XXIX. Brujas

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  • इन्हें समर्पित: eli_jimenez
                                    

-¿Qué esperas? En realidad, ¿albergas alguna ilusión romántica? ¿Crees que esto tendrá un final feliz para ti? Aval te ha dado entrada a este recinto como quien, desesperado, opta por opciones inauditas. Pero a mí- la risa burlona de Caorthannach hacía eco en el salón. Candanee contuvo su respirar por un instante, si tan solo para dar una demostración de estoicismo.

Su mirada imperturbable se centraba en el demonio frente a ella y apenas daba crédito a sus sentimientos ante Auberon. Caorthannach sin embargo sabía que el corazón de la druida se debió haber desquebrajado ante la mirada fría y la falta de reconocimiento de parte del monarca.

Auberon permanecía lánguido y sombrío, esperando el momento que requiriera acción de su parte. Fue entonces que Candanee descubrió que el mismo no había acudido a su llamado, más bien solo se alineó al deseo de la reina infernal. Cuando al fin abrió su boca, sus palabras fueron para La Madre de las Sombras.

-Poderosa sin dudas. Su línea de sangre, aunque no de manera directa está conectada a Fae. Aval ha permitido su entrada solo para traer a Killian ante mí. Su única protección es Samhain, pero el espíritu de la temporada es, en su aspecto más oscuro, sujeto a ti, Caorthannach.

Auberon describía a Candanee como quien enumera una lista cometida a la memoria. Ni un rastro de simpatía parecía asirse a sus palabras. Continuó su monologo, si acaso ladeando la cabeza para poder escudriñar el rostro de la druida.

-No hay nada a su favor- Auberon pausó por un espacio casi imperceptible, solo para tensar sus labios y proseguir.

-Decías, querido...- el demonio de cabellos cobrizos le exigía continuar, mientras Candanee aguardaba ansiosa las palabras.

-Con solo tocarla bastara para destruirla. Morirá aquí, donde una vez plantó su patético jardín mientras pensaba que de alguna manera su vida nos era de importancia. - Sonrió y la satisfacción quedó tocada con un ínfimo grado de dolor que bien pudo haber existido solo en la imaginación de la bruja. -Puedo hacerlo si así lo deseas, Caorthannach. Puedo disponer de ella sin molestarte en lo mínimo.

Auberon se acercó a Candanee. Halándole por el brazo, la arrojó de bruces al suelo. Sosteniéndola por el cuello, la obligó a dar con el rostro contra el suelo cenagoso.

-No es necesario que me libres de ciertos placeres-el demonio pelirrojo relamió sus labios. Acabar con la bruja de inmortalidad prestada sería divertido. Era cuestión de añadir un poco más de sufrimiento al dolor de la indiferencia. Ordenó a Auberon desentenderse de su víctima y el monarca lo hizo de inmediato, no sin antes abrir sus manos y acariciar el contorno del cuello de la que una vez fue su amada.

Candanee entendió lo que estaba sucediendo. La Madre de las Sombras estaba absorbida en su victoria y aunque la única emoción que le conectaba a Auberon en ese momento era el dolor, no podía percibir la gradación del mismo. Ella, sin embargo, pudo percibir algo de compasión oculta tras la violencia. Auberon le estaba rogando que volteara su atención sobre algo... pero, ¿qué?.

Las hadas no pueden mentir, es un impedimento que controla sus poderes de persuasión. Los heraldos oscuros navegan con mucho cuidado la manipulación de las verdades, transformando las palabras, permitiendo que los interpelados llenen los espacios para beneficiar los sidhe. Auberon, sin embargo, estaba arriesgando no solo obviar algo sobre ella, si no tergiversar completamente lo que atestiguaba delante de Caorthannach. Estaba descubriéndose vulnerable delante de Candanee. La hechicera no entendía hasta que la razón literalmente le pegó en la nariz.

Había algo intacto bajo el lodo de la ciénaga que rodeaba la sala del trono; algo que la podredumbre de Caorthannach no había podido convertir en desecho, pues no le pertenecía. El demonio había destrozado a Auberon, pero no había podido tocar sus recuerdos.

En sus recuerdos, siempre estuvo ella. Candanee. Aun cuando Aval determinó que la druida debía marcharse, Auberon llenó los espacios más inesperados con su presencia. Los rosales, por instancia, aquellos en donde la hechicera practicó por primera vez convertir la realidad en ilusión cambiando el color de las flores, eran suyos. Y no solo porque a él se le antojó dárselos por regalo. Tanto la tierra, como las delicadas rosas que parecían tan frágiles como el papel comparadas a las de Aval, venían de su mundo.

Candanee sonrió para sí misma mientras Caorthannach se acercaba. Había algo extraño sobre la reina infernal. A pesar de su victoria aún no se encontraba del todo recuperada. Por siglos se había rumorado que La Madre de las Sombras fue desplazada de su sitial de poder por haber caído presa de la locura. Estaba fragmentada, una entidad dividida entre las realidades, incapaz de la omni-sapiencia que se le atribuye a los dioses. Auberon mintió sobre Candanee. Caorthannach desconocía la verdadera extensión de su poder.

La hechicera se descalzó, superando el asco que le provocaba sentir todo tipo de desecho y muerte y afirmó sus pies en la tierra que se le había sido concedida, aun cuando el levantarse del suelo le provocara dolor.

Caorthannach la asió por las manos, enterrándole las uñas en la piel. La satisfacción de sentir a la hechicera retorcerse del dolor le duró muy poco. De las heridas de Candanee brotó una sabia amberina que, tocando el suelo, provocó que germinara una semilla, dando lugar a una espiga verde que pronto se convirtió en una enredadera que aprisionó a la Madre de las Sombras.

-¡Magia de Vida, bruja barata! - Fue más que una satisfacción decírselo. La fuerza de sus palabras alimentaba la enredadera, la cual encontró habitación bajo la piel de Caorthannach y resquebrajándola, se hacía más fuerte hasta formar un tronco que atrapó al demonio y le impedía moverse.

La magia requiere equilibrio y armonía , es la única manera en que se puede garantizar la cohabitación de Luz y Sombra en el plano mortal. De Aval no se exigían tales cosas, pero la tierra donde ambas pisaban pertenecía a un mundo donde los humanos, a pesar de ser menores que las criaturas mágicas, habían logrado doblegar incluso a los dioses. Ese suelo fragante que no pudo ser corrompido por la maldad de su enemiga, le recordó la raíz de su poder.

Candanee entregaría su corazón, vería el final de sus días si fuese necesario, con tal de vencerla. El sacrificio es algo particularmente humano. Donde otros exigen, aquellos destinados a caminar por siempre entre Luz y Sombra han aprendido a honrar tal sentimiento.

-¿Lo puedes sentir? - retó a Candanee. -El vibrar de sus pasos lo delata cerca. Un príncipe de Aval viene a liberar a su monarca, mientras que yo he de asegurarme que de ti solo quede el recuerdo. La profecía prometía el final de Aval... ahora tus despojos eran la maldad que ha de contener el nuevo árbol del Principio.

Vida, salvaje, verde en incontrolable consumía a Caorthannach. El frio de su piel recordó aquellos días ya perdidos a la memoria cuando alguna vez fue humana, excepto que el sol, en lugar de besar su piel, le consumía y la tornaba en cenizas.

-Y se atreven a acusarme de soberbia...- Lo que quedaba de la mujer convertida en demonio se negaba a expirar. Su voz era áspera y profunda, ceniza y sangre interrumpían sus últimas y agónicas palabras, pero nada parecía detener sus pronunciamientos.

-Eres una estúpida, ¿crees que esto que ves soy yo en realidad? Solo en tu mundo he sido Lilith, Lovatar, Amaterasu...Fui humana una vez y ¿sabes cuál fue la lección aprendida? -sus ojos buscaron a Auberon, quien, a pesar de intentar desafiarla, aun se encontraba bajo su embrujo-. Nunca dejes saber dónde está tu corazón... ¿acabar conmigo? ¿Crees que será todo tan fácil?

Caorthannach abrió la boca y gritó mientras se consumía. Una energía perceptible se despegó de su cuerpo agonizante, pegando directamente a Auberon.

El rey se levantó del suelo con el impacto. Candanee escuchó el quebrar de sus huesos y el eco sobrenatural que volvió a reponerlos. Al levantarse y enfrentarla, Auberon ya no era una simple marioneta atada a un hechizo. Su cabello ahora era tan negro como sus ojos y la palidez de su rostro se resaltaba antes los patrones oscuros que reconfiguraban cada aspecto de su ser. Su padre Crisdean tenía sangre de Leanan Sidhe, su madre, devoción a las tinieblas, pero ninguno había cruzado la línea de manera tan irreversible. Más que un heraldo oscuro, el Rey de Aval era un Acolito de Sombra.

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