8• Temblar sin miedo

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El padre de Octavio creía que solía obsesionarse con las cosas. Más bien con las personas. Necesitaba saberlo todo de la gente que entraba a su vida, para estar preparado. Cuando Monserrat Cabildo entró en la clase, el debió investigarla. Era bastante bueno haciéndolo.

Llegó a quedarse en la noche en su casa, solo para asegurarse de que no era una "criatura de la noche", claro que tenía 12 años, y cuando decía "criatura de la noche" creían que estaba loco, pero él creía que su familia era satanista o pertenecía a algún rito. Y no estaba tan equivocado.

Eso se decía que hacía ahora, mientras miraba a la casa de enfrente por la ventana con la luz apagada y Mascarita en la falda. Debía estar preparado.

Nunca había podido precisar para que se preparaba exactamente, pero llevaba tres días observando la casa y ya se sabía de memoria la rutina de la familia. Ese día que estaba comenzando, domingo, el matrimonio llevaba a Alena a algún lugar bastante temprano y la iban a buscar bastante tarde, al menos así había sido los dos domingos anteriores.

No era como si él hubiese estado pendiente de lo que pasaba desde mucho antes de notar que lo hacía. O tal vez sí.

Mascarita estaba tan dormida que soñaba, movía sus patitas y suspiraba en sueños. Octavio de verdad estaba sintiendo cierto apego por la perrita. Era demasiado inteligente e intuitiva, nunca hacía sus necesidades en ningún lugar dentro de la casa, casi no ladraba y siempre parecía feliz de verlo.

Miraba con atención la casa vecina, eran las dos de la madrugada y no sabía que esperaba. Entonces una luz se encendió.

La luz emanaba una tenue tonalidad violácea, por eso supuso que sería el cuarto de Alena. Siluetas iban y venían con apremio por la habitación. 

Y minutos después una ambulancia paró en la puerta de la casa.

Y Robert salió con la niña envuelta en una manta en sus brazos.

Y Octavio casi tiró a Mascarita de sus piernas para ponerse a caminar por la habitación. 

—¿Qué mierda pasó ahora? —preguntó en voz alta. Mascarita ladró en respuesta a la inquietud de su dueño. Él rascó su cabeza para calmarla y ella se acostó en la alfombra de su cuarto.

Octavio no durmió en toda la noche, como siempre pero por motivos diferentes.

El sudor frío bajaba por su espalda mientas él mordía sus uñas, un hábito que creía en el pasado. Pero los malos hábitos no se superan, están ahí, escondidos, esperando el momento perfecto para arruinar tu vida. Y no, claro, que no hablamos de las uñas mordisqueadas de Octavio.

Necesitaba destruir, romper algo hasta hacerlo casi polvo. 

¿Qué estaba pasando con los vecinos? ¿Con Alena?

Esperó toda la noche y amaneció, y nadie volvía a la casa.

Cuando el sol estaba lo suficientemente alto decidió sacar a Mascarita a caminar, así lograría distraerse. O al menos despejarse.

Con grandes ojeras y una bata de abuelito, salió a su jardín con la perrita atada a una correa.

—Eres una consentida, ¿sabes? —dijo refiriéndose al collar rosado y al arnés que le había comprado.

 Caminó por la cuadra tres veces antes de ver el taxi.

Melanie y Robert bajaron a una Alena envuelta en mantas y una señora mayor bajó tras ellos.

Octavio se quedó parado donde estaba y miró confundido, Mascarita le ladraba al auto. Alena giró un segundo la cabeza al oírla y sonrió, su rostro estaba mortalmente pálido y sus labios resecos. A Octavio le sorprendió verla tan débil y... rota.

Melanie giró la cabeza y le hizo un gesto al joven que no supo como interpretar.

—Creíamos que las convulsiones habían parado, pero al parecer no.

El joven miró a la mujer que, sin él notarlo, se había parado a su lado. Llevaba un saco de hilo y gafas gruesas, tenía el cabello teñido de castaño claro y ojos color café muy cargado. Sonrió con tristeza y lágrimas en los ojos.

—Mi pobre niña...

—¿Por qué tiene convulsiones? —preguntó el chico colocando la mano en el hombro de la mujer queriendo reconforarla. Ella solo se encogió de hombros—. ¿Podría decirle a Melanie y Robert que cualquier cosa que necesiten estoy a la orden? Sé que no me conocen mucho y no sé que podría hacer por ellos, pero lo que sea...

Octavio balbuceaba. Balbuceaba siendo consciente de que lo estaba haciendo y haciéndolo a propósito en realidad.

La señora le sonrió con ternura y entró tras su familia. Octavio entró en su casa con su perrita en brazos y con más dudas que respuestas.

*

Alena había estado todo el día como flotando. Literalmente hablando. Sentía que su cuerpo se movía cuando no era así. Y cuando se lo dijo a su padre provocó una reacción en cadena, su padre llamó a su madre que le pidió que no durmiera cuidando a su hija y se sentó en una silla en el cuarto de la niña a cuidar su sueño. A Alena le ponía mal que su padre no durmiera por su culpa, y se lo dijo. Él solo le restó importancia.

En realidad si le preguntas a la niña que ocurrió, no sabría que responder. Pero Robert lo sabía demasiado bien.

Primero había rechinado los dientes, lo que hizo que Robert se acercara a la cama, justo a tiempo para sostener sus manos y piernas cuando empezaban a temblar. Las lágrimas se escaparon de sus ojos mientras dejaba a su hija en la cama y corría al teléfono.

Con el antecedente de la niña y con su madre trabajando en el hospital la ambulancia llegó tan rápido que pudieron ser un par de minutos. Los minutos más largos que Robert había vivido jamás. Estaba desesperado porque su hija no paraba de temblar, casi podía ver como cada músculo de su cuerpo se contraía y relajaba. Solo podía sostener su espalda y mantenerla de lado.

Alena solía tener convulsiones cuando tenía unos cuatro o cinco años, nunca encontraron la causa y nunca volvió a tener una luego de los siete años, o al menos hasta ese día. 

En la ambulancia dejó de temblar. Pero pasados los minutos llegó otra... y estuvo bastante tiempo así. Melanie lo esperaba en el hospital y allí atendieron a Alena.

Todas la pruebas de nuevo, todas las posibilidades de nuevo. Y el corazón en el puño de nuevo.

*

Dominik y Lourdes estaban conversando sobre la vida mientras fumaban marihuana en la casa de la primera. No habían invitado a Kaitlyn, a veces era mejor no invitarla.

—Yo opino que Kaitlyn es muy obvia, no creo que al profesor Morales le guste el tipo "desesperada" —dijo Dominik haciendo comillas con los dedos.

—Tú crees que el profesor prefiere las miradas coquetas y la sonrisa tímida. Acéptalo, Dom, todos los hombres las prefieren fáciles, por eso Kait es tan popular en el sexo masculino—la consoló Lourdes. 

El cuarto de Dominik era amplio y siempre olía a perfume de fresa (menos las noches en las que las reuniones se hacían en su casa). El hecho de que estuviera repleto de peluches era motivo de burla por parte de sus amigas. Así como el hecho de que siguiera siendo virgen.

Pero ella seguiría mirando con coquetería al profesor, segura que era de los que las preferían tímidas.

O al menos se quería convencer a sí misma de eso.

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Hoy cambiamos un toque...

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICODär berättelser lever. Upptäck nu