5• Ventanas abiertas y nuevos amigos

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Octavio iría a dar clases sin haber dormido. No era la primera vez que iba a clases sin siquiera pasar por la cama (no lo había hecho como profesor, claro); aunque si había estado en una cama, aunque no toda la noche. 

Luego de dejar a Julia con rostro aturdido en la cama del prostíbulo había ido a caminar. Recorrió un parque y la costa del lago sintiendo la delicada brisa matinal, caminó sin descanso por las calles comerciales de aspecto lúgubre, con todos los negocios cerrados. No solo necesitaba caminar, sino que quería conocer la zona.

Octavio no se sentía cómodo fuera de su terreno, necesitaba conocer a lo que se enfrentaba, necesitaba saber como moverse por los lugares.

Él era una persona encantadora, siempre lo había sido, tenía un imán natural para las personas, desde pequeño lo habían alabado por eso: el más querido en su clase, pero también el más tranquilo; el encanto innato que tenía con los mayores; sabía comportarse en público y como tratar con la gente, que comentarios hacer y que gesto poner para que los demás estuvieran a gusto.

Y también sabía como manipular.

No lo hacía de forma lúcida, él era así en realidad, le salía de forma natural. No pretendía engatusar a su profesora años atrás para que le dijera las respuestas correctas de la prueba, simplemente una cosa llevó a la otra.

Claro que eso era antes, ahora era totalmente consciente de lo que podía hacer.

También disfrutaba de las cosas simples de la vida, desde siempre. Había visto como el sol salía y teñía el agua del lago con los colores del amanecer y ahora oía como los pájaros cantaban y los sonidos de la gente que se ponía en movimiento. Les gustaba oír y observar. Se podía saber mucho solo prestando atención a las cosas correctas. 

En lugar de entrar en su casa, se quedó sentado en la escalera de la puerta de entrada, reflexionando sobre su vida y sobre lo vacía que se sentía desde un tiempo hacia ahora. Nada parecía llenarlo, ni siquiera diseñar complicados edificios imposibles de construir parecía conformarlo. Le faltaba algo, algo siempre le había faltado, pero ahora era más notorio. Antes creía que era culminar los estudios, vivir solo, tener una novia. Pero había probado todo de alguna forma u otra y no se trataba de eso.

A veces creía que algo le faltaba dentro de sí, algo de lo que carecía en su cabeza. Como si todas las ventanas de su mente estuvieran abiertas y las corrientes de aire se hubieran apoderado de su cuerpo entero, llenándolo de aire, dejándolo vacío.

Estaba arrancando pastos y mirando la hora de su reloj cuando la puerta de la casa de enfrente se abrió dejando salir a sus vecinas.

Melanie parecía cansada ese día cuando le levantó la mano, él sonrió devolviéndole el gesto. Su hija caminaba tras ella apresurada. Octavio recordó entonces que la mujer había llamado Ali a la niña, por lo que supuso era Alicia, aunque podía ser Aline o Alison. En realidad el no saber su nombre lo estaba poniendo nervioso. Los nombres eran poderosos.

Se levantó decidido a cruzar la calle, sin saber que diría.

—Disculpa, Melanie, desde ayer estoy por preguntarte el nombre de tu hija.

—Oh, hola, Octavio, mi niña se llama Alena —dijo la señora Stretcht sonriendo y luego agregó, dirigiéndose a su hija—: Ali, princesa, saluda al nuevo vecino.

—Hola, soy Alena, ¿te gusta el té? —dijo ella acercándose y extendiendo la mano para estrecharla.

Octavio inspiró hondo, no esperaba tener que hablar con la niña, solo necesitaba saber su nombre. Él no era muy amante de los niños, más bien los prefería lejos. Pero Alena lo miraba con sus vivaces ojos marrones esperando una respuesta y su madre sonreía con ternura. 

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now