9• La tristeza de una fiesta de cumpleaños

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Octavio observaba.

La universidad era un lugar muy variopinto de ver.

Grupos de adolescentes entrando en la adultez, mirando con superioridad y rostro engreído. Aquí, en las puertas hacia la vida real, las diferencias que separaban a los alumnos en el bachillerato, se difuminaban hasta hacerse casi invisibles.

Grupos muy interesantes se juntaban en las puertas hacia los salones, en el patio o dentro de los baños. Octavio intuía esto último al ver a chicas y chicos entrar y estar largos ratos dentro.

Octavio no necesitaba tener toda la atención puesta en algo para notar lo que pasaba.

Así que chicas con faldas recatadas se juntaban con muchachas de chamarras de jean, así como chicas en zapatos de tacón y otras con tenis deportivos. Los chicos eran un poco más recelosos y la distinción era fácil: chicos poco agraciados por un lado y los más "cotizados" por el sexo femenino en el otro extremo. Habían cosas que nunca cambiaban.

Así mismo como notabas claramente quien había recibido una beca y quien estaba allí acomodado por sus padres.

Octavio, pasadas tres semanas, ya podía asegurar que conocía de vista a cada alumno de la institución.

Así que ese jueves se sorprendió al ver un montón de caras nuevas entrando en su clase acompañadas por un moderador.

—Profesor, disculpe la interrupción, pero la sala de cálculo de la facultad de ingeniería está inundada, así como el anfiteatro de los teóricos y como todo el segundo piso en realidad; estamos reubicando algunos estudiantes. Espero no le moleste... En fin, ingeniería civil, primer año, al completo.

Los estudiantes miraban temerosos su entorno, entonces Octavio la reconoció. Y ella a él.

Julia, la prostituta, estudiaba ingeniería civil. Interesante.

—Muchachos, no hay mucho espacio en las gradas, pueden sentarse en el suelo, corredores o como ustedes quieran. Autonomía, muchachos, vamos. Soy Octavio Morales y este es el sexto teórico de la cátedra este año, espero que vayamos acompasados con su facultad.

Intentó pasar desapercibida, entrar con el grupo y ubicarse en el fondo, pero no pudo. Terminó sentada en el suelo, en primera fila con la mochila entre las piernas ya que hoy, maldito el día, había decidido ponerse falda. Julia nunca olvidaba la cara de un cliente así.

Octavio notaba la mirada de Kaitlyn puesta en él, haber conversado con ella el día anterior debía de haber renovado sus esfuerzos, y en realidad él estaba complacido con eso. Pero no podía dejar de mirar a Julia.

Mientras repetía mecánicamente el teórico, hablando sobre algunas propiedades físicas, pensaba en la chica de piel bronceada y cabello rizado. Eso fue algo que le sorprendió puesto que cuando la conoció era lacio. Tal vez lo dejara liso con la planchita, como la de su madre, tan de moda últimamente.*

Ella tocó su cabello y no levantó la mirada en todo lo que duró la charla.

A Octavio le resultó interesante, aunque no lo suficiente.

*

—¿Cómo estás hoy, Alena? —preguntó el doctor examinando los ojos de la muchacha.

—Estoy bien, no me he sentido rara desde la otra noche y no he tenido más convulsiones.

Melanie miraba a su hija mientras el médico la hacía elevar los brazos y llevar la punta de los dedos a su nariz sin bajar los codos.

—No creo que sea necesario repetir todos los estudios, por ahora solo recetaré algunos anticonvulsivos, debes tomar uno cada mañana, luego del desayuno. No esperemos a que vuelva a repetir el episodio para atacar el problema. Y diría también que lleves siempre contigo tu tarjeta médica, ¿aún la tienes?

Alena asintió, desanimada.

No les gustaba estar enferma. Sus padres se preocupaban demasiado por ella y se sentía extraña, observada en todo momento. A veces, cuando estaba enferma, se sentía como una bomba de tiempo, algo que todos estaban esperando que explote, y ahora todo volvía.

Además, si tenía convulsiones, sus padres no contratarían el trampolín para su cumpleaños, y faltaba muy poco.

—¿Qué le parece un helado a mi princesa? —preguntó Melanie mientras salía del consultorio de la mano de su hija.

Alena sonrió y asintió, casi con entusiasmo.

—Dos helados grandes de vainilla con salsa extra de chocolate —pidió Melanie mientras Alena guardaba lugar cabizbaja. Cuando su madre se acercó con los helados ella sonrió.

Iban casi por la mitad del helado cuando Melanie habló:

—Alena, ¿qué pasa? ¿Qué sientes? Habla con mamá, amor.

Alena comió un poco más y, suspirando, dejó la cuchara a un lado y miró a su madre.

—En realidad tengo un poco de miedo, mami. 

—Es normal tener miedo, pero nada malo pasa, podemos con esto, ya lo hemos hecho antes, ¿no? —dijo su madre y le tomó la mano con fuerza.

Su hija, que era tan dulce y fuerte, tan amorosa y buena, no merecía pasa por eso. Ningún niño merecía pasar por eso. Ella sabía de lo que hablaba, cada día lo veía en el hospital. No entendía por qué debían sufrir así, por qué muchos debían morir. Si ese era el plan de Dios para ellos, ella no quería saber nada de eso, es más, se oponía de lleno al "plan".

Su madre, aún creía que iba a la iglesia cada domingo, pero lo cierto es que hacía años que había dejado de creer. 

—Además, alguien tiene que ayudarme a organizar un cumpleaños, no sé. Estaba pensando en muchos globos, un trampolín, algodón de azúcar, caramelos...

Melanie sonrió al ver como los ojos de su hija se agrandaban de emoción.

—¿Podemos traer un trampolín? —preguntó la niña.

Su madre asintió con rostro exageradamente arrogante que hizo reír a Alena.

La risa de su hija llenaba el corazón de Melanie. Aunque sabía que muy en el fondo, su hija seguía asustada.

*

Robert no podía creer lo que veía. No, era imposible. Otro niño desaparecido en el estado vecino. Ocho años, cabello rojizo y ojos café. Se ofrecía una enorme recompensa por cualquier pista de él.

Apuró su café y volvió a la patrulla.

—¿Todo bien? Estás pálido —preguntó su compañero.

—Siguen desapareciendo niños.

Su compañero lo entendió. Sabía que Robert tenía una hija pequeña.

—El cabo me pidió que volvamos a la comisaría, al parecer los altos mandos tienen algo que hablar contigo —dijo él.

Robert suspiró y se llevó las manos a los ojos, maldiciendo interiormente. Estaba seguro que habían descubierto lo que había hecho al hijo de la señora Sanders hacía unas semanas. Si perdía su placa por una tontería así... no quería ni pensarlo.

Su compañero sincronizó la radio y fue lento a destino, parecía que quería aplazar el momento, y robert no pudo estar más agradecido.

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*Sabían que la planchita fue comercializada recién en 1990?? Yo no.

Dejo este video para que aprecien a Dane DeHaan. Es demasiado este muchacho ♥ ♥ (Vean la película "Poder sin Límites" *Chronicle, en inglés* con él y disfrútenlo como yo)

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora