4• El color lila

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Robert miraba con seriedad a su hija, vestida con su pijama lila favorito, y ella le respondía con ojos taciturnos. Estaban sentados en la sala, con el estómago lleno por la cena y tenían una "guerra de miradas".

En realidad había comenzado cuando Robert le había pedido a Alena que terminara de prepararse para acostarse, a lo cual ella se había negado. Casi cada noche era igual.

Su padre solía ser flexible con su hija en ese aspecto, le gustaba fingir ser una padre estricto con opiniones fuertes y límites muy visibles, pero la realidad era que solo quería ver feliz a su hija. Y en este caso, cinco minutos más fuera de la cama eran un montón de sonrisas a la hora de dormir.

Alena había nacido el mismo año en el cual Robert ingresaba al cuerpo de policía de la ciudad. Por ese entonces llevaba un año casado, y poco más de tres meses conviviendo con Melanie. Vivían en un minúsculo monoambiente en un edificio de estudiantes, por lo que criar un bebé allí era imposible; así que, la madre de Melanie, a pesar de nunca haber estado de acuerdo con su matrimonio y convivencia, había decidido alquilar la casa en la que vivían en la actualidad para ellos. Ahora, ya habían comenzado a pagar las cuotas para que fuera suya en verdad. 

Y allí había crecido Alena, rodeada de un hermoso jardín y con una habitación digna de una princesa, con más muñecas y peluches que estrellas en el cielo, o eso decía ella.

Sus padres se esforzaban al máximo porque no sufriera ninguna carencia, y no querían ayuda de ninguno de los abuelos de la niña, por más que los padres de Robert insistían en darles algún préstamo. Ellos querían ganar las cosas por sí mismos.

A Robert le costó años hacerse respetar un poco en la comisaría. Había pasado de servir el café a llevar papeleo de una comisaría a otra, y luego a las patrullas. Hacía casi cuatro años que trabajaba en la patrulla junto a Parvanov, un hombre con una personalidad bastante interesante. El hombre aseguraba que todos los males del mundo podían arreglarse si todos viviéramos como si cada persona fuera uno mismo. Robert creía que tenía razón, pero le parecía un pensamiento bastante utópico.

Era un trabajo que amaba, nada lo hacía más feliz que sentirse parte de algo más grande, de saber que el podía contribuir a la justicia en el mundo, nada lo hacía más feliz que el brillo en los ojos de su hija, repletos de orgullo por su padre. 

Era peligroso, sí. Casi dos años atrás había recibido un balazo en el brazo derecho en el robo de un mercado, él estaba en el lugar y momento equivocado; pero su hija había estado con él en el hospital mientras le cerraban la herida, cosa que los doctores no querían permitir. Alena insistió tanto que la enfermera le permitió quedarse allí, tomando la mano de su padre y diciéndole que todo iba a estar bien, como hacía él cuando ella caía y tenía alguna herida.

Robert sonrió al recordarlo, por lo cual perdió el duelo de miradas.

—Papi, igual iré a dormir, estoy algo cansada —dijo ella de todas formas.

—Claro, amor, lava tus dientes y a la cama.

Robert estaba haciendo zapping en la tele mientras su niña se preparaba para dormir, estaban pasando las repeticiones de noticias y dejó ese canal de fondo.

—¡Estoy lista, papi! —gritó ella desde su cuarto.

Robert se levantó del sillón estirando su espalda y se dirigió al cuarto de su hija, la segunda puerta a la derecha. Allí lo esperaba Alena acurrucada en la cama.

—Hasta mañana, que sueñes con los angelitos —dijo ella.

—Hasta mañana, amor.

—¿Puedo soñar? —preguntó ella como siempre.

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon