1• La araña en la taza de té

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•1996•

En el jardín de la familia Stretcht se celebraba la hora del té. Una niña de nueve años con cabello rubio oscuro y ojos marrones se sentaba a la cabecera de la mesa. Era la más educada y atenta anfitriona que los animales de felpa hayan visto jamás.

Siempre ofreciendo una galleta más, o un poco más de té. ¿El señor conejito no quería más azúcar? ¿La osita mimosita no prefería leche tibia?

La madre de la pequeña, sabía que llegadas las 4pm era la hora del té. Preparaba té invisible y galletas de aire y las colocaba en la mesa del jardín bajo el bello sauce. Su hija le agradecía mientras iba a recibir a los invitados.

Cada peluche del cuarto de Alena recibía todos los días una cordial invitación para la hora del té; y todos asistían con sus mejores galas. La osita color rosa tenía un moño verde, mientras que el perro con manchas un collar de corazones; y así se preparaba la hora del té.

Alena servía té, oía anécdotas y contaba chistes a sus invitados. Su madre, cuando no asistía a la celebración, la miraba desde la casa, encantada por la imaginación que podía llegar a tener su hija.

Los días de lluvia y en el frío invierno, la hora del té se celebraba dentro, en la mesa de la sala, con música de fondo. Alena estaba casi una hora jugando a ser la ideal anfitriona con sus amigos peludos. Se reía a carcajadas y muchas veces, en su torpeza, terminaba derramando el té. A su madre la aseguró un día que había oído una acalorada discusión entre osita mimosita y el perro con manchas por un lugar en la mesa.

Mientras Melanie Stretcht dejaba una taza más en la mesa para la vaquita que le habían regalado a su hija se percató de la arañita insignificante que había dentro.

—Oh, mira Ali, una araña —dijo mostrándole el fondo de la taza a su hija.

—Mami, es preciosa. Déjala libre en el jardín, ¿sí? —pidió mirándola con ojos abiertos por la sorpresa.

Melanie miró el collar de cuentas de su hija, el labial que siempre le "robaba" y los muchos anillos que se ponía. Sonrió y dejó la taza de té en un arbusto cercano hasta que la arañita salió.

Cuando se disponía a volver junto a su hija, oyó el estruendo de un camión.

Melanie no se caracterizaba por ser una persona entrometida, pero el ruido alertó a su hija que corrió dentro y a la puerta principal. Ella la siguió, deseosa por saber del alboroto, aunque se podía hacer una idea.

Hacía casi una semana el cartel de venta de la casa de enfrente había desaparecido y, efectivamente, lo que oían era un camión de mudanzas.

Alena miró el camión y recordó lo que su padre le había dicho de las mudanzas:

"Se piden tres deseos, pequeña, uno para ti y dos para quienes se mudan".

Así que ella cerró los ojos y pensó: "Quiero que sean felices, que tengan un perrito y quiero un amigo".

No estaba segura de si el deseo del perrito era para ella o para los nuevos vecinos, pero, ¿a quién no le venía bien un perrito? 

Ella tenía un montón de perritos en la casa de su abuela, a dos calles del lugar, pero su mami no la dejaba tener ninguno allí. Cuando Alena le preguntaba el motivo, ella siempre decía que no. No, porque no.

Así que de verdad quería que los nuevos vecinos tuvieran un perrito, y un niño de su edad. Había niños en su calle, pero eran más grande o más pequeños, y ella había intentado invitarlos a la hora del té: los más pequeños terminaban corriendo por todos lados y los más grandes hablando entre ellos, ninguno le había dicho a la señorita rana lo bien que le quedaba su nuevo sombrero.

—Ali, amor, entra que iré a saludar a los vecinos.

Alena entró en la casa, porque nunca desobedecía a su madre y porque debía juntar su hora del té. Estaba demasiado entusiasmada con que hubiera una niña o niño nuevo en la calle como para escuchar las historias del día de sus amiguitos animales.

La señora Stretcht cruzó la calle cuando un joven bajó del camión por el lado del copiloto. Un par de vecinos hicieron lo mismo.

El muchacho abrió mucho los ojos al ver a sus nuevos vecinos con cara de curiosidad y luego sonrió torpemente.

—Ho-Hola, ¿cómo están? —dijo ocultando su nerviosismo ante el escrutinio de esas personas.

El conductor del vehículo bajó también, no saludó a nadie y abrió la puerta de la caja del camión.

—Bienvenido al barrio, joven —dijo la señora Samuels con una sonrisa fingida luego de echarle un vistazo al hombre en la parte trasera del camión.

—Ah, muchas gracias, soy Octavio Morales, es un placer conocerlos.

Melanie le dedicó una sonrisa de bienvenida y él la miró más de la cuenta. Aunque en defensa del chico, los demás vecinos que se acercaron a él tenían dentaduras postizas.

Alena miraba la escena con curiosidad desde la ventana de la sala. Apenas veía por las demás personas que rodeaban el camión. 

Pero la decepción pintó su rostro al no ver ningún perro ni ningún niño.

Seguiría tomando el té sola por las tardes.

*

—Robert, cariño, se han mudado a la casa de los Kozlov —dijo Melanie en la cena.

—Al fin, me estaba comenzando a preocupar por como estaba creciendo el pasto en esa casa, además que alguien podía entrar y ocuparla.

La cena era el único momento del día en el cual los tres estaban juntos despiertos en la casa. Robert trabajaba en la comisaría desde el mediodía hasta las 8pm y Melanie salía de casa 9:30pm para cumplir su horario de enfermera y volver 6:30am, llevar a Alena a clases y luego dormir hasta las 3pm, cuando la camioneta que traía a su pequeña la dejaba en casa.

Eran horarios bastantes caóticos, pero así debían trabajar para mantener a flote su economía. Robert era un patrullero que custodiaba la seguridad en auto, hacía más de dos años que decían que estaba listo para un ascenso, pero no se veía en un horizonte cercano. 

Así que ambos trabajaban y cuidaban la casa, compartiendo tareas y la crianza de su hija.

Se amaban el uno al otro como nadie, eso era lo que los mantenía unidos en esa situación. Eso y el hecho de que Alena pasara casi todo el domingo con su abuela.

—Octavio se llama el muchacho, parece muy amable. Se mudó aquí porque sus padres le compraron la casa, está mucho más cerca de la universidad en la que comenzará a trabajar. Está solo, al parecer. Creo que un poco de sangre fresca le viene bien al lugar, ¿no?

—Por supuesto. Ali, princesa, estás muy callada —dijo Robert notando el silencio de su hija.

—Es que, yo hice lo que me dijiste de los deseos, y ninguno se cumplió, papi. No hay ni un perrito ni un niño de mi edad para que sea mi amigo.

Alena estaba haciendo un puchero, eso derretía a sus padres, que le sonrieron con cariño.

—Ay, mi amor, el receso festivo del colegio está por terminar y verás a tus amiguitos otra vez, falta solo un fin de semana —dijo su madre con cariño.

Mientras, en la casa de enfrente, un hombre se dedicaba a desempacar cajas y cajas de porquerías y artículos que no entendía porque había traído de casa de sus padres. 

Pero no se quejaba, tenía toda la noche por delante.

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N/A Voy a empezar a enumerar los capítulos, porque tengo malas experiencias con no hacerlo.

Dejo esto: ♥

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now