Capítulo XXVII: Conexión

784 121 11
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


La humana yace sobre el catre. Su cuerpo reacciona ante los primeros rayos del sol que se filtran en su celda. Su movilidad es pesada debido al cansancio que trajo consigo la madrugada por aquella voz familiar que no la dejó dormir.

Ubica un pie fuera del catre. Lo frío del piso la hace recogerlo. Sin embargo, el ruido en su estómago la llena de voluntad para levantarse y, ya sea el caso, rogar por algo qué comer.

Aún el sitio conserva oscuridad.

Se acerca a los barrotes. Puede darse cuenta de que es su celda la única que se ve invadida por la luz.

—Necesito comer. —Su voz denota hambre y sed. Se oye casi como si implorara. Aunque no está tan lejos de hacerlo.

Pero su voz  es solo un eco en todo la infraestructura.

Nadie la escucha. 

Al menos, eso cree. En parte, es verdadero. Su compañero, Drago, se encuentra en un estado de descanso programado; tampoco hay mucho que pueda hacer por ella. Están separados. ¿Y su captor? Fuera de lo que él denomina hogar.

—Por favor, necesito comer —suplica, dejándose vencer por la falta de energía en su cuerpo y terminando por sentarse en el piso, aferrando sus manos y rostro a los barrotes.

Instantáneamente, se escucha el ruido de un desbloqueo. Tal acto viene de la mano con diversos sucesos que ocurren en varios puntos del planeta. Aunque lo desconoce, ella está a unos minutos de descubrir qué encierra su despertar en un mundo que ni de cerca imaginó estar.

El sonido llama su atención, pero este se ve opacado por otro que a su vez aleja a la humana de su posición, haciéndola retroceder.

Los barrotes son deslizados automáticamente.

La celda está sin protección.

La mente de la humana solo puede pensar, en una palabra: libertad.

Se obliga a sí misma a no dudar en lo que su instinto la impulsa. Huir. Eso es todo. Se desespera por levantarse y con las piernas tambaleantes da sus primeros pasos hacia fuera de la celda, pero la alegría y la adrenalina de sentirse libre acaba.

Una voz.

La misma voz que no ha dejado de perseguirla se instala de lleno en su sentido auditivo.

Paula.

Ahí está. Él la llama. Mira hacia ambos lados del pasillo que da en extremos de las celdas. Es inútil. Ella sabe de dónde viene. No es de su cabeza. Su atención se queda a su derecha. Sí, hacia donde termina la visión de las celdas y la oscuridad se riega y late como un cáncer.

—Paula. —La voz se hace más real con cada paso.

Y justo ahí, donde sus pies se encuentran en el borde y su cuerpo puede caer hacia un vacío desconocido por un mal balance, justo ahí, ve un brillo.

Humano ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora