28. Muñeca rota

133 18 0
                                    

Quizá la culpa es de que ya no soy la misma persona de antes. O tal vez el único culpable es el tiempo, el que ha causado tanto dolor dentro de mí, el que ha provocado todos estos destrozos que ya no podré reconstruir.

El problema es que lo sé. Sé lo que me ha pasado, pero no soy capaz de hacer algo por remediarlo, por hacerme feliz de nuevo. Porque ya nadie puede conseguir que vuelva a sonreír como antes de que todo esto pasara, de que todo cambiara tan rápido.

Ahora soy una muñeca rota, aquella que descuidaron y pusieron en el borde de una lama alta diciendo que no se iba a caer y, que si lo hacía, no le iba a pasar nada porque era fuerte. Pero no fue así. Porque la figurita cayó al asfalto desde un avión y acabó hecha pedazos, ya no solo picada. Pero, aun así, la siguieron ignorando.

Y ahora la muñeca se ha hecho ella misma unos arreglillos que la han dejado casi perfecta —y digo casi porque, si te rompen, nunca vuelves a estar como al principio—. Y, si te fijas detenidamente y de cerca, puedes ver que faltan piezas, daños en lugares que no se podrán remediar jamás por mucho que lo intente. Porque si la miras así, con cuidado e intentando no perder ni un solo detalle, puedes verle hasta llorar de dolor, de pena, de sufrimiento. Porque, sí, ellas también lloran pese a su belleza. Y ¿por qué una muñeca rota, destrozada, no podría hacerlo?

Pero nadie se acerca a ella, ni admiran su belleza, ni el trabajo que le llevó a su creador fabricarla. Porque la porcelana ya no importa, y mucho menos ella. Por no hablar ya de su interior, aquel que oculta bajo esa coraza frágil.

Está rota, por dentro y por fuera, y nunca va a conseguir volver a ser la misma.

Memorias de un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora