Capítulo Veintitrés

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Los nervios me ganaban por completo y no iba a negarlo en ese momento. Todo me recordaba a aquella vez que el evento había sido fallido y que yo me había ido llorando a la casa de Laura. Una vez más, Marcus me invitaba a un evento al que no estaba preparada para ir. Me temblaban las piernitas de solo pensar que iba a entrar del brazo de Marcus y más nerviosa me ponía saber que todos iban a estar mirándome luego de lo sucedido con Portia.

Marcus me dijo que me tranquilizara, que podíamos ir como compañeros de trabajo y que nadie lo iba a tomar mal. Pero en mi mente todas las miradas estarían en mí.

Miré mi vestido celeste, que había comprado en una tienda en Nueva York y me gustó la imagen que estaba del otro lado del espejo. Hacía mucho tiempo que había logrado empatizar con esa imagen y si bien no había cambiado mucho mi cuerpo desde la vez pasada, había una distancia muy grande entre esa Lizzie y la de ahora. Había aprendido a cuidar mi manera de comer, hacer un poco de ejercicio y seguir mi vida como si realmente no fuera una cosa horrible, como solía vivir antes. Me gustaba lo que me mostraba el espejo, había aprendido a amarme a pesar de todas las imperfecciones que podía encontrar.

Mi abuela apareció en mi cuarto de un momento al otro, observándome de ese modo tan despectivo y traté de conseguir fuerzas para encarar a la bruja. A veces odiaba que mis padres vivieran en un mundo ajeno en donde no notaban como esa señora casi me acosaba todo el tiempo. Ya había comenzado a buscar departamento y tratar de alejarme de esa señora. Sin contar que me estaba saliendo caro el taxi ida y vuelta a la editorial.

—¿Así vas a ir al gran evento de la editorial? —me preguntó con un tono de voz demandante, como si estuviera usando amarillo y negro para ir a un evento de taxis con Pitbull—. Tienes el cabello muy rojo para un vestido celeste.

Tomé aire, dispuesta a no entrar en conflictos con una señora que quería darme clases de moda cuando lo único que hacía era mirar revistas online y blogs de gente perfecta. No le iba a prestar atención hasta que decidí que era momento de encarar la situación.

—¿Qué problema tienes conmigo, abuela? —pregunté buscando sinceridad porque la quería. Estaba cansada de tener que darle explicaciones a personas como ella, de buscar cariño en una persona que me había hecho mucho daño. Estaba cansada de ella y de su manera de ser—. Nunca te he hecho daño y volviste mi vida un infierno.

—No tengo nada contigo, Elizabeth, solamente creo que deberías bajar de peso.

—¿Es eso? ¿Crees que debo bajar de peso y por eso me tratas así? —volví a preguntar demandante, acorralándola finalmente. Mis padres no estaban presentes para detener mi verborragia y al mismo tiempo sabía que no podrían. Había llegado al cansancio con esa mujer y era hora de demostrarle que no iba a seguir afectando mi vida con sus comentarios hirientes—. Nunca me has dado cariño, nunca me has dicho una sola cosa buena y por años he buscado tu cariño. Por años no he podido mirarme al espejo porque escuchaba tu voz en mi cabeza. Cada vez que comía un dulce o cualquier cosa con calorías sentía culpa porque pensaba en ti y en tu mirada llena de asco.

La mujer movió las manos de manera nerviosa, atrapada en su propia jaula dorada llena de ideas que no tenían sentido y que habían pasado de moda. Podía ver en su rostro que no encontraba qué decir en ese momento. No contaba que yo iba a tener la fuerza capaz de enfrentarla finalmente.

—Mi madre murió de sobrepeso, no quiero que te pase lo mismo a ti, Elizabeth.

La miré sin poder creer lo que decía, asombrada de sus palabras y no era porque me estaba sorprendido conocer finalmente la raíz del problema, sino porque me estaba diciendo eso. ¿Qué tenía que ver yo con la muerte de su madre? ¿Por qué iba a recibir el mismo castigo? ¿Por qué había decidido odiarme porque no seguía sus ideales y decía que lo hacía por mi salud?

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now