Capítulo Diecisiete

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Vestirme con el pijama de la Lizzie de hacía tres años fue raro, pero tuve que hacerlo cuando Marcus me dijo si me podía quedar un rato más con él esa noche. Luego me confesó que todavía tenía mi ropa en el cuarto de invitados y me sentí extraña al saber esa información. No podía creer que eso fuera real, pero cuando fui encontré mi pijama de conejitos de Sailor Moon doblado con cuidado en el armario. Sonreí sin poder evitarlo porque sentía que a pesar de todo, de nuestra separación y los kilómetros que nos separaban, Marcus seguía esperando que algún día volviera. Cuando salí de esa habitación, pasé por el cuarto de Marcus y si bien no quería ver qué sucedía, la puerta estaba abierta de par en par.

No pude evitar sonreír al ver a Declan y Suni durmiendo en la cama como dos adolescentes. Ella estaba pegada a su pecho, descansando la cabeza ahí, mientras que Declan la abrazaba contra él y dormía con la boca abierta, pero mucho más tranquilo que la última vez que lo había visto. Suspiré, no estaba acostumbrada a tener un amor de hermanos porque era hija única, pero en ese momento lo sentí. Comprendí los miedos de Marcus cuando lo vio en peligro y entendí que a esos dos los quería como si fueran mis hermanos.

—Están durmiendo, incluso la juventud duerme de vez en cuando —bromeé cuando llegué a la sala y me senté en el sillón al lado de Marcus. Él asintió al escuchar mis palabras y me regaló una pequeña sonrisa triste, para luego señalar con la barbilla las tazas de café que había traído para nosotros—. ¿Café? Pensé que ibas a jugar más fuerte, jefe.

—Siempre juego fuerte, señorita Elizabeth.

No pude evitar reírme al escucharnos bromear como los viejos tiempos, siendo esas personas que lejos éramos en ese momento. Tomé la taza de café y le di una de mis miradas divertidas y coquetas, esas que solo salían cuando estaba a su alrededor. Era lindo sentirme de ese modo, incluso cuando estaba a años luz de volver a ser la misma.

—Gracias por quedarte —me dijo finalmente luego de un largo silencio. Me encogí de hombros, a fin de cuenta habíamos vivido un momento bastante fuerte como para dejarlo solo—. No conozco mucho a Declan... la realidad es que tenemos una mínima relación y a veces lo obligo a estar a mi lado. No sé si es lo mejor.

Asentí, sabía que Declan estaba en la empresa porque lo habían obligado y a fin de cuentas él parecía no tener ambiciones grandes como para querer algo diferente. No lo veía como el jefe que Marcus era cuando yo trabajaba en la editorial, simplemente seguía órdenes y parecía tener cabeza para los negocios.

—¿Sabes algo de su madre? —quise saber para entender un poco los sentimientos del chico.

—No, creo que estaba o está enferma. Nunca he preguntado. Nuestras madres es un tema que nunca tocamos, es como algo prohibido —me explicó y lo miré con curiosidad, con la pregunta obvia en mi mirada—. Sé lo que quieres preguntarme. Mamá decidió irse a París cuando Declan llegó. Pidió finalmente el divorcio y se fue. No nos hablamos porque ella cree que fue mi culpa, que yo dejé que esto sucediera. Y en parte sí, conocía todos los romances de mi padre y nunca decía nada... siempre fui una marioneta de él. Incluso cuando ya no está.

A veces los padres no entendían lo fuerte que era su influencia en sus hijos y cómo podrían destruirnos. A mí no me había sucedido con mis padres, pero si con mi abuela. Ella había logrado hacerme sentir mal por años y a ese día seguía teniendo pensamientos que ella me diría. Marcus había sido tan influenciado por su padre que todavía quería hacer las cosas que él le había inculcado.

—¿Qué pasó la última vez que lo viste? —quise saber, porque sentía que necesitaba decirlo. Necesitaba soltarlo desde el fondo de su corazón y que vivía en él. Yo había escuchado algo, pero estaba segura de que había más que no me estaba contando—. Necesitas decirlo, Marcus.

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now