control del arma. Se encargó de hacer contacto visual, disfrutando cada momento de incertidumbre en el rostro del desgraciado teniente.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin