2• De muñecas y caramelos

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(1996)

Alena estaba concentrada preparando su mochila para mañana, volvía a clases y estaba bastante emocionada. No tanto por estar en el colegio como por el hecho de ver a sus amigos cada día.

Así que guardaba sus cuadernos, lápices de colores, brillantinas, caramelos para toda la clase. Sonrió mientras contaba el número de sus compañeros y agregaba uno para la maestra.

Ella adoraba los caramelos, sus padres le dejaban comer solo dos al día: uno luego del almuerzo y otro luego de la cena (su abuela dejaba que comiera cuatro, pero nadie debía saber eso). Disfrutaba como los caramelos se deshacían lento en su boca en una explosión de dulzura y fruta. Amaba todos los tipos de caramelos, pero sentía predilección por los dulces duros, esos que no se deben masticar, que uno espera a que se reduzcan lo suficiente para triturarlos entre los dientes con un particular sonido, como si uno masticase diminutos trozos de vidrio saborizado e inofensivo.

Así que su cuarto estaba lleno de caramelos. En pequeños tarros y pintados por todas las paredes: flores, dulces y delicadas mariposas llenaban los muros de su dormitorio. Ella los había elegido hacía más de un año, y cada vez que los miraba sentía que estaba en un mundo de fantasía y dulces.

Sus padres habían dejado que ella acomodara su mochila desde que cumplió seis años, claro que en la noche su madre revisaba que llevase todo lo esencial y ninguna muñeca dentro; Alena siempre guardaba una muñeca pequeña al fondo, así se sentía acompañada, pero su madre siempre la descubría y la sacaba: en el colegio no permitían llevar juguetes de la casa.

—Pisto-isto, todo listo —dijo cerrando la cremallera. Dejó la mochila en la mesita de noche y llamó a sus padres, eran casi las 10:30pm y estaba lista para dormir.

—Dulces sueños, princesa —dijo su padre, dando un beso en su cabeza. Su madre la abrazó y susurró una oración en su oído antes de alejarse.

Alena se acurrucó en su cama con olor a jazmín mientras sus padres se preparaban para la infernal rutina del día siguiente.

*

—Sí, ma, he hablado con los vecinos. No, ma, no los he invitado a comer. Tranquila, ya tendré ocasión. Adiós, mamá, cuídate. Sí, le enviaré tus saludos al director Sadelo.

Octavio cortó la comunicación poniendo los ojos en blanco. Solo ese día, su madre había llamado como mínimo seis veces. Y no eran pequeñas llamadas, eran teleconferencias de más de quince minutos. 

Su familia era así, unos encima de los otros en todo momento, por eso él había corrido lejos. Aunque del teléfono no podría librarse, ¿por qué los técnicos no habían tardado un par de días más? Ayer había podido evitarlo, pero ese día debió llamar, a veces él mismo creía que era un idiota.

Él había corrido lejos de casa, pero su padre casi lo había echado. Y su absorbente madre era quien más sufría con esa situación.

Esperaba que mañana fuera todo un poco más emocionante que desempacar cajas y presentarse a cada miserable vecino de la cuadra. 

Ah sí, debía presentarse a cada miserable estudiante de sus dos clases. Además sería extraño porque él era demasiado joven, ellos serían su primera clase, y porque su predecesor había muerto atropellado por un autobús.

Sus padres eran muy amigos del director, así que, al momento de que culminó su profesorado el semestre anterior, su padre había telefoneado por vacantes, para que su hijo trabajara casi en la otra punta del estado. Y él director se había comprometido a avisar si "surgía algo". Octavio estaba seguro de que ese era un hombre de palabra.

El joven sacó una botella de cerveza de la nevera y brindó al vacío. Por el comienzo de su nueva vida, y por encontrar una buena distracción en su monótona vida.

Amaneció con esa idea en la cabeza. Tal vez se comprara una planta, como su madre que tenía millones y la mantenían ocupada. Mientras, anudaba su corbata, colocándola luego al revés, con el nudo hacia atrás, tenía un discurso planeado al respecto.

Salió, preguntándose si un cactus o un helecho le distraerían lo suficiente sin sacarlo de quicio. 

—Ali, preciosa, sube que vamos tarde.

Octavio oyó una voz, la identificó proveniente del auto de la casa de enfrente, donde vivía la amable mujer que le había hecho un pastel de bienvenida, él creía amarla solo por eso. Una niña corrió hacia el auto mientras un hombre cerraba la puerta, el padre de la niña, supuso Octavio.

Ella llevaba un uniforme de falda azul hasta más abajo de la rodilla, calcetas hasta más arriba de lo que se podía ver, camisa gris y corbata roja. "Extraña elección de uniforme", consideró Octavio.

Observó a la niña hasta que entró al auto. La señora, cuyo nombre no podía recordar, lo saludó con la mano y arrancó.

El joven estaba seguro que hoy daría el mejor discurso motivacional de su vida.

Octavio emprendió su camino a la universidad, iba temprano, así que caminar era una buena opción.

......................

(2014)

Avan estaba incorporado en la cama, con la enfermera comprobando que tome las pastillas. Robert lo miraba casi con impaciencia.

—¿Por qué me cuentas esto ahora? —preguntó Avan luego de unos minutos, cuando la enfermera los volvió a dejar a solas.

El oficial suspiró y observó las paredes de la precaria enfermería, descoloridas y descascaradas, con manchas negras de humedad cerca del techo y tubos de luces con la parte superior marrón grisácea por el polvo que nunca se sacudía. ¿Cómo explicarlo?

—Una mujer cree tener una pista, asegura que su vecina es idéntica a la chica de la reconstrucción facial de mi hija a la edad que se supone tendría, hace un par de meses se lanzó esta campaña con casos de niños desaparecidos que nunca han sido encontrados y pues...

—Entiendo, pero, ¿en que te puedo ayudar? —volvió a preguntar Avan un poco confuso. Tenía idea de lo que podía llegar a preguntar, pero no estaba seguro de tener una respuesta.

—¿Cómo es que todo terminó como terminó? ¿Tú y... ya sabes? Por lo que me has contado ella se fue contigo, pero tú la incentivaste, ¿crees que...?

Avan tragó saliva con fuerza, Robert se estaba metiendo en un terreno delicado.

—¿Qué a tu hija pudo ocurrirle algo parecido? No tengo idea, Robert. No creo que tu hija haya asesinado a su madre y huido con su vecino, digo, ¿es eso lo más común? ¿Cuántas posibilidades hay?

El más joven miró con pena al oficial. Mientras este asentía Avan tuvo una idea.

—Si me hablas de la investigación, tal vez puedo unirla con mi experiencia y, pues, al menos sacar algo nuevo en claro. ¿Qué dicen tus colegas de esto?

—Nada en realidad, me estoy tomando unas vacaciones.

Ambos se miraron en silencio, cada uno aceptando los demonios e inseguridades del otro.

—Te sacaron del caso, ¿verdad?

—Me prohibieron acercarme a la comisaría.

Ambos se rieron, una risa queda que murió demasiado deprisa.

—Entonces estamos en un gran problema, Robert. Pero estoy acostumbrado, no te preocupes. Si hay algo que se pueda hacer, lo haremos.

Y así, recluso y captor, sellaron un trato de colaboración.

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now