Capítulo 01 | Agonía

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Canción: Say Something - Boyce Avenue ft. Carly Rose Sonenclar.


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CAPÍTULO UNO

Agonía.



Dos hileras, casi perfectas, se extienden frente a mí con su color un tanto amarillento. Tienen la forma más simétrica que he visto en años, pero eso no importa mucho en realidad si no puedo sacar toda la suciedad ni con la pieza más afilada. ¿Por qué demonios no se cepillan los dientes?

—Señora Kingman, puede escupir ahora —le pido señalando el escupidero con la punta de la barbilla y me deshago de los guantes de látex.

La pequeña señora de cabello rubio se limpia los labios con la servilleta que reposaba en su pecho y hace el amago de levantarse, así que presiono el botón de la unidad para que regrese a una altura prudente; lo menos que deseo es que tropiece y se rompa algún diente por mi culpa.

Hago lo mismo, me pongo en mis pies, con las rodillas y la espalda un poco agarrotadas de tanto permanecer en la misma posición. Recuerdo cuando mis profesores nos decían: «no importa si el paciente está incómodo mientras tú trabajes cómoda». Era feliz con aquel pensamiento, pero es una cruel mentira.

Si quieres comer, tienes que velar por la comodidad del cliente.

—Muchas gracias otra vez, doctora Thompson —susurra a lo que asiento con una sonrisa—. Gracias por recibirme tan tarde.

A pesar de lo dulce que luce con sus dos pequeños anteojos y su nariz respingada, la señora Hilary Kingman es toda una mujer de negocios con su traje sastre y maletín de piel, siempre me pide citas a altas horas de la noche; no tengo mucho problema con eso dado que de igual manera trabajo hasta tarde.

—Gracias a ti. No olvides hacer tu próxima cita para dentro de un mes con Jess —contesto casi de manera automática, mientras la acompaño a la salida del consultorio. Luego recuerdo que, probablemente, Jessica ya se fue—. Tendrás que llamarle mañana.

Nos despedimos con un seguro apretón de manos y las comisuras alzadas. La veo salir del local que ya está oscuro y solitario. Muy oscuro y muy solitario.

Alzo la vista para mirar la hora en el reloj empotrado en la pared. Los días siempre se van rápido, las horas pasan sin que me de cuenta; media noche es lo que dictan las manecillas.

Agotada, me preparo para regresar a casa. Antes de cerrar la puerta de cristal de la entrada, le lanzo una última mirada a mi lugar, y lo digo de ese modo porque es el único sitio donde los fantasmas no me persiguen, donde los recuerdos no se apoderan de mi piel y me hacer tiritar como una nevada fría y helada. Es el único espacio donde puedo permanecer tranquila y con los pensamientos ocupados, distantes.

Me hice del local cuando recién salía de la universidad; en realidad, mi padre me ayudó a comprarlo. La sala de espera opta una forma en media luna con sillones de color tierra, y el escritorio circular, en el centro, le da un aspecto que me gusta. Siempre hay mucha luz cuando es de día, el sol llena cada rincón con sus rayos; pero luego llega la noche y todo se vuelve carente de vida, casi como si me estuviera describiendo en una metáfora.

No es que no tenga vida, es que a veces siento como si fuera escasa.

Con un suspiro que no logro reconocer, me preparo para regresar a casa en Jordy, mi viejo Mercedes rojo. Jordy ha permanecido conmigo a pesar del tiempo y la nueva batería que tuve que adquirir para que encendiera sin problemas.

Begonia © ✔️ (TG #2)Where stories live. Discover now