Capítulo Diecinueve

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Llegué a mi casa sintiéndome realmente extraña, como si estuviera haciendo algo malo y aquello me hiciera daño de algún modo. No sabía muy bien que era, pero a veces sentía que estaba haciendo las cosas mal y no podía dejar de pensar que me estaba equivocando en algún lado de todo eso. Mi madre no me preguntó que hacía con el vestido de la noche anterior y fui a darme un baño para tratar de calmar un poco mi interior. Quería callar mi cabeza, aunque no sabía muy bien cómo hacerlo.

Una vez que salí del baño decidí vestirme de entrecasa porque no iba a salir a ningún lado, ni a buscar a Marcus ni a tratar de entender que había sucedido. Me dispuse a ver una serie en la tele del salón, aprovechando que mis padres se habían ido a una de esas reuniones de amigos que tenían los fines de semana. Me recosté y prendí la televisión buscando en la interminable lista de películas que ninguna me llamaba la atención.

—¿No deberías estar escribiendo?

Su voz me tomó por sorpresa, pero rápidamente recordé que la señora de mis pesadillas estaba en mi casa desde hacía unas semanas. Mi abuela lucía impecable como de costumbre, como si fuera una actriz de Hollywood que había envejecido bien. No quise prestarle atención porque realmente la odiaba, pero sabía que a mis padres no le iba a gustar mi manera de comportarme.

—Estoy buscando inspiración —le expliqué con total tranquilidad y fingí ignorarla mientras pasaba sin parar por el catálogo de películas. Ella levantó una de sus cejas y miró lo mismo que yo miraba, sin realmente prestarle atención.

—Me parece que es hora que te vayas de esta casa, Elizabeth.

Sus palabras me sorprendieron; sin embargo, decidí no comentar nada al respecto porque me parecía una estupidez escuchar a esa mujer queriendo hacerme daño. Sabía que ella era la dueña de la casa a fin de cuentas, por algo vivía ahí y ninguno de mis padres podía comentar nada. Pero no quería escucharla decir lo obvio. No quería escuchar a nadie y me rodeaba de gente que me daba la razón, como Suni, y así iba a poder cuidarme a mi misma. No estaba en mis planes conversar con Laura, que lo único que hacía era regañarme por mis comportamientos poco adultos.

—Es mi casa también, abuela, no voy a irme por más que estés en mi cama.

—Ya eres una adulta, debes comportarte como tal —me dijo con su frialdad que podía congelar a cualquier persona. Decidí ignorarla por completo, pero ella se puso en el medio de mi campo de visión y no me quedó más opción que prestarle la atención que quería. Suspiré y dejé el control remoto de lado, esperando que comprendiera con esa indirecta que iba a escucharla decir la tontería que fuera a decirme—. No puedes vivir oculta en la casa de tus padres, tienes que comenzar a crecer y dejar de ser la niñita de tus padres.

—Llevo semanas aquí, abuela, no voy a irme porque a ti te molesta mi presencia. Lo siento mucho, no vas a poder quitarme del camino porque te molesta ver a tu gorda nieta. Es lo que hay, superalo.

Dicho eso, abandoné la sala porque no tenía ganas de escucharla y solo pelearme con ella me había dado hambre. Abrí el refrigerador para servirme algo que comer y escuché sus pasos lentos persiguiéndome. Comencé a tostar el pan y prendí la cafetera aprovechando que estaba en la hora perfecta para una buena merienda. ¿Iba a ignorarla? Por supuesto, llevaba tiempo ignorando mis problemas como para que ella viniera a decírmelos en la cara una vez más. No tenía tiempo para sus ganas de destruirme.

—Eres un caso perdido, Elizabeth, ya no se trata de tu peso —argumentó mientras yo le daba la espalda y miraba la tostadora con más interés—. Tenías una vida hecha en Nueva York, estaba contenta de saber que finalmente mi nieta estaba encarrilada. Pero nada de eso sucedió. Volviste a casa cuando es lo peor que podrías haber hecho. Tienes que encontrar tu camino...

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now