XXII. Samhain y otras Eventualidades

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—Tu regalo es un final ineludible y la esperanza de un comienzo. — La druida vestía de verde. Su cintura estaba ceñida con un tahalí dorado de intrincados nudos que sin comienzo ni fin aparente, emulaban la eternidad. — La heredad que dejaste cursando mis venas reclama tu oído. Mi sangre, y por ende, la sangre de mis ancestros. Mi madre Aeleen, su hermana Ionna y Dermot a quien tu justicia puso en mi camino, amparándome como un padre.

El filo de la daga tocó tierra, el suave y rítmico movimiento de sus manos, la hizo danzar en el aire y al final una lágrima tocada por la emoción besó el metal de argento con agua salada. De pie tras de ella, en la única ocasión en que se exigiría de los monarcas de Aval caminar un paso atrás, Meav, Auberon, Francis Alexander y Vinca observaban en silencio.

La piel de Candanee se tornó gélida como si en ella se posara la propia muerte, pero sus labios continuaron susurrantes, seguros de abrir un portal con la bendición del espíritu de Octubre en esa noche que dedica a las rondas. Era para la druida, la noche en que su poder se concentraba en mayor manera, al mismo tiempo, el momento en que todo a su alrededor se hacia vulnerable. En los albores del invierno, no solo Samhain vagaba esos espacios desolados entre mundos. Caorthannach, la Señora de las Sombras se despasaba en las inmediaciones de Aval, curiosa de echar una mirada sobre las tierras fantásticas que se apostaban casi a las puertas de su infierno siempre helado. Faltaban dos ciclos para que Aval pagara su ofrenda al Averno con el precio de siete almas, pero la antigua diosa no perdía la oportunidad de disfrutar de sus pequeñas victorias. El eco de sus palabras trataba de desconcentrar a Candanee y con toda intención pretendían llegar a los oídos de Auberon.

Príncipes de Aval han puesto su fe en piel humana. No hace tanto Auberon abandonó la protección de Seelie por una vuelta a las sombras y me pregunto... ¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que me lleve de la mano hasta ese trono iridiscente?

La cara de Auberon permanecía con la solemnidad de una máscara esculpida y la voz de Candanee no desmayaba. Francis Alexander, por su parte, se entretenía observando sus verdaderas reacciones, que no quedaban ocultas ante sus ojos mientras consideraba que tan arriesgado sería entablar una amistad con cierta vecina.

— Espíritus desechados se agrupan en los aires pretendiendo poder, mas solo a uno atañe mi llamado. Samhain, por amor a quien te sirve, abre la puerta de Octubre.

La daga cortó certera ofreciendo un caudal de sangre que se vertía desde su antebrazo al suelo. La herida corría de norte a sur, profunda, como exigen todos los actos de fe. Samhain abriría la puerta y restauraría su piel o moriría desangrada en el intento. Derramó su vida hasta caer de rodillas, viendo como el verde de su vestimenta se hacía casi negro.

Auberon no pudo resistirlo. Las faltas al protocolo eran imperdonables para el príncipe de Fae, pero ver a Candanee perdiendo el color de la piel, deshaciéndose en rojo, fue demasiado. Hizo a un lado a su madre, quien observaba entretenida mientras llevaba cuenta de cuantos minutos deberían pasar para perder una vida humana. Vinca trató de advertirle, incluso se acercó hasta tocar el borde del brocado de su capa.

Segundos. Solo eso transcurrió entre el príncipe haber intervenido y el Espíritu de Octubre aparecer a sus puertas. El resplandor naranja y áureo cegó a Auberon y en un instante, fue librado de la carga de Candanee, quien pasaba a manos de otro. El cuerpo de la sacerdotisa se sostenía en el aire. La sangre derramada fue absorbida por la tierra y hasta las manchas en sus vestidos desaparecieron. Todo fue tomado como ofrenda. Su piel cerró y entonces fue devuelta a los brazos de su amado. Aun débil, presintiendo que no sería bien vista la interrupción de un sacrificio, Candanee suspiró a oídos de Auberon: —No debiste...

—Bien lo ha dicho la sacerdotisa, hijo de Fae. No debiste. — La voz que hacía eco en el silencio traía consigo un olor a especias y se escuchaba lejana, pero virtualmente omnipresente, como el caer de la lluvia sobre hojarasca seca. Francis Alexander no podía creer su suerte. Un cruce de mirada cómplice con Meav le indicó que la impetuosidad de Auberon les había adelantados sus planes. La voz continuó dirigiéndose al príncipe de Aval sin la mínima contemplación. —Si te duele verla en este estado conoce entonces que ha sido tu presencia lo que ha contaminado su sangre. Por más noble que pretenda ser tu corazón tienes en el demasiadas sombras. De no ser así Caorthannach hubiese aprendido su lugar sin osar a interferir en la invocación de una que me sirve.

Círculo de las Hadas: Tierras de Aval Where stories live. Discover now