Capítulo I: Mascota

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Más allá de la cúpula donde se crea la vida de forma tan arbitraria al pasado, al norte, una caja criogénica —tamizada de plata— es desembarcada por dos robots de clase trabajadora que tienen marcado en su pecho viscoelástico el slogan de la corpo...

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Más allá de la cúpula donde se crea la vida de forma tan arbitraria al pasado, al norte, una caja criogénica —tamizada de plata— es desembarcada por dos robots de clase trabajadora que tienen marcado en su pecho viscoelástico el slogan de la corporación Humano®.

Ambos de estructuras físicas grises aparentando a los que un día fueron sus creadores y ahora son mascotas costeadas por cyborgs. Aquellos que irónicamente sí se parecen físicamente a un humano, pero en su ensamblaje interno no son nada más que materia avanzada a los circuitos eléctricos de los cuales los robots promedios se forman.

En la caída de la noche y una lluvia intensa a las afueras del edificio, los empleados terminan su labor. Uno avanza un paso hacia al frente de la caja y escanea con su mano el código que resalta en la parte derecha de ésta, justo sobre la etiqueta negra que dice el nombre del humano.

—Confirmación de entrega —dice el robot, con su voz algo deteriorada por los años que lleva al servicio de la corporación y su no disponibilidad de recursos para recodificar la parte que le ocasiona esa molestia.

Un pitido puntual se expone como medio de entrega exitosa. Echa un vistazo al pequeño cuadro rectangular de cristal que se encuentra en la parte superior de la caja. Ese es el único espacio donde el cliente se da cuenta que dentro está su pedido, porque pueden ver la zona de los ojos de su mascota los cuales se encuentran cerrados por su estado inerte. El vistazo lo ayuda a reconfirmar que el trabajo está exitosamente realizado. El color de piel del humano es el correcto. A su vez, en su procesador solo es capaz de hacer una pregunta: ¿Por qué no eliminarlos en vez de jugar con ellos?

Él no tiene el conocimiento que otros robots tienen acerca del pasado, ese donde se dio la independencia sobre los humanos. Solo los de la clase intelectual puede darse el lujo de obtener tal información en la Academia Humanoi.

Se entabla no razonar. Perder el tiempo no es algo propio de un robot de clase trabajadora. Todo está estrictamente sincronizado así que, al tomarse un par de segundos para cuestionarse algo ha podido hacer muy bien que otra entrega no llegue a la hora acordada. Puntualidad. Es el lema de quienes laboran en Humano®.

Retrocede. Asiente a su izquierda hacia a su compañero y ambos se retiran. La caja está esperando a su dueño. Un cyborg de apariencia joven que está en una convención donde se expone los errores humanos en el pasado y que ellos no deben cometer, porque jamás volverán a ser manejados por una especie que una vez no supo ni dejar el grabar con su celular un accidente para subirlo a una red social en vez de acudir a ayudar en lo que se necesitara.

Errores humanos que un robot no cometerá, eso repite, Erion —a media voz—, al ver una de las últimas escenas que proyectan en el centro del salón. Un lugar con invitados de la clase intelectual. Su plana y precisa decoración en las paredes sobre  fotografías de lo que siglos atrás significaba ser robot.

El cyborg se irgue por las palabras que dice una mujer en el holograma. Ella da un discurso en el balcón de una edificación abstracta a un público de su misma categoría: humano.

"La sociedad del siglo XXI se basará en una masiva intervención de robots en todos los aspectos de la vida cotidiana y productiva. Los robots no solamente estarán localizados en las factorías y con aspecto de brazo manipulador, sino también saldrán al asfalto y al campo para realizar multitud de tareas de servicios e industriales que hoy en día son efectuadas manualmente."

Toda la información que Erion procesa, viaja a través de sus circuitos neuronales artificiales. Una fina capa de ingeniería bien lograda para los cerebros que son una especie de copia real de los que portan las mascotas. Al término de la presentación, todos aplauden. En parte, porque recuerdan que una vez sus creadores tuvieron sueños y no eran en aquello que después se convirtieron.

El cyborg joven se retira del salón. Está ansioso de volver a casa. Su viaje al oeste de la cúpula le ha sido satisfactorio. Más conocimientos logrados, mejores formas de discernir las cosas. Sobre todo, plantearse la idea de no tener mascotas como los demás de su clase.

A medida que sigue por el pasillo de paredes grisáceas para ir a la salida del edificio, él mira su mano izquierda y enciende su anillo intercomunicador. Una tenue luz celeste se expulsa fuera de éste. Ve los mensajes que tiene pendiente. Uno que tiene por nombre: urgente, resalta. Destinatario: su tío. Curioso de tal novedad, lo expande y en líneas digitadas dice: ¡Feliz graduación! Tu obsequio te espera en casa.

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