Prólogo: La prisión del chico solitario

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2014

El hombre caminaba por la prisión con paso lento, casi como si estuviera dando un paseo para conocer las instalaciones, pero lo cierto es que las conocía de memoria; cada reja, cada habitación, cada adoquín en el piso, él era parte de la prisión y de las personas que allí habían.

Era casi mediodía, el almuerzo estaba por ser servido, pero el comienzo del verano había traído consigo horas extras de aire libre para los reclusos. Por eso él se dirigía al patio en esos momentos.

Estaba con un humor bastante irritable desde hacía días, la falta de alcohol lo hacía sentirse débil, poco estimulado, inútil. Cualquier mínima cosa lo hacía saltar para mal; por ese motivo había tomado un par de semanas de vacaciones.

En el patio saludó a los guardias con calma, apenas moviendo la cabeza. Al ver los pequeños y apretados grupos de convictos se preguntó cómo se juntaban. Casi apostaría que no se pueden tener amigos en un lugar así, pero la camadería ahí estaba. Bromeaban, charlaban con seriedad y se daban pequeños golpes. 

Grupos reducidos de mierda dentro de la enorme pila de excremento que era la prisión.

No les prestó demasiada atención: lo que él buscaba entre las hostiles miradas no lo encontraría en un grupo.

El joven solitario.

No estaba allí, lo cual irritó al oficial.

Un prisionero, al ver la mirada perdida del hombre, se acercó. Lo conocía de los domingos, era el único que visitaba al ser más repulsivo de esa prisión.

—No está aquí, si es a él a quien buscas —dijo en tono burlón. Los tipos con los que estaba lo miraron con recelo.

El hombre lo contempló con rostro serio intentando no demostrar la inquietud que se estaba apoderando de él.

—¿Dónde está? —preguntó sin mucha esperanza de una respuesta.

—Si tiene suerte, a esta altura estará muerto.

Sus coleguitas le rieron la gracia en la distancia. El hombre se alejó del preso, que lo miraba con resentimiento, y decidió preguntar a un guardia.

—El convicto fue atacado la noche anterior, se encuentra en la enfermería.

El hombre no escuchó más y se dirigió directo a la enfermería. Odiaba que eso pasara. Sabía que atacaban al chico, pero no había acabado en la enfermería hasta él momento. Él se había encargado de que no fuera así.

El olor a hipoclorito de sodio y alcohol etílico llegó a sus fosas nasales al llegar a la puerta. El guardia le impidió el paso hasta que él mostró su placa.

Entró y lo encontró. Había dos camillas y solo una estaba ocupada, el muchacho que la ocupaba tenía un ojo abierto y el otro demasiado hinchado como para abrirlo. Sonrió con tristeza al ver a su visitante.

—Feliz domingo, oficial, lamento recibirlo de esta forma.

—Muchacho, ¿es que acaso no entrenas? ¿Cuándo aprenderás a defenderte? —reclamó el oficial al ver los moretones en el rostro y brazos del chico.

—Tranquilo, solo es una costilla rota.

Robert Stretcht torció la boca. A pesar de repudiar el comportamiento de los convictos, los entendía. Entendía que se las agarraran con el chico por los crímenes que había cometido. Robert había conseguido que lo enviaran a el pabellón de crímenes de leves a moderados: estafadores, ladrones, rapiñeros, peleadores. Nada igual a lo que él había hecho. Pero solo el oficial sabía la verdad, nada que los presos quieran oír, o les interese oír. Pensaba que le había hecho un bien, pero no estaba seguro.

—Nuestra visita deberá ser aquí hoy. ¿Cómo se encuentra mi madre?

Robert sonrió ligeramente y se sentó en la silla de plástico de la enfermera. No sabía que responder a eso. Su madre estaba bien físicamente, su mente era otro tema.

—Está bastante tranquila, los medicamentos la mantienen un poco sedada. Tu padre quiso ir a verla a la clínica de reposo, pero Perune le negó la entrada.

El muchacho comenzó a asentir con la cabeza pero se detuvo al instante con una mueca de dolor; él se sentía responsable por el estado mental actual de su madre.

Robert lo miró con culpa, los pasados dos domingos no había podido acudir porque estaba transitando la desintoxicación del alcohol. No es que fuera un alcohólico, pero bebía casi todos los días, y muchas veces bebía de más. Tal vez sí fuera un alcohólico.

En realidad ya había pasado por eso. Una vez cada cierto tiempo alguien aseguraba tener una pista de su hija. Él comenzaba a seguir el caso, dejando el alcohol de lado para tener su atención puesta en la investigación. Pero esta vez no pudo solo. Y no solo eso, sino que sus superiores decidieron alejarlo de la investigación y del trabajo en general, asegurando que no estaba apto. Creían que seguir con eso lo lastimaba, que era algo tóxico para él.

Así que había decidido ir por su cuenta. Por este motivo ese día, a pesar del estado del chico, le haría algunas preguntas.

—Avan, necesito tu ayuda.

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Aquí estamos. No se nota que estaba impaciente, ¿verdad? *También nerviosa, pero shhh*

A diferencia de Tristán, esta historia no dará saltos temporales a cada rato. Se situará en el año 2014 (o más, pero en orden) y en el pasado (cuando aún nada había pasado en la familia de Robert).

La advertencia es en serio, yo no soy de tratar los temas de forma vulgar o explícita, pero de todas formas se tratarán. Así que cuidado.

¿Cómo creen que será? ¿Qué teorías tienen así al tanteo? 

Los amo y espero que disfruten la historia!! ♥ ♥

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now