Capítulo Ocho.

3.5K 471 37
                                    

Esa noche descubrí que normalmente las habitaciones de invitados eran realmente incómodas y no entendía por qué. Se suponía que uno debía darle lo mejor a la persona que se había quedado a dormir, pero, en cambio, miré el techo sintiendo los resortes del colchón. No iba a quejarme, pero estaba echando de menos mi habitación y mi casa de Nueva York. Mi gato se había quedado allí con una amiga que me había prometido cuidar mi departamento, pero eso lo dijo cuando creyó que yo iba a irme unos días. Ahora estaba pensando en pasar más tiempo en esa ciudad y me hacía pensar demasiado.

No quería irme, eso lo había decidido, pero también era extraño tener ese pensamiento cuando antes no tenía pensado volver. Pero había decidido que quería hacer eso, que quería solucionar las cosas en esa ciudad. Cuando volví a mi casa, en medio de la cena, me llamó mi agente literaria y tomé aire sabiendo lo que iba a venir.

—Te has ido sin avisarme, Elizabeth, eso no se hace. Tienes un trabajo aquí —me regañó y estaba en lo cierto. No tenía ningún evento al que acudir o libro que promocionar, pero eso no significaba que pudiera irme de la ciudad como si nada—. Sé que tu novela ha sido un éxito y estamos muy contentos con ella... pero necesito que me des algo nuevo.

—Lo sé... pero no tengo nada —admití con algo de vergüenza porque aquello era cierto. Desde la última vez que toqué el manuscrito de mi libro, nunca más conseguí volver a escribir. Me costaba sentarme y comenzar a mover las teclas, hasta eso. Había perdido la musa inspiradora y no sabía qué contar en mis novelas.

Era la primera vez que me pasaba en mi vida y eso que escribía desde los diez años. No sabía qué escribir porque no tenía inspiración y solamente tenía frases sueltas sin sentido, que no lograrían un libro. No se me ocurrían historias, no aparecían escenas en mi cabeza y mucho menos personajes. Había dado tanto de mí en esa novela que no podía escribir algo nuevo.

También creía que todo esto se debía a algo que no podía aceptar y convivía conmigo sin causarme dolor o ser una molestia. No podía escribir porque me había quedado trabada en el final de mi novela, esa que tanto tenía que ver con Marcus. No podía escribir porque nuestra historia había terminado muy diferente a la historia inventada. En mi novela pasaba algo parecido, pero la chica se quedaba en la ciudad.

Antes de entregar la novela tuve un conflicto con la editorial y ellos me pidieron, teniendo en cuenta que su sello era especializado en lo romántico, que la novela terminara feliz. Por un momento casi abandono el proyecto porque no podía creer lo que me estaban pidiendo. ¿Cambiar mi gran final? ¿El final sobre la aceptación de uno mismo? No quería cambiar el final que yo misma había elegido en mi vida.

Por un momento mi publicación pendió de un hilo y comencé a buscar vuelos de vuelta a mi hogar. Ellos no estaban dispuestos a ceder y yo estaba lejos de hacerlo. Tampoco iba a rendirme, por lo que busqué otras editoriales que me dieran la oportunidad de publicar como yo deseaba.

Fue ahí cuando conocí a mi agente, Claudia, y me dio la oportunidad de elegir el mismo final, pero que termine siendo feliz. Al final conseguimos llegar a un arreglo bastante bueno y el libro se publicó con el final que yo quería pero con el personaje masculino a su lado. Algo que Marcus no había hecho. Yo le había dado la oportunidad de seguirme, pero él no había deseado aquello y tampoco lo juzgaba. Estaba pasando por un momento en dónde tenía que quedarse. El destino nos había separado y los dos lo sabíamos.

—Mira, Lizzie, en ese lugar creaste la obra de arte que ahora es un best seller —me recordó Claudia y yo asentí, porque eso era cierto. Había escrito ese libro en mi mesa de trabajo, en libretas y anotadores de diferentes tamaños y colores. Necesitaba volver a conseguir esa inspiración, ese amor por las letras que había perdido por la vida de adulto. Había vivido de la escritura sin ser una escritura en su totalidad. Una farsante, eso había sido y finalmente lo comprobaba—. Trata de acudir a los lugares que te inspiraron y crearon esa novela. Tal vez es un buen momento para darles a los fans una segunda parte... como tanto han pedido.

Hice una mueca al escuchar eso y estuvo en mi mente toda la noche. La presión de los fans también había logrado que estuviera en ese momento y no podía negarlo. Siempre que me encontraba con una persona que me había leído me preguntaba por la segunda parte.

No tenía segunda parte porque no había nada entre Marcus y yo. Por eso no podía imaginar una segunda parte si mi musa no me quería. A veces pensaba en cómo sería la vida con él en Nueva York y me daba cuenta de que podía servir como ayuda para la segunda parte, pero luego recordaba que no era real. Y si bien mi novela no era idéntica a mi historia con Marcus, había cierta conexión. No quería escribir algo que era imposible.

En ese momento no lo era.

Pensé en mi excusa para permanecer en ese lugar, porque no podía quedarme sin un plan. Necesitaba dinero, un techo en donde no viviera mi abuela y una excusa para decirle a la gente. Simplemente, no podía soltarles que quería reconquistar a mi primer amor. ¿Eso era lo que quería?

Me quedé dormida haciéndome esas preguntas y no hice más que soñar cosas sin sentido. Como de costumbre.



Esa tarde, mientras yo trataba de arreglar el colchón incómodo en donde dormiría, me llamó Marcus y me preguntó en donde estaba parando. Le expliqué y me preguntó por algún café cerca. Le indiqué uno a unas cuadras de mi antigua casa, en dónde solía ir a escribir cuando esa joven. Él dijo que estaría en una hora y yo me arreglé para encontrarme con él. Obviamente, exageré, me bañé, peiné y maquillé, pero siempre fingiendo lucir muy natural y como si solo me hubiera puesto un poquito de brillo labial cuando había toda una odisea por lograr ese look.

Marcus estaba apoyado en su auto cuando llegué, con ese aspecto tan comestible y eso que era simplemente una camiseta negra y un jean oscuro. Tenía el cabello atado con fuerza e hice una mueca cuando noté eso. No sabía si todo seguía funcionando del mismo modo en la vida de Marcus, pero cuando usaba el cabello así era porque estaba influenciado por su padre, porque quería ser estricto y alineado. Cuando llevaba el cabello suelto estaba más libre y desatado, pero quería creer que esas eran cosas del pasado.

—Siempre te ves bien —me elogió cuando yo me acerqué y le dediqué una sonrisa cálida porque me encantaba escucharlo decir esas cosas. Llevaba un vestido rosa con fresas que estaba muy de moda y casi me había costado el salario de un mes. Pero sabía que iba a necesitarlo para un momento especial como ese—. Que bonito lugar...

—Solía venir aquí a escribir, tiene mesas con vista al lago... ¿Quieres ir a esas? El café no es la gran cosa, pide un latte o algo así... no pidas el de la cafetera porque arruina el estómago.

Marcus sonrió de ese modo triste que llevaba desde que lo vi y asintió luego, haciéndome un gesto para que ambos entráramos al lugar. Sabía que tenía que hablar con él y todo aquello me daba nervios. ¿Y si me decía que no lo molestara? ¿Y si me decía que volviera a mi ciudad? ¿Y si me odiaba?

El sol nos dio en la cara cuando salimos a la pequeña terraza, observando el lago a lo lejos en donde algunos niños jugaban en la orilla y los botes pasaban lentamente. Suspiré lentamente y cerré los ojos dejando que la nostalgia me comiera. Tal vez Claudia tenía razón y solo tenía que recordar esos momentos en donde la inspiración fluía con facilidad.

Al abrir mis ojos me encontré con Marcus observándome con sus preciosos ojos claros, que estaban más bellos y grandes por el sol y por un momento quise acercarme a él. Eran esos momentos donde todo a nuestro alrededor se detenía y solo quedamos nosotros dos. El mundo se volvía blanco y negro mientras nosotros éramos colores estallando a nuestro alrededor. Por un acto reflejo extendí mi mano hacia él y mis dedos tocaron los suyos en un intento de tocarlo. Había sido un movimiento de costumbre, llevaba por las emociones que vivíamos y en vez de alejarse, Marcus me tomó la mano dejando una leve caricia en mi palma.

Fue como si mi cuerpo despertara después de un largo sueño y mi corazón comenzó a saltar enloquecido al recordar su suave tacto sobre mi piel. En ese momento me di cuenta que muy pocas cosas habían cambiado. Tal vez nosotros habíamos cambiado, pero nuestros sentimientos seguían siendo los mismos. Nunca se habían ido y explotaban frente a nuestros ojos una vez más.

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now