Capítulo XIX: Pueblo Rojo

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—¡Bienvenidos a Pueblo Rojo! —Drago alza sus manos en jubilo hacia el cielo claro y despejado.

Camina unos pasos hacia delante.

El cyborg conoce tan bien el sitio. Es uno de los límites de la red. Unos pasos más y toda conexión con la misma se verá bloqueada al menos que regrese hasta el punto de retorno donde se materializaron. Y él no está dispuesto a retroceder. Si su primo quiere ser dueño de la compañía de humanos, pues aprenderá que la superficialidad del cuidado de mascota se destroza en este punto.

La visión del otro cyborg sigue en horror. Su mirada divaga por un camino trazado el cual parece no tener fin y en aquello que adorna ambos costados de este. Enormes palos delgados anclados en el suelo y en sus puntas atraviesan cráneos humanos. Tal vez por eso deduce que el suelo tenga un tono rojizo, porque la sangre debió mezclarse con lo que parece la arena de un desierto tan amplio que solo expandiendo su visión puede lograr ver colinas.

—¿Quién hizo todo esto? —pregunta Erion, en dirección a su primo que empieza a caminar por el sendero.

—Deja de preguntar, porque no obtendrás información de mí —recalca Drago, quien espera que tanto su primo como la humana sigan sus pasos.

Erion voltea en dirección a su mascota. La reacción de ella es diferente a la que espera. Todo en su expresión refleja curiosidad, expectación y dudas, menos miedo.

—Sugar. —Llama su atención, brindado su mano—. Mantente tan cerca de mí como puedas.

Ella niega con su cabeza.

Lo rechaza.

Un estado de tensión se establece en el sistema nervioso de Erion. No hay variación en su comportamiento cuando ve a su mascota seguir los pasos de su primo. Un sonido a kilómetros hace que su situación fluctúe. Expande su horizonte de visión. Cerca de una colina se levanta un viento impetuoso, provocando una cortina de polvo en forma de una ola gigante que arrastra con todo a su paso.

—¡Debemos irnos! —grita, sin imaginar que llama la atención de alguien más que solo los presentes.

Drago acelera su marcha en regreso para contener a su primo, pero es tarde. Su objetivo vuelve a gritar antes que sus manos logren amordazarle la boca. Es su culpa. Debió de decirle que no están solos en el punto en que la red se corta. Los mediadores estarán en el sitio en tan solo pocos segundos. Centinelas cyborgs de ojos brillantes y vestidos de capas negras que cubren la mitad de su rostro.

—¡Maldición, Erión! —se queja Drago— ¿No puedes solo seguirme y ya?

¿Hay lógica a eso?

No.

Seguir a alguien solo porque si, no es correcto. Se debe tener una base de información que corresponda al acto que va a ejecutarse para que se pueda proceder a aceptar una orden. Al menos así pasa con las máquinas. Los humanos son otra cosa; claro, en el pasado. Ahora están todos controlados.

—Llama a tu mascota —ordena Drago—. Voy a conectarme con la Fuente.

Una vez dicho aquello, Drago deshace el agarre de su primo. La Fuente no lo rechazará si lleva una humana con él. Es una conexión diferente a la red roja que rige en la ciudad. Es pura. Son puntos adyacentes blancos dispersos en el área donde las máquinas no gobiernan como en el Pueblo Rojo. Se dice que es el alma de las máquinas que se negaron a la revolución contra los humanos y su uso como mascotas. ¿Las máquinas tienen alma?

—¿Qué esperas? —demanda Drago.

Al ver que su primo sigue estático, lo empuja con un golpe en su pecho.

Erion se tambalea unos pasos hacia atrás. No cae. Pero esto no le da tiempo a recuperarse. ¿Qué esperas? ¡Reacciona! Su mirada se posa en su primo. No comprende. Se estimula así mismo a devolverle el empujón e ir con todo a él y dejar imperfecta alguna parte de su ensamblaje. Pero solo eso se queda en alientos fantasmas, porque en el exterior es un zombie.

—¡Debes reaccionar! —grita Drago, desesperado, yendo a su primo con el fin de obsequiarle una descarga electrostática que lo mande, esta vez sí, al suelo.

—¡No! —grita la humana.

Eso lo hace detenerse centímetros y voltear deliberadamente a verla.

La humana lucha consigo mismo en un intento torpe de despegarse de algo que la envuelve. Pero solo es una realidad alterna que se crea. Ella está inmovilizada. El hormigueo en el cuerpo de Sugar incrementa. Ve cómo sus brazos se envuelven en hilos de una red blanca con puntos de luces que parecen jugar entre sí. Le recuerda a la otra red roja. Piensa en una cosa: teletransportación.

—No te muevas —escucha la voz del cyborg que la trajo hasta aquí.

Vuelve su atención a él quien avanza con pasos largos hacia ella. Pero solo son segundos los que transcurre para que su visión se fije en el cyborg que está detrás de Drago. Erion. Ella intenta gritar. El corazón golpea contra su pecho tan fuerte por lo que ve. Él no está solo. Su amo tiene una sombra detrás de sí que se materializa en una figura femenina de piel tan oscura y ojos brillantes en una luz verde.

No reacciona cuando Drago en un abrazo choca con su cuerpo. Su atención sigue fija en su amo con quien logra conectar una mirada perdida en una súplica guardada de "Haz algo". Sin embargo, él es incapaz de esquivar una especie de navaja en su cuello que corta la yugular de éste. Todo pasa tan rápido que su grito se vuelve mudo antes que ya no lo vuelva a ver.

Un ruido. Una abstracción. Dos visiones se borran. Todo es blanco. Materialización. La espalda de la humana golpea contra algo sólido. Siente que está parada. Luego la claridad se hace presente. El cyborg todavía la abraza y ella ya no ve a su amo en frente. Lo que tiene en su panorama es otro mundo.

Un pueblo. Una arboleda a los lejos. El suelo mojado con la lluvia que cae. Casas de madera un poco deslucidas y gente. SÍ, personas. Algunos son parejas con hijos que corren a resguardarse del agua en sus hogares. Es perfecto.

—¡Despierta! —grita Drago, apartándose de la humana.

De un respingón, Sugar abre sus ojos. Su visión va directa hacia el cyborg que está odiando en este preciso momento. ¿Lo anterior fue una alucinación? Empieza a cuestionarse, mientras se desespera por ver a su alrededor. Y lo que ve la aterroriza. Vuelve a mirarlo. Siente rabia. Él tiene la culpa. Su amo no está. Contra todo pronóstico se acerca al cyborg de mirada fría y le brinda un obsequio inesperado. Una patada en la entrepierna.

¡¿Está loca!? Procesa Drago, al tiempo que no sabe si reír. La humana lo mira ingenuamente. Y él no sabe qué debe hacer. Se supone que a las mascotas masculinas un golpe en ese sitio los inmoviliza. ¿Acaso cree que con eso me lastima?

—Sugar —dice Drago, mientras intenta calmar la situación y avanzar hacia la humana que empieza a dar pasos lentos hacia atrás.

¿Me tiene miedo después de ir en mi contra? ¿Tan rápido baja su guardia? ¿Terminará siendo cobarde a igual que el resto de las mascotas? Una serie de deducciones absurdas invaden a Drago sin imaginar que la humana intenta alejarse de algo, y no precisamente de él.

—¡No se muevan! —grita un intruso, haciendo que ambos se inmovilicen.

Bien podría darles la bienvenida a los dos personajes que tiene en frente, pero León tiene otros planes. Sus botas pisan el suelo donde está prohibido el ingreso. Pero qué sabe él de prohibido si es un renegado. Alguien a quien la red limpió su registro. No existe. Ni siquiera puede acercarse a la frontera donde está el Pueblo Rojo. Bueno, y a todo eso, quién diría que ir por piezas para su casco al cementerio de máquinas le daría la oportunidad de encontrar esclavos.

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