XXX. Hermanas

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Por primera vez en mucho tiempo, Mikka pudo ver un orden perfecto en todas las cosas.

Los cuervos que formaron el impensado ejército de Aidan habían surgido de ella. Fueron la transformación de su sufrimiento; un peso que, por primera vez, enfrentada con la verdad, se le hacía imposible de manejar.

Dejarlos partir al campo siguiendo sus órdenes le volvió a dar un sentido a su vida, por un breve instante. Pero ahora, las almas de aquellos que sobrevivieron la batalla en contra del ejercito de Aval y las ilusiones creadas por un heraldo oscuro volvían, remontándose en alas negras a Annand y a Bansit.

Sus hermanas les guiarían de vuelta a Las Esferas. Era lo justo. Desprendida del manto de su oficio ya su antiguo ser no le reconocía como a una Morrigan.

Miró a los ojos de Aidan, quien le devolvió la mirada con la determinación ganándole al afecto.

-No debiste venir, Mikka. Cualquiera que fuera el regalo de Vinca no es tan fuerte como el manto de la Morrigan. Annand debe protegerte y para eso, debes permanecer a su lado.

La Morrigan apreció su alrededor mientras sus labios se curvaban por la satisfacción. Cuando se transportó al campo, las alas provistas por Vinca ya eran frágiles, pero no se detuvo de abrirse paso entre la muchedumbre con su filo cortante. Por primera vez su brazo se sintió cansado y la empuñadura de su espada se resbalaba entre sus manos. Pero, al mismo tiempo era la primera vez que experimentaba el deseo de ver el final de una batalla, solo para saber que aquel a quien amaba estaba a salvo. Cruzó los brazos sin dar la mínima tregua y soltó esa lengua que por siglos le había metido en tantos problemas.

-Estimada majestad; no se esfuerce demasiado en mostrar su agradecimiento. Con que terminemos esta conversación en algún otro lugar me basta.

Se arrojó sobre Aidan como quien reclama una conquista, ignorando la ceja arqueada y el dejo de protesta que pronto le borró de los labios. Comenzó a reírse como siempre lo hizo, como a quien nada importa mientras su nariz rozaba la mejilla de Aidan a quien al fin había logrado sorprender con el beso.

El príncipe la ancló contra su cuerpo, deteniendo el desenfrenado vaivén de su cabello platinado. Cuando aferro sus manos a la cintura de Mikka sintió como sus alas, ahora apenas una ilusión traslucida se disolvieron en finos cristales que cayeron cual suave lluvia sobre el suelo. No fue doloroso para ella. El vibrar de su cuerpo fue una respuesta automática a sentirle cerca. Lo mismo sucedía con él. Entre ambos existía una atracción inevitable que fue evidente incluso cuando entre ambos existía la ilusión del odio. Ahora, libre de trabas, solo esperaba el momento.

Verle, verdaderamente verle, tal cual era seguía siendo una sorpresa. Pero acariciar el contorno de su rostro, ver sus labios rosados, esbozando una sonrisa a medias, le provocaron pensar que todo aquello que había sucedido les había traído hasta allí. Aidan tenía asuntos que cumplir. Más sangre sería derramada y el cansancio y el dolor que le embargaban probablemente se extenderían hasta hacerse nada ante la muerte. Pero, por todos los dioses, no iba a perderse de besarla.

Los suaves labios de Mikka hicieron desaparecer todos sus conflictos.

La Morrigan, por su parte, se asió a ese beso como si en ello se le fuera el ultimo palpitar de la vida que apenas comenzaba a descubrir. Jamás volvería a saber con seguridad que pasaba por la cabeza de Aidan Faraday; entregó ese poder cuando dio un paso fuera de la protección de Annand. Pero, le conocía lo suficiente para tratar de convencerle, con todo su cuerpo, de que no diera otro paso.

-Todo está perdido, Aidan- su voz era apenas un suspiro mientras sus labios seguían buscando los suyos-.Dentro de todo, la profecía no era tocante a nosotros, al menos no la parte que prometía la destrucción de Aval. Auberon abrió esa puerta. Antes de él lo hicieron Meav y Francis Alexander, incluso Crisdean con su intrusión en las líneas de sangre.... ¡Maldita sea! Incluso yo tuve más que ver en esto que tú.

La paciencia de Mikka se le escapó de entre las manos, las cuales, momentos antes habían estado descansando sobre el pecho de Aidan y ahora se enrollaban demandando, haciendo un nudo de la tela de su camisa. Faraday dejó escapar una risa grave.

-Mikka, juro por todos los dioses que te amo, pero a veces me pregunto si setecientos años actualmente me dieron suficiente paciencia para lidiar contigo. Entiende; Killian de Fae todavía existe en mí, con un propósito. Debo ver a Auberon. Debo tratar de salvar este lugar al cual pertenece una gran parte de mí. No es solo luchar por abrirse paso en este infierno, es procurar que los que sobrevivieron tengan un lugar al cual llamar hogar. Piénsalo, Mikka. Sé que en tu corazón nunca ha existido la lógica cortante de Annand o el amor al deber de Bansit... Si así fuera, no hubieses sentido la necesidad de huir, de vestirte con otro rostro, de ser algo más que una diosa neutral y fría en sus designios. Ni tu ni yo pudiéramos vivir tranquilos si fuéramos a huir ahora.

Sus palabras no pretendieron herirla, pero nada pudo evitar que los ojos de la Morrigan se entristecieran. Mikka ya había optado por huir una vez, y las consecuencias probaron ser funestas para ambos. Aidan Faraday estaba dando honra a su lado mortal: testarudo, intransigente, pero de igual manera dispuesto a arriesgarlo todo ante el asomo de una esperanza. Nadie podría quitar de su cabeza la idea de que Auberon le correspondería.

-No debe ser tan difícil de entender, Mikka. Nunca se pierde la confianza en un hermano. -Mikka no lo había notado antes, tal vez por el hecho de que, a su parecer, Bansit era para ella mucho más que Annand, pero ahora, la voz de la Morrigan hablando a su espalda era imposible de distinguir. Tanto así que tuvo que voltearse para asegurarse que tras de ella estaba Bansit.

Un instante fue suficiente para descubrir que ya no era el reflejo de su hermana. No era solo la carencia de alas. Su decisión de ausentarse afectó fundamentalmente a la más tímida de las Morrigan. Bansit era ahora más Mikka, que lo que Mikka soñó alguna vez ser. En lugar de arrogancia o su acostumbrada cortedad, había un temple en la mirada de su hermana que garantizaba que cada una de sus palabras sería definitiva, sin dar lugar a contiendas.

Mikka reaccionó de manera inesperada, incluso para Aidan. Se zafó de entre los brazos del príncipe y con un grito aguerrido trató de hacerse de la espada que hasta hace unos momentos había tendido en sus manos.

-Ni lo pienses, hermana, -Bansit sabía que no era la intención de Mikka el agredirla, solo asustarla-.Antes de que descubras que vas a provocarte más daño que bien, suelta tu arma. No puedes tomar y dejar el manto de la Morrigan a tu antojo.

Los ojos violáceos de Bansit se encontraron con los de Aidan, quien asintió sereno.

-He saldado mis cuentas con tu amado, hermana- Bansit continuó mientras Mikka realizaba que ambos estaban de acuerdo-. Hace siglos traicioné a Aidan Faraday haciéndome cómplice de una mentira. Hoy, me toca traicionarte haciéndome cómplice del deber.

El toque de una Morrigan es fuego y calma. Mikka sintió como toda su voluntad se esfumaba ante el abrazo de su hermana. La espada calló de su mano, las palabras se disolvieron en sus labios. Solos sus ojos pudieron seguir a Aidan Faraday en su camino a enfrentarse al rey de Aval.

Este es otro capítulo relativamente corto, pero a partir de esto me queda una pelea y una resolución. Como dicen en mi pueblo: dos capítulos más y "muerto el pollo." Y hablando de muertes... todos, uno o ninguno es mi dilema a estas alturas.

-Lynn

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Donde viven las historias. Descúbrelo ahora