7• La máscara más inofensiva

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(2014)

No es como si Robert tuviera motivos para albergar esperanzas de encontrar a su hija. Habían pasado demasiados años, demasiadas vidas en medio. Pero el dicho de "la esperanza es lo último que se pierde" no podía ser más cierto.

Cuando él perdió todo, la esperanza (y el alcohol) fue lo único que lo mantuvo a flote. Era como una pequeña tabla flotando luego del naufragio y lo rodeaban aguas heladas repletas de tiburones que quería comer hasta la última gota de su vida, pero la esperanza era esa tabla. Debía ser más pequeña que una puerta, pero tan resistente como un diamante, y también tan preciosa como tal.

Así que Robert seguía aferrado a esa tabla. Se había debilitado un poco con los años, pero parecía haber recuperado su antiguo esplendor mientras mientras abandonaba la prisión. Volvía a estar en el caso. Por su cuenta, claro estaba. 

Sabía que el único que lo apoyaría sería Perune, pero antes de verlo debía hacer una visita más ese día.

El césped estaba demasiado alto, pero parecía que había llegado un punto en el que no crecía más ya que hacía décadas que no se cortaba y no sobrepasaba la altura de su cadera en ciertos lugares.

Robert llamó con la mayor delicadeza a la puerta, puesto que quien allí vivía no reaccionaba muy bien al ruido de los golpes. Se recordó conectar el timbre un día de estos.

Un hombre delgado y de ojos saltones lo recibió en la puerta. Era calvo y su piel estaba amarillenta, nada igual al adolescente que había conocido, pero seguía siendo bastante alto.

Sonrió mostrando casi todos los dientes un poco amarillos y algunos con caries.

—¡Robert! Que alegría verte. Entra, entra. Estaba cocinando unas galletas.

Tristán parecía feliz cuando lo abrazó, pero no pudo evitar la sombra de desesperanza que lo invadió cuando entró en la casa, tan derruida y desoladora como su propio habitante. 

Robert se preparó mentalmente para comer galletas con sal, chispas de chocolate y ajo. Así le gustaba prepararlas a su amigo, y así las comía él.

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1996

En realidad Octavio no se dio cuenta de lo que hacía cuando entró en la casa del letrero. ¿Para qué quería él un perro? 

Era tan irresponsable que hasta los cactus de su madre morían bajo su cuidado, ¿cómo cuidaría un perro? Aunque sabía que cuidar un perro le distraería bastante, si recordaba hacerlo.

"Perritos en adopción" rezaba el cartel.

La mujer que los cuidaba los tenía en una caja muy grande de cartón. Eran unas pequeñas ratas que lloraban un poco.

—¿Está interesado, joven? —preguntó la señora.

—Claro, ¿son de alguna raza en especial? —cuestionó Octavio.

—No...

—¡Perfecto! —exclamó con fingido entusiasmo, logrando que la mujer sonriera mucho.

—Los padres son bastante pequeños y muy buenos. Estos cachorros fueron destetados hace poco más de una semana y debemos regalarlos porque no podemos cuidarlos, pero no queremos que se vayan muy lejos. Además queremos que vayan a un lugar lleno de amor y respeto.

A Octavio le pareció noble lo que decía la mujer, así que se propuso cuidar con ganas al animal.

—Acabo de mudarme a unas cuadras de aquí y estoy yo solo. Al perrito que me lleve no le faltará nada y estará conmigo casi todo el día, excepto una horas en la mañana que es cuando trabajo. Incluso lo pasearé por aquí así usted podrá verlo, ¿le parece?

Alena//COMPLETA HASTA 10/05 // DISPONIBLE EN FISICOWhere stories live. Discover now