21. Montañas rusas y caídas en picado

185 15 0
                                    

...

Parece que llegas a lo más alto, donde ya ni siquiera puedes respirar. Sientes que te ahogas. Pides un poco de ayuda en gritos silenciosos, haciendo aspavientos, pero nadie te escucha.

Sigues subiendo y te comienzas a marear. Deseas llegar abajo, tocar de nuevo el suelo, sentir que estás a salvo y cómo se llenan tus pulmones de aire. No es así. Porque continúas ahí, en esa vagoneta del infierno a la que no sabes porqué te has subido, desde cuándo llevas ahí, cuántas veces has experimentado esta misma sensación, cuánto tiempo más va a durar esta tortura.

Prosigue con su camino y, tú, sin aire. Intentas de mil formas salir de ahí, repitiendo todos los intentos que hiciste las primeras veces, y las últimas, y las intermedias, pero nada funciona. Parece que te agotas, que te duermes, que caes derrotada. Quizá esta sea la última vez que sufras, agonices, de esa manera. Quizá todo se acabe de una vez y seas libre.

Pero ese no es el plan, porque una breve pero fuerte bofetada de aire te devuelve a la vida. Abres los ojos de par en par, vuelves a agarrar la barandilla con todas tus fuerzas, se mueve un poco y ves el vacío al que vas a caer. Lo primero que se te pasa por la cabeza es la idea de que estás demasiado alto, que no vas a salir de esta. Y, más que adrenalina corriendo por tus venas, sientes miedo, pánico, terror. Te repites continuamente que este es el fin, que estás demasiado alto. Y, aunque pensabas que ibas a ver pasar toda tu vida por delante de tus ojos aprovechando esa milésima de segundo que parece una eternidad ya que vas a morir, no sucede. Es ahí cuando la vagoneta coge el último impulso y desciende peligrosamente. Y solo ves el vacío, la oscuridad, tu pelo volando de una dirección a otra y golpeándote en la cara, sintiéndolo más como latigazos. Caes y te das cuenta de que no te parece lo suficientemente descriptivo demasiado alto; nunca lo habría sido.

Te vuelves a ahogar, porque el aire no es aire; no puedes respirar otra vez. Gritas y sientes que te empieza a doler la garganta, como si alguien intentara salir de ahí con todas sus fuerzas, arañando las paredes de ese pozo sin fondo; eres tú. Pero no puedes porque eres demasiado débil o porque estás demasiado ocupada deseando morir, golpearte la cabeza con algo tan fuerte que todo esto acabe. Y, como si ese algo que sabes que existe porque se dedica a hacerte sufrir la misma angustia continuamente te escuchara, ves que el suelo se acerca a ti, al igual que tú a él. O eso es lo que sientes; que también corre a tu encuentro, que quiere ser él el que te dé ese beso de Judas y te venda por unas cuantas monedas de agonía una vez más.

Y, entonces, chocas. Te das de bruces contra él. Y el golpe es lo último que sientes, aunque sigues viendo pequeñas luces borrosas procedentes del cielo, ese que hace nada habías tocado, como si se burlaran de ti; sabes que lo están haciendo. Eso solo te hace desear morir antes, más rápido, pero ya no te importa el dolor; ya no lo percibes en tu cuerpo, solo en tu corazón. Así que decides cerrar los ojos, permitirte el lujo de disfrutar de ese tiempo tumbada sin sentir que nada te afecta, o de eso es de lo que te has convencido a ti misma. Y parece que funciona, que el tiempo pasa y te abandonas a ti misma, que te cuesta respirar y tu corazón se despide de esos latidos que le habían acompañado y caracterizado durante tantos años. Al fin sucede algo en la vida que te hace realmente feliz.

La ansiedad ya no va a estar más a tu lado. El miedo se va a ir por donde vino; contigo. Ya no estará esa vergüenza constante. Vas a estar bien contigo misma. Vas a ser libre. O eso es lo que crees cuando todo se torna oscuro y silencioso, las luces y las risas no están, los pájaros ya no cantan, la vagoneta se ha marchado y no escuchas cómo corretea por los raíles.

Pero esa sensación se esfuma rápidamente cuando abres los ojos de par en par y coges una bocanada de aire. Parece que has vuelto a la vida, que has renacido cuando lo dabas todo por perdido. Ese algo que te quiere hundir en la miseria mientras tengas en uso ese pezadito de universo que te corresponde ha vuelto a las andadas, no se ha rendido tan fácilmente, y le parece insuficiente todo lo que ha hecho por ti en tan poco tiempo.

Se molesta en librarte del letargo solo para verte sufrir una vez más. Era justo lo que quería.

Memorias de un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora