6• Tan largo como una pestaña

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Robert llegó a casa con el rostro demacrado, parecía mucho mayor de lo que era, tenía más canas y líneas de expresión de las que debería. Su esposa e hija lo recibieron con alegría y toallas, puesto que el hombre estaba empapado.

—¿Cómo les fue hoy a las mujeres de mi vida? —preguntó y forzó una sonrisa.

Melanie y Alena procedieron a contarle la visita de Tadeo de esa tarde y luego le tocaba a él hablar.

Estiró su espalda mientras se quitaba la camiseta y los zapatos. Alena fue a buscar sus pantuflas y él aprovechó a contarle a su esposa lo que lo afligía.

—El hijo de los Sanders se metió en una pelea, otra vez. Pero esta vez debimos retenerlo porque llevaba consigo drogas.

—Oh, cariño, la señora Sanders debe estar destrozada —respondió Melanie llevando una mano a su boca con tristeza.

—En realidad la noté resignada, ya no sabe que hacer con ese chico, y pensar que solo es cinco años mayor que nuestra Ali. De todas formas, lo hicimos más bien para darle un susto, si el comisario sabe que retuvimos a un menor...

—No dirá nada, ni lo sabrá, no te preocupes.

Alena volvió con las pantuflas de su padre y lo abrazó: ella de verdad creía que su padre necesitaba un abrazo en ese momento. Y acertó.

—Me daré una ducha caliente antes de cenar —dijo él y se puso de pie, revolvió el cabello de su hija y se dirigió al baño.

—Mamá, ¿por qué papi se ve tan triste hoy? —preguntó Alena.

—Solo está un poco cansado. Vamos, ayúdame a poner la mesa, amor.

Nicolás Sanders solía ser un muchacho correcto, Alena había crecido viéndolo andar en bicicleta por la calle, tenía un par de amigos con los que se reunía cada tarde luego de clases, era un buen chico, y Melanie lo sabía. Pero se había distanciado de sus amigos con el paso del tiempo y ahora se juntaba con la gente equivocada, siempre buscaba peleas con chicos de su edad o mayores y se enojaba con facilidad. 

En realidad Melanie no quería culpar a su madre del comportamiento del chico, pero debía reconocer que su falta de atención al muchacho había sido más que notoria. Solo luego del fallecimiento del padre de este había mirado a su hijo como lo que era: un chico necesitado de amor. Pero era un poco tarde, o eso parecía.

*

Sus vecinos estaban cenando, la mayoría de ellos. Octavio no podía precisar que pasaba en ese vecindario que hacía que la gente tuviera una rutina tan similar. Él, por su parte, estaba metido de cabeza en el diseño de un edificio de 79 pisos. Octavio amaba el número 79.

Tal vez porque fue el número de veces que su padre lo golpeó luego de su cumpleaños número quince. El 79 le parecía un número fuerte.

Miró el cactus que había adquirido esa tarde y decidió que era demasiado aburrido para su vida. Él amaba la emoción, la aventura, la adrenalina corriendo en sus venas, al menos casi siempre. Tal vez acostarse con una alumna bastara; pero mientras planeaba cómo, decidió que debía conseguir un perro.

En algo debía ocupar su tiempo si no quería volverse loco.

*

Alena no podía dormir. Su cuerpo se sentía agotado pero su mente era un hervidero de pensamientos, aunque no de los bonitos. No eran los pensamientos sobre su futuro que solían reconfortarla antes de dormir.

Esa noche pensaba en la muerte.

Alena estaba en casa de sus abuelos cuando a su abuelito Jorge le dio un infarto. Él estaba contándole como de pequeño se había ganado el corazón de su abuela, cuando quedó mudo de forma repentina. Su mano fue directo a su pecho y sus ojos estaban llorosos.

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora