Nunca lo había pensado. Hasta ahora.
Se le pone veinte mil dólares a la cabeza de un delincuente y, un millón, a la de otro. Se sabe cuál es de mayor importancia, cuál es más relevante a la hora de su captura, y la gente solo se centra en él; el de mayor recompensa. El otro, mientras tanto, pasa desapercibido, vive entre las sombras con miedo a que le reconozcan pero sin temor como el del millón. Vive, pero no del todo.
No se da cuenta de que, al menos, tiene cuatro ceros y cinco cifras de valor, que siempre hay alguien que tiene menos, prácticamente nada, como yo. Y nunca lo había pensado. Hasta ahora.
Nunca me había dado cuenta de que no habrían pagado ni un triste centavo, una sonrisa o un gracias por mí. Que si fuera un criminal huido, los carteles con mi imagen ni siquiera estarían por las farolas, los postes o las comisarías, porque sería de poca monta, de los que su cabeza no tiene precio. Y habría pocos de los míos, por no decir ninguno.
No es que no me valore, es que me he creído que ese era mi precio. Que no valía nada. Que no era nada. Y eso es lo que me ha hecho vivir hundida.
ESTÁS LEYENDO
Memorias de un corazón.
Short StoryBienvenidos al lugar más profundo de mi mente. Porque, si estáis aquí, supongo que será porque sentís que vuestro corazón tiene recuerdos, que cada pulsación no solo hace que la sangre recorra vuestro cuerpo, sino que tiene algo más. Y también supo...