Capítulo II: Obsequio

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Vacilante y hasta un poco torpe es el paso que da Erion una vez fuera del edificio de la convención. Las calles con sus enormes rascacielos siguen alumbradas de luces neones y el agua que cae del cielo impetuosamente alcanza a empapar su vestimenta. Se apresura y envía una señal a su procesador cerebral que es hora de partir. Una deliciosa y sutil descarga eléctrica roja activa un campo de luz gravitacional que cubre todo su cuerpo. Visualiza en su memoria la entrada de su apartamento en la zona norte donde el lujo es notable hasta en el pavimento y —en un abrir y cerrar de ojos— arriba a su hogar.

Pero la sorpresa lo toma de golpe al ver en la puerta de entrada algo que bien él conoce. Una caja criogénica de las muchas que existen en las grandes bodegas de la corporación Humano® — o como algunos saben llamarla "la cúpula"— y de la cual su tío es el dueño.

—Debe ser broma —dice, mientras avanza y las dudas empiezan a cernirse en su cabeza.

¿Por qué se tomaría la molestia su tío en darle un regalo así sí sabe que se lo devolverá? Él no está dispuesto a ser parte de los millones de cyborgs que tienen bajo su control a humanos con el fin más morboso de tenerlos a su merced. Eso es algo que no disfruta.

A centímetros de la caja grisácea, sus palpitaciones se aceleran. Nunca había tenido una tan de cerca. De lejos era mejor apreciarlas. De lejos se decía a él mismo que la vida que hay en el interior no era más que humanos actuando como robots del pasado.

Una vida sin inteligencia alguna. Ni rastro de lo que sus libros guardados bajo su cama, en el interior de un baúl antiguo, muestran la capacidad intelectual que una vez tuvo la especie del ser vivo que tiene en frente. La superioridad de ellos sobre los que ahora gobiernan. Se dejaron ganar por las máquinas que de sus manos y capacidad cerebral crearon. Se hundieron por su maldito egoísmo. No supieron que la inteligencia es nada ante un corazón humilde y noble.

—Dea —pronuncia, con recelo, al fijarse en la etiqueta negra que está por debajo del código de la caja.

Su procesador cerebral se detiene abruptamente. Un estado de carga que solo pocos han experimentado, y del cual está informado muy bien, lo ataca. Se tambalea hacia el frente. Apoya como medida de protección sus manos en la superficie de la caja. Su peso es tal que esta se va hacia atrás. En el suelo se escucha el impacto de un ruido sordo y letal. Para cuando recupera la conciencia, el daño está hecho.

Un pitido rojo cubre las paredes del pasillo de la entrada de apartamento. Ningún miembro del edificio puede escucharlo, el lugar está reforzado con la más alta calidad en material para que así sea. Solo Erion lo escucha, además de ser el único en vivir en todo el piso. Se lleva sus manos a su cabeza. Por cosas de la que él mismo desconoce cae al suelo de rodillas. Cierra sus párpados hasta que chispas rodean el aire.

Respira. Un acto involuntario. Su sistema de pulmones artificiales le da la capacidad de hacerlo siempre que él lo desee. No es obligatorio. Los cyborgs respiran si desean sentir el aire a su alrededor, una forma de hacerlos sentir "vivo".

Su visión se enfoca en la compuerta de la caja que se desactiva y se abre de golpe. Tiembla. Hoy sus sentidos le juegan una mala pasada. Lo hace ser más "humano" de lo que está dispuesto a serlo.

El ruido cesa. Todo se vuelve tranquilo. Ni un sonido alrededor más que su respiración y su palpitación. Erion, ya más consciente, se levanta. Sus ojos se posan en tal maravilla hacia una clase de humano que no ha visto antes como mascota. Una con un cabello y una piel tan blanca que llama la atención. La capa transparente que cubre a la humana deja ver toda su desnudez.

—¡Mierda! —suelta, un insulto tan banal.

Titubea.

Erion no ha visto un cuerpo desnudo humano. Se ha limitado a ver el de un cyborg femenino. Perfectos desde el punto en que se lo miren. Simples y plásticos. Ningún latido real que atrape a su sentido auditivo para desear quererlo explorar. El que tiene a unos pasos, late. Puede escuchar la circulación de la sangre por las venas de la mascota. Niega con su cabeza.

La detención abrupta de su procesador por segundos lo está llevando a un camino irracional. No puede darse el lujo de estudiar la lógica de su teoría. Humano es humano. Robot es robot. Cyborg es cyborg. No hay mezcla. Lo que está viendo es una mascota. Y no está dispuesto a aceptarla. Más si con observarla pierde algo de su control. Ese es un lujo que no se puede dar.

Un cyborg no actúa por impulso. Todo lo tienen controlado. Todo tiene una razón de ser. Se da el saludo a alguien más si es apropiado. Se discute un punto de vista si se sabe que quién lo expone se encuentra en un error. Todos son parcialmente víctimas de equivocaciones, porque a pesar de ser máquinas no son perfectas. Un nivel de error existe. Uno que ahora está afectando a Erion.

—El producto está listo para su uso. —Sale disparada la voz automática que viene en un dispositivo en el interior de la caja.

Erion se apresura a activar su anillo para contactar a su tío. El proceso de descriogenización está activado. Una vez que termine no hay vuelta atrás. Si el producto no se lo saca de la caja una vez finalizado todo, puede sufrir un paro cardíaco y morir. A esto último ni toda la tecnología ha podido retroceder ese proceso. Lo que los humanos un día dijeron: Es la ley de la vida. Las máquinas ahora dicen: Es la ley de la vida humana.

Temblando deja expuesta la luz de intercomunicación. La pantalla se abre. Marca y a la primera obtiene una respuesta.

—Estado: descanso. —Una voz que no es la de su tío sale a flote. Es el identificador de intercomunicación. Con lo antes mencionado, se declara que no está disponible. Que el cyborg en la otra línea está en modo carga. No se puede interrumpir.

—¡Tío! —grita, frustrado.

Una reacción no tan propia de Erion. Deja a un lado su enfoque en su anillo y hace lo que se debe, aunque eso le cueste su independencia. Salvará a la humana. Lo hará, pero no está dispuesto a hacerse cargo del producto en todo lo que se implica: cuidado, control y entretenimiento.

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora