18- De un monstruo a otro

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2014

Avan no había recibido noticias de Robert y su hija en los últimos tres días. Su vida había vuelto a la rutina: estaba aislado, alejado lo más posible de todos, intentando que nadie recordara su presencia. Pero algo en él había cambiado. A pesar de que recordaba las situaciones un poco difusas por la adrenalina y confusión del momento, los sentimientos que en él habían despertado lo llenaban día tras día, hora tras hora.

Mantenía la mirada en el techo de la celda y oía a su compañero pasar las páginas del libro que leía a un ritmo constante. Su propio libro descansaba en el espacio de suelo al lado de su cama en el que ponía sus pocas pertenencias, como si de una mesita de luz se tratara. La esquina doblada en la pagina 167 marcaba su última ubicación en la lectura. No había tocado el libro en cuatro días, pero no le importaba: la lectura como entretenimiento era un hábito que había tomado en base a sus circunstancias de encierro, pero no era algo que disfrutara.

Su compañero volvió a cambiar de página y Avan cerró los ojos, dispuesto a perderse en sus recuerdos y pensamientos, en su nuevo mundo de autodescubrimiento.

Analizaba sus decisiones, específicamente las que lo llevaron a esa celda, cuando escuchó pasos en el pasillo. Era la hora de la ronda de vigilancia.

Mantuvo los ojos cerrados hasta que oyó como la cachiporra del oficial golpeaba la puerta de rejas de su celda.

--Arriba, arriba, Avan Danvers*. Tienes una visita impostergable --dijo con voz malhumorada el uniformado.

Avan se levantó como un resorte, seguro que las visitas le traerían la información necesaria. Su compañero de celda siguió sus movimientos con la mirada, pero no dijo nada; no tenían mucha comunicación.

El carcelero abrió la puerta para que Avan pasara y el joven se apresuró a salir al pasillo.

Caminó detrás del oficial que murmuraba cosas en voz baja, pero con la clara intención de que Avan lo escuchara.

--Estas escorias, no entiendo como tienen tratos especiales.

Bajaron por las escaleras y caminaron hasta la sala de visitas y allí hasta una de las salas de visitas privadas. Avan nunca había estado en una, pero no le sorprendió ver un cama además de una mesita con dos sillas. Sabía que allí algunos reclusos tenían las llamadas "visitas higiénicas" o "el semanal" como lo denominaban vulgarmente, con sus esposas o novias.

Avan se preguntó porque no lo habían llevado a una sala normal. Se sentó en la silla de espaldas a la puerta y el oficial lo dejó allí solo.

Estaba un poco nervioso, esperaba que lo que fuera que tuvieran para decirle sean buenas noticias, aunque lo dudaba: Avan había dejado de creer en la buena fortuna desde aquella mañana donde había tomado la primer mala decisión en su camino a la ruina. O la segunda, si consideraba el aceptar un trabajo como niñero como mala elección.

La puerta se abrió, Avan giró el cuerpo y vio entrar al oficial Perune. Llevaba su placa muy visible pero el estuche con el arma de reglamento estaba vacío.

--Avan --dijo en forma de saludo y movió la cabeza asintiendo. Tenía el rostro cansado y el entrecejo fruncido. Las bolsas debajo de sus ojos revelaban noches de insomnio.

--Oficial Perune, ¿cómo está todo? --preguntó Avan.

El policía cerró la puerta a sus espaldas y se acercó a la silla libre dispuesto a sentarse. Miró a Avan a los ojos y suspiró con tristeza.

--Me encantaría contarte la historia del reencuentro de un padre con su hija, una historia de amor incondicional, donde el tiempo y el daño causado son borrados en un abrazo. Me gustaría poder decirte que mi mejor amigo al fin tiene la paz que merece, que al fin podrá continuar con su vida. No hay nada que quisiera más que ser el portador de buenas noticias. Pero con años de trabajo aprendí que las buenas noticias son las menos abundantes, diría que casi inexistentes.

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now