Capítulo VIII: Sugar

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Erion regresa a la habitación donde Dea espera ansiosa por su presencia. Ingresa y se encuentra con el panorama de la humana hurgando sus pertenencias. Entre ellas, una que es más que apreciada. Es su secreto.

—¿Qué haces? —cuestiona, a medida que avanza hasta Dea con la entera disposición de levantarla del suelo y apartarla de su baúl.

El viejo baúl de madera que ha pasado de generación tras generación. Una adquisición de la época humana. Incluso se remonta más atrás de esa etapa. Sus secretos están dentro. El objeto personal no necesita alguna muestra de ADN para ser abierto, no como los actuales. Dea está por abrirlo, haciendo caso omiso a la pregunta de Erion que a su vez logra llegar al baúl para sentarse encima de el. La mascota abre su boca para vocalizar unas palabras con sabor a queja.

—Pero...

—Pero nada —interviene Erion.

Dea lo mirada fijamente desafiando la dureza que expresa el rostro de Erion. La joven sentada con el cuerpo cubierto de la sábana que ha tomado de la cama del cyborg. La seda blanca adorna su piel como un vestido. El color poco contrasta con el tono de su piel tan pálida que si fuera posible unos tonos más bajos no habría diferencia con el de la tela.

—Ahora dime... —Erion se cruza de brazos— ¿Cómo terminaste en la caja criogénica?

Dea parpadea varias veces en reflejo de confusión a las palabras vertidas por el chico. ¿Cómo terminé en la caja criogénica? ¿A qué se refiere con "caja criogénica"? Piensa la humana en las dos palabras al final de la pregunta. Al menos tiene una vaga idea de a qué se refiere. Ese el sueño del futuro, ella suspira ante la frase que se ancla en su mente.

Pero Dea desconoce que esta no es su época, menos que ahora los humanos son una sombra de lo que eran. Erion está ansioso por la respuesta de su mascota. Él es apasionado a toda información que del pasado provenga y por ello hace todo por asistir a las convenciones que se realizan en la zona oeste.

—Responde —ordena el cyborg.

Una posesión disfrazada de demanda se desliza por su ser. El cyborg renuente a ser parte de los que tienen mascota y que ahora está dentro de las estadísticas porque tiene una; y bien que le da una pizca de satisfacción el darle alguna orden ya que siente que tiene poder sobre algo. ¿Acaso es ese el fin de las mascotas? ¿Son un ancla para hacer que los cyborg o el resto de los robots se sientan superiores? Lo mismo que los hombres un día sintieron ante los animales.

—Solo sé que él debía despertarme —declara Dea.

Aelon, repite mentalmente.

—¿Él? —suelta Erion.

No le digas mi nombre, Dea

La voz varonil en su cabeza la hace levantarse del suelo de golpe. Erion intenta ayudarla al ver en su rostro pánico y temblor en sus manos que sujetan la sábana torpemente, pero su anillo emite una fina vibración seguido del cambio de color a un rojo. Se debate en ir hacia Dea o responder la llamada de urgencia.

—Dea, cálmate —anuncia Erion, mientras se levanta del baúl, acercándose hacia ella con mesura.

Dea trata de estabilizarse, pero su sistema nervioso está al borde del colapso, porque la voz que escuchó era la de Aelon.

—Espera, no te acerques —indica Dea.

Ella necesita su espacio para recuperarse sola. Si Erion se acerca empeoraría su estado. El cyborg se detiene a dos pasos no solo por lo que dice Dea, sino porque la vibración de su anillo es insistente. Posa su atención en el objeto de su dedo y activa la llamada. Una proyección pequeña sale a flote como una pantalla ultrafina en miniatura, lo suficiente para ver la imagen de quién se proyecta.

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