Prólogo.

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No soy el tipo de persona que interrumpe en un evento especial, pero en ese momento sentí que era lo mejor que podía hacer. Eso me decía cada vez que caminaba hacia mi destino y me recordaba una y otra vez qué era lo correcto. Mis zapatos sonaban en el suelo de la iglesia y mi vestido hacía un ruido molesto ante cada paso que daba. Estaba segura de que si mi corazón pudiera escucharse iba a ser eco en cada una de las esquinas de ese lugar. Me temblaban las manos y no podía pensar en otra cosa más que en cómo había llegado a ese lugar.

La vida es algo extraño, mis queridos lectores, no voy a negarles eso. Pero en ese momento creía que el karma era parte y el destino también tenía mucho que ver. Dos semanas atrás, una mañana en Nueva York desperté leyendo mis correos en mi enorme cama junto a mi bello gato, cuando el primer correo me llamó la atención. Era una invitación al casamiento de Marcus Scott.

Mi corazón saltó de mi pecho, mi estómago giró en círculos y yo me quedé sin poder respirar al comprender que estaba leyendo. Marcus, mi Marcus iba a casarse y por un momento el mundo dejó de tener sentido. Al instante me llegó un correo de Suni, la persona que había quedado en mi puesto cuando me fui, diciendo que se había equivocado de persona y que no quería enviármelo.

¡Encima no estaba invitada a su boda!

Lo siguiente que recuerdo es estar en esa iglesia el día correcto buscando a Marcus. El lugar estaba plagado de gente y yo me había vestido de manera indicada para que nadie sospechara de mí. Pero vamos, muchos presentes conocían a la famosa escritora que había nacido en la editorial del novio. Escuché que algunos me llamaban y no me importaba nada.

Yo tenía que detener esa boda.

Yo tenía que decirle a Marcus que lo amaba, que nuestra distancia de tres años era culpa mía y que podíamos volver a empezar. ¡No podía casarse! ¡No podía cortar ese lazo que nos unía y ambos estábamos consientes de eso!

Voy a decirles una realidad: estaba un poco cegada. No pensaba en nada a mi alrededor, sino más bien en lo mucho que quería estar con él. Mi cuerpo se movía motivado por mi corazón lleno de novelas románticas y en mi mente podíamos terminar aquello. En mi mente me podía fugar con el novio y ser felices.

Escuché la voz de Suni llamándome, de una manera bastante desesperada y no me importó nada. Vi a Marcus entre la gente y avancé hacia él a pasos decididos ignorando todo a mi alrededor. Se lo iba a decir, en ese momento. Todo giraba a mi alrededor como una película romántica y escuchaba los coros de ángeles. ¿Era aquello un aleluya?

—No te cases, Marcus. Por favor. No me importa hacer un escándalo en medio de todos. Necesito que lo pienses, que te acuerdes de lo que éramos y la promesa que rompimos. Por favor, Marcus, no te cases.

El silencio invadió a todos en el lugar y vi el rostro de mi amado totalmente destruido. Aquello fue una alerta, no me había dado cuenta de que Marcus estaba tan mal de cara hasta que estuve frente a él. Me había movilizado tanto por instinto que no había notado como estaba. El cabello bien atado como a él no le gustaba, los ojos rojos y cansados y un traje que no parecía ser un esmoquin de esos que usaban los novios. Me miraba dolido, como si le hubiera dicho algo horrible.

Algo estaba mal. Algo había hecho mal, lo podía sentir.

Miré a mi alrededor y pegué un pequeño salto.

Oh. No.

—Elizabeth. Estamos en el funeral de mi padre.

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now